Lo que sí merece un latigazo de desaprobación

JUAN 2:13-17
13 Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, 14 y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. 15 Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; 16 y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. 17 Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume”.
FUERA DE LA CASA DE MI PADRE
Jesús limpió el templo dos veces, al principio y al final de su ministerio. Esta fue la primera vez.
En la segunda ocasión que limpió el atrio del templo, los otros evangelios dicen que dijo que aquello se parecía a una “cueva de ladrones” y no sólo a una “casa de mercado” (v.16; Mt. 21:12,13). Aquellos hombres, y las autoridades eclesiásticas aprobaban ese comercio, del cual siempre recibirían algo, haciendo de la “piedad fuente de ganancias” (1Ti. 6:5). Pensaban que la gente que viajaba largas distancias para sacrificar en la Pascua le era mejor traer el dinero y comprar los animales allí mismos, que arrearlos desde recónditos parajes. Los adoradores se convertían así en clientes religiosos.
Esto suena como algo así de lo que hoy se llamaría el marketing en la iglesia. La ambición no es desconocida en esto del comercio de productos religiosos, y es casi imposible evitar que haya hombres que hagan una fortuna con las cosas de Dios, hasta en la impresión variada de Biblias expuestas a la venta; eso se ve en la vuelta de ellos a sus andadas, a lo que Jesús les prohibió y les explicó. Es comprensible que Dios no prohíba vender la Biblia, o los comentarios sobre ella, o los buenos programas que ayudan a estudiarla. Eso cuesta dinero producirlo, y como es justo que los que predican el evangelio “vivan del evangelio” (1Co. 9:14), así es justo que los que los que producen un material espiritual tan bueno se les remunere por él. Lo que sí merece un latigazo de desaprobación es la burocracia holgazana  y bien pagada que se ha edificado dentro de nuestras denominaciones cristianas cuyo trabajo principal, además de los pequeños y condicionados socorros que algunos ministros reciben, consiste en inventar estrategias y planes para que los pastores y las iglesias los hagan. También Jesús mira muy serio a una organización que dedicada por Dios a lo espiritual se distinga por el lucro y la especulación.
Hay hombres muy espabilados que han descubierto que la religión puede  convertirse en una empresa comercial y  han caído en “el lucro de Balaam” (Judas 1:11), y la usan para ganar dinero. No vendiendo palominos ni bueyes pero arreglando las cuevas, pozos y senderos por donde anduvieron los profetas y Jesús, organizando carísimas giras turísticas a esos lugares santos. También casas editoriales que publican Biblias de todos los colores, con tapa barata o de piel, común o con cantos dorados, para matrimonios, sólo para mujeres, en cuadros para niños, en todos los sabores y para todos los gustos, y libros, los que Pablo dejó olvidados en casa de Carpo y sobre todo sus antiguos pergaminos, y otros mil enseres del Antiguo y Nuevo Testamento.
Los músicos son otros, supuestos descendientes del “dulce cantor de Israel”, o del director del coro del templo, Jedutún, venden sus producciones, ¡pero por Dios!, ¿por qué cobran sus conciertos a precios astronómicos, y si no les pagan esas cantidades, adiós, y no hacen el contrato? El viejo Demetrio de Éfeso no sabe cantar pero ha construido un imperio vendiendo templecillos judíos, ornamentos cristianos, aceite para la unción, pan sin levadura, perfumes sagrados de nardo puro, pañuelos mojados de sudorosos predicadores como si fueran el sudario de Jesús, y hasta ha patentizado la simonía, idea de Simón el Mago, que la imposición de manos para recibir el Espíritu Santo y los cargos eclesiásticos pueden cobrarse haciéndoles creer a los simples que si lo reciben pueden obrar villas y castillas.
Algunos de esos embaucadores tienen coches lujosos, aviones privados y se hospedan en hoteles de primera clase alquilando todo un piso para ellos y sus compinches. ¿No merecen esos mercaderes que nuestro manso Señor teja una cuerda para las espaldas de ellos? ¿O aún más, que los ate de pies y manos con ella y los eche en las tinieblas de afuera?
Termino con una pequeña defensa al pacifismo de Jesús. Los buenos comentaristas dicen que él hizo un azote simbólico ya que no lo usó para golpear a los animales o a las aves. Aunque se dice que “echó a todos afuera del templo con las ovejas” (v.15) no dice que los maltrató; les obligó con autoridad profética a que sacaran el ganado. A las aves no les abrió las puertas para que se fueran sino que se las llevaran de allí; a los cambistas les echó el dinero al suelo pero como Jesús tiene la virtud de la honradez, no se echó ninguna moneda en el bolsillo, es decir lo que pareció violencia no fue otra cosa que autoridad y lo que mostró no fue odio ni ira sino celo por la iglesia, como después recordaron los discípulos, porque el Espíritu Santo les recordó a ellos los sermones, los hechos y las oraciones oídas pasados muchos años.

No es violencia lo que necesitamos hoy sino celo doctrinal, evangelístico, piadoso celo misionero y literario, que a golpe de espada bíblica, hiera, expela y suprima toda autoridad eclesiástica lucrativa de los que están arriba y abajo (v.17; Sal. 69:9)  y limpie la religión cristiana de esos rufianes cuya sed por el dinero es insaciable. 

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