Predicando con la vida un evangelio social superior
(Segunda Parte)
MATEO 5:8-12
“Bienaventurados los de
limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores,
porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen
persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos. Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y
digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque
vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los
profetas que fueron antes de vosotros”.
Continúa nuestro amado Señor
instruyendo a sus discípulos en los reglamentos morales de su reino con un evangelio social distinto, con
escatología, con recompensas futuras, es decir no amputado de una teología de
salvación, sino para que la iglesia sobreviva y dé su testimonio histórico. No
es simplemente filantropía sino esperanza y ánimo. Comienza por la felicidad
que disfrutarán los que tienen sus corazones limpios, no sucios. Al mundo no le importa embarrarse la conciencia
con tal de obtener lo que quiere y disfrutarlo y por eso se hunde en la
desesperación. Para nuestro Señor, felices eran los de limpio corazón, los
bienaventurados. ¿Piensa usted que puede
ser feliz o bienaventurado con una vida llena de puntos negros, conocidos por
los demás o por Dios solamente? Pero Jesús no dijo eso para que supiéramos cómo
hallar la felicidad sino para que supiéramos el premio que tendrán los que
tienen el corazón limpio, ver a Dios, encontrarse con él. Bienaventurado para
él es uno que es salvado.
Son
afortunados y dichosos los que tienen limpio el corazón. Y ¿por qué lo tienen limpio?
Porque él se los ha limpiado con su sangre, porque han sido lavados y
santificados por el Espíritu de Dios (1Co.6:11; Apc.7:14); pueden saltar
alegres que de la mancha del pecado han sido lavados y no queda ninguno que no
haya podido ser borrado y “ninguna acusación hay” para los que están en Cristo.
Y por esa sola razón, ser llamado “santo y fiel” en Cristo es suficiente para
sentirse único, feliz y afortunado.
Son
afortunados también los pacificadores. Que de
ningún modo usen la espada, ni se llenen de odios. Aun siendo el blanco de las
intrigas, difamaciones y hostilidades, debían promover la paz, no sólo con
conductas pacíficas sino con gestiones de paz, con embajadas de paz. Si ves a
alguien que promueve la inconformidad entre hermanos y el pleito, y distancia
espiritualmente a los que podían haber caminado unidos, ese no es hijo de Dios.
Los hijos del reino no procuran sacar ventajas de los conflictos entre
hermanos. Un hijo de Dios procura amistar y aliviar tensiones, pacifica,
disminuye las distancias humanas, resta importancia a las ofensas para que sean
pasadas por alto y anima para que sean perdonadas, no acentúa el ultraje ni
ensancha las heridas. Promueve el encuentro y la unión.
Tienen
buena suerte y motivo para sentirse felices los que padecen persecución (v.10). El Señor se propone
terminar las bienaventuranzas en la forma en que las empezó, hablándoles a los
que vivirían los días obscuros que se avecinaban sobre su naciente reino de los
cielos, cuyas nubes ya él veía acercarse. Es una palabra de ánimo para ellos,
para que no tomen las calamidades como desgracias sin sentido. Padecer por
causa de la justicia equivale a padecer por su vida cristiana. Pablo dijo “todo
aquel que quiera vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerá persecución”
(2Ti.3:12). La única manera que hay para evitar la persecución es agradando a
los perseguidores (Ga.6:12) o siendo como ellos, contemporizando con el mundo,
siendo sus cómplices, corriendo en su mismo desenfreno; si es lo contrario os ultrajan y les parece cosa rara que no
corráis con ellos en el mismo camino de desenfreno.
Y por
último, son afortunados y pueden sentirse dichosos aquellos a quienes persiguen
por su nombre y les destrozan el testimonio mintiendo. Los condenan por
el único delito de amar a Dios y a su Hijo Jesucristo (vv.11,12). Andarían detrás de
ellos para darles muerte y serían objeto de una gigantesca campaña de
vituperios e insultos rebajándoles la estima de sus testimonios ante el público
en general. Después de condenados continuarían siendo difamados.
Aquella propaganda de calumnias,
mentiras y tergiversaciones de que serían objeto les mordería sus propias
carnes, aún la del corazón, con más fuerza que si los devoraran leones
hambrientos, porque humilla y espanta más a un santo que le vituperen su vida
piadosa que a la misma muerte, le tortura más oír que es acusado de alguna
inmoralidad que no ha cometido que lo arrojen a la arena del circo, y que lo
denigren con pecados no cometidos o le acusen de faltas de las cuales no se
siente responsable. Aquellos hermanos temían menos a la muerte que a que
opacaran la gloria de Dios en sus vidas. No podían aquellos apóstoles esperar
del mismo mundo un tratamiento más benigno que sus colegas profetas que les
habían precedido.
Lo que el Señor les pide, que
cuando oyeran sus nombres manchados y aborrecidos injustamente, debían
alegrarse y cantar victoria diciendo ¡bendito sea el Señor porque oigo que me
han calumniado así y así! ¡Esta noche iré a la cama alegre sabiendo que el
libro de mentiras contra mí se va volviendo más grande! ¡Gracias Señor por esas
lenguas viperinas y por esas bocas de serpientes! Para poder sentir eso debían
morir completamente al mundo y amar con todas sus fuerzas más la gloria de Dios
que la de los hombres (Jn.12:43). ¿Podemos así hermanos, gozarnos, con esa
persecución? ¿Tanto amaremos la
bienaventuranza celestial que todo eso no nos importe? ¿Podremos tener la fe de
Moisés que le hizo poner sus ojos fijos más allá de Egipto donde miraba el galardón
de Dios? (He.11:26). Afortunados seremos si somos capaces no sólo de perder tanto sino todo por quien nos creó y nos salvó. Esto es predicar un evangelio
social superior.
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