No le tengas miedo hablar sobre los decretos de Dios, publícalos
Salmo 2.6-9
“Yo publicaré el decreto; Jehová
me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy”.
Estas son palabras mesiánicas (He. 1:5; 5:5). No tomes la palabra engendrado
como si el Mesías en ese momento hubiera sido engendrado porque a lo que se
refiere es a su instauración o declaración de Hijo, a la posición que
“hoy” ocupa por “decreto”, habiéndolo exaltado hasta su diestra y dado un nombre
que es sobre todo nombre. “Hoy que he tomado posesión del reino es como si
hubiera sido engendrado con mi unción, y le pido a mi Padre como regalo un
manojo de naciones”. ¡Que inspirador es meditar en los decretos de Dios! Somos
lo que somos por decreto suyo. Podrán ser ignorados pero no cambiados. Él puede
decretar sí como decretar un no. Por nuestra parte, nos queda bajar la cabeza y
decir como Jesús: “Padre si esta situación no puede ser pasada por alto, la
acepto como tu voluntad” ( paráfrasis).
El autor de Hebreos dice que la
voluntad de Dios es “agradable y perfecta”. De que es perfecta lo he comprobado
muchas veces y sé que es agradable, a mí, que soy el más pequeño de todos los
santos, después de Pablo (Efe.3:8), a veces me ha resultado amarga, con la sola
dulzura, como un grano de azúcar en ella, saber que estoy haciendo su voluntad
y que el acceso al trono de la gracia está expedito y quizás más ensanchado
(He.4:16). Le pedimos a Dios un milagro y él nos provee una medicina o un
remedio. La vida cristiana, como un camino, está cercada por los decretos de
Dios, desde el mismo comienzo de la fe, el arrepentimiento, hasta la
glorificación. La voluntad y decisión humana son veleidosas, pero no los
decretos de Dios. No les tengas miedo a los decretos de Dios, no son horribles
sino incomprensibles, son la misma estructura del triunfo de la perseverancia. Amén.
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