Sean cuales sean los obstáculos, se pueden vencer

Romanos 4:13-19
“Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe. Porque si los que son de la ley son los herederos, vana resulta la fe, y anulada la promesa. Pues la ley produce ira pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión. Por tanto, es por fe para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley sino  también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros, (como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida  los muertos, y llama las cosas que son, como si fuesen. El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia. Y no se debilitó en la fe al considerar su cuerpo, que estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la esterilidad de la matriz de Sara”.  

SALTANDO OBSTACULOS
¿Has leído eso que la ley produce ira? (v.15). Este punto es importante para la argumentación del apóstol oponiéndose a la justificación por la ley. Si ella produce la ira divina, ¿cómo podrá alguien justificarse con algo que le enoja? Vea como se explica eso. Si alguien oye la ley y la escucha atentamente abriéndole sus oídos y corazón, suponiendo que vaya a darle obediencia a esos mandamientos y ordenanzas, al poco tiempo transcurrido se dará cuenta que no puede cumplirlos, por una razón, es muy débil y las demandas son muy fuertes; aunque sienta deseos de hacer lo que se le pide la voluntad no acompaña y acaba por no hacerlo más. Pero no queda eso ahí sino que como en sí misma es represiva, prohibitiva, aflige la carne, lo encierra todo bajo pecado y como si le pusiera un freno o un cabestro para acercarse a Dios. Lo que hace es revivir el pecado, despertarlo y lo que se hallaba escondido saca su cabeza y lo subyugado se enfurece y domina. Naturalmente, la persona se pone peor tratando de cumplir la ley más que mejorarse, aunque sus actos no lleguen a ejecutarse, para sí misma se percata que ahora es peor y no mejor. O sea, se ve como ella misma es y se muestra a sí misma como en un espejo. La represión por la ley hace crecer el pecado y trae como consecuencia que la ira de Dios aumenta. Más pecado más ira que se acumula. Los que quieren justificarse por la ley lo que hacen es enojar más a Dios, es imposible por medio de ella agradarle. Cualquier pretensión es hipocresía. Entonces dirás: ¿Para qué la dio pues?” Eso lo responderemos al llegar al séptimo capítulo.
¿Qué quiere decir que, donde no hay ley tampoco hay transgresión”? (v.15). ¿Que si alguien no oye la ley no peca? No. Aunque una persona no oiga en toda su vida ni un solo mandamiento, aunque no se le juzgue por ellos, perecerá de todos modos, siempre la violará. Pero Pablo habla como hombre y acomoda su lenguaje a las leyes civiles. Si no hay una ley que condene el robo, si alguien roba no será sancionado, pero robó. El hecho de haber delinquido permanece, violó la ley divina aunque no la conozca. Su pensamiento es éste: Si una persona está tratando de justificarse por las obras, se halla bajo su ira no bajo su amor, sus esfuerzos más bien lo condenan y lo convierten en un transgresor. Mejor fuera que no tratara de justificarse por las obras, que desconociera la ley divina que conociéndola buscar la salvación de su alma fuera de la fe.
Con estas palabras: “como está escrito: te he puesto por padre de muchas gentes, delante de Dios a quien creyó, el cual da vida a los muertos y llama las cosas que son como si fuesen” (v.17). Cuando Abraham creyó tenía casi cien años (v.19), lo cual representaba una gran dificultad biológica para el cumplimiento de la promesa, un obstáculo natural. Si hubiera mirado su cuerpo, “considerarlo” atentamente, sus arrugas, su desgaste, su andar lento, más próximo a la muerte que a la vida, hubiera exclamado que era imposible que de sus lomos saliesen pueblos y reyes. ¿Cómo puede un árbol seco reverdecer y echar frutos en tanta abundancia? Pero el patriarca no consideró los obstáculos, ¡Ay como debilitan nuestra fe los cálculos, y los obstáculos que vemos en el camino! Dios le había dicho: “te he puesto por padre de naciones”, como si ya lo fuera, pero aún no tenía ni un hijo. Y lo fue. Pablo lo que hace es explicar el uso del verbo en pasado. No hay futuro para el Dios eterno. Basta que quiera algo y ya existe, lo que no existe aún lo nombra como si ya existiera, lo que no está en el tiempo como si hubiera entrado en él. Eso es indudable que lo dice para exaltarlo a él y animar la fe nuestra.


Y ¿cuándo uno puede saber que actúa por fe y no por imprudencia o fanatismo? Pienso que cuando lo que vamos es a creer alguna promesa divina, algo que se nos ha prometido. Si uno cree algo que él no ha prometido, no tiene por qué cumplirlo. La fe tiene que fundamentarse en la Palabra de Dios no en un capricho. Ese es el primer paso. Una vez comprobado eso los obstáculos ni siquiera se consideran, sean cuales sean se pueden vencer, no existen. La fe llama lo que es como si no fuera. Lo natural, lo lógico, no tiene validez alguna si contradice la palabra de Dios. Lo que dice el apóstol enseña que los obstáculos debilitan la fe, “no se debilitó en la fe” (v.19). Siempre ese ha sido el error nuestro, considerar los obstáculos y hasta al visualizarlos agrandarlos. Uno no tiene realmente fe hasta que no tiene nada en qué apoyarse que no sea la misericordia y la Palabra de Dios. Dios abate todo otro punto de apoyo. Y esos son momentos desagradables y mucho miedo. Si se ponen los ojos en los obstáculos, se pasa por ser natural, sensato, sabio, pero incrédulo.  

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