Te equivocas si dices que la madre naturaleza es sabia
SALMO 148:7-12
“Alabad a Jehová desde la tierra, los
monstruos marinos y todos los abismos; el fuego y el granizo, la nieve y el
vapor, el viento de tempestad que ejecuta su palabra; los montes y todos los
collados, el árbol de fruto y todos los cedros; la bestia y todo animal, reptiles
y volátiles; los reyes de la tierra y todos los pueblos, los príncipes y todos
los jueces de la tierra; los jóvenes y también las doncellas, los ancianos y
los niños”.
Toda la
creación. Los peces en su mundo silencioso con sus formas bellas y extrañas,
con las obras y vidas que les fueron dadas. ¿El fuego? Que devora los bosques,
los hogares, las ciudades, que nos calienta en invierno y cuece nuestros
alimentos; el fuego místico, el espiritual, con el cual adoramos a Dios
convenientemente, y extendemos el reino de su Palabra. El granizo bello, lúcido
diamante que refleja su luz y ejecuta su ira. El viento que hace danzar las
ramas de los árboles, que tira al piso la hoja muerta y juega en el remolino
con el polvo; que trae la lluvia y se la lleva, y el ciclón, y el tornado
devastador. Los jóvenes en pleno vigor, con sus sueños y entusiasmos que trae
la alegría, que la vida ha consumido de los ancianos, alaben en espíritu y en cuerpo las doncellas, las hijas de
Débora y Sara, madres de Israel, y los niños en su inocencia, alaben a Dios.
Alábele su pueblo, el más cercano, la iglesia (v.14), el pueblo creado en una
cruz, con la muerte de su Hijo, con sangre y justicia, y con el Espíritu y la
Palabra. Alábenle más y mejor, los que tienen más razones para hacerlo. Alaben
no la fuerza ni la sabiduría de la naturaleza sino a Dios. Te equivocas si
dices “la madre naturaleza es sabia” y no “Dios el Padre es sabio”.
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