Las bienaventuranzas


Ten tiernas entrañas como Jesús
MATEO 5:1-7      
Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.

¡Dios mío, qué sermón tan hermoso y bien intencionado, qué lleno de amor y comprensión! Mateo, el recaudador de impuestos que lo escuchó tuvo una gran memoria. Todos hemos aprendido desde antes, que el Sermón del Monte contiene los privilegios y las reglas éticas para los miembros del reino de los cielos; no es regla ni parámetro para inconversos (7:26-8:1). El Sermón de la Montaña es para cristianos, para los que son de un reino que sufre violencia, para los valientes que lo arrebatan (11:12). En Luc.6:17 no dice que lo predicó sobre un promontorio sino en “un lugar llano”. Puede que sanó a los enfermos en el llano y después subió al monte, o según predicaba bajaba, moviéndose como suelen hacer los predicadores. Supongo, es una conjetura. Las bienaventuranzas alcanzan su clímax en los vv.11-12 y ellos nos dan el propósito con que fue pronunciado lo anterior. Son pues, preciosas joyas para los que tienen que testificar de Cristo en tiempos difíciles y nos demuestran su compasión por nosotros.
El Señor muestra su compasión primeramente a los pobres en espíritu. Les llama “bendecido, bendito, bienaventurado, afortunado y feliz” (todo eso significa). No los compadece sino que los declara en una posición de privilegio, de envidia y que no tiene que ver con los que tienen una vida espiritual pobre, una fe pobre, los que son pobres de conocimientos, los que oran pobremente y pobremente ayudan. Eso no es ser bienaventurado sino desgraciado. Afortunados y felices los que por él se hallan humillados, rebajados y pisoteados, los menospreciados, los no estimados y sin valores sociales, discriminados por causa de su fe; e indirectamente les está pidiendo que no se compadezcan a ellos mismos ni se tengan lástima. Un comentario excelente sobre esto lo hace Pablo en 1Co.4:11-13.

En segundo lugar son afortunados los que lloran. No les quita el motivo por el que lloran pero les dice que son bienaventuradas esas lágrimas que por él se vierten y les afirma que los sufrimientos no serán ilimitados porque recibirán consolación. También Pablo hace un comentario sobre este tema en 2Co.1:3-5. Cristo los consolará con su presencia. Las lágrimas serán finalmente detenidas, y el Señor los capacitará para sonreír debajo de ellas, o sin ellas cuando por él expongan sus vidas (Mr.10:30).
Ahora pasa su vista hacia la actitud mansa de sus discípulos. Ellos son como ovejas, son enviadas por él en medio de lobos (10:16), y sin ofender pierden sus vidas. Por supuesto que por la promesa que ellos “heredarán la tierra” deduzco que estaba exaltando la no-violencia social, el pacifismo, lo opuesto a las guerras que se llevan a cabo por territorios o intereses económicos.   No dice, “bienaventurado el hombre natural que responde con el puño y odio, o que intriga y mata para heredar la tierra”. No, bienaventurados son los que han aprendido la mansedumbre de Jesús y viven sin violencias. Bienaventurados los que no responden a la violencia con violencia, al ojo por ojo y al diente por diente, al odio por odio y envidia con envidia. Oh no, el Señor les estaba preparando para que no respondieran el mal con el mal, a la bofetada con la bofetada y a la espada con la espada. También Pablo interpreta así a Cristo en Ro.12:18-21. ¡Bienaventurados aquellos, pues, de maneras mansas y tranquilas!
Sin embargo, la iglesia tiene que sentirse lastimada y ansiar que llegue “el día del Señor”. Que se tome venganza sobre los que los masacran. Jesús no intercepta ni desaprueba esos sentimientos sino que los reconoce y declara que no sólo son justos y naturales sino una gran cosa sentir deseos que su justicia se establezca sobre toda la tierra y los suyos colmados de ella. Es lo mismo que enseñó en su oración modelo, “vénganos tu reino”. Es un vivo sentimiento que procuran aplacar los tiranos. Bienaventurados los que tienen hambre de justicia. ¿Cómo morir en medio de esos lobos que nos matan y se ríen sobre nuestra sangre? Jesús les garantiza que habrá justicia en cada caso y que recibirá retribución cada uno. Este clamor de justicia es el que Juan pone en boca de los mártires en el cielo (Apc.6:9-11). Calvino aplica justicia en sentido general a todo lo que es justo, y Gill la espiritualiza y piensa que se trata de la justicia imputada en Cristo. El primero, me parece que tiene más razón que el segundo, y yo sigo pensando que esa justicia general que dice Calvino incluye la satisfacción social hallada algún día en el reino de Cristo.

El Señor exalta un sentimiento opuesto a la mayoría, la bienaventuranza de la misericordia. Bien como un sentimiento de compasión o como un acto de amor por alguien. Es difícil suponer en cuántas cosas estaba el Señor pensando cuando dijo que los que usaran misericordia con los demás la usarían con ellos. ¿Quién, quiénes, cuándo? Es cierto que con la misma vara que uno mide algún día lo medirán; y el Señor aquí invita a sus discípulos a establecer la “ayuda mutua” y a perdonar, porque esas dos cosas siempre formaron parte íntima de su vida. De todos modos, en tiempos de persecución o de paz, son bonísimas para vivir éticamente por ellas. No que alcancemos la misericordia de la salvación por ser buenos con los demás, pero sí es verdad que  a Dios le agrada que seamos misericordiosos con nuestros hermanos y con todo el mundo. Misericordiosos en el juicio del pecado, cuando les vemos padecer necesidades, aun cuando los miramos azotados por la justicia divina. El Señor ama que tengamos tiernas entrañas para nuestro prójimo. ¡Qué sermón tan hermoso y humano!

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