Atrévete a robarle una bendición a Jesucristo
Marcos 5:21-34
(Mt. 9:18-26; Luc. 8:40-56)
“Pasando
otra vez Jesús en una barca a la otra orilla, se reunió alrededor de él una
gran multitud; y él estaba junto al mar. Y vino uno de los principales de la
sinagoga, llamado Jairo; y
luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija
está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá.
Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban. Pero una mujer que desde hacía doce años
padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado
todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó
hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su
manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el
cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús, conociendo en sí mismo el
poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado
mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y
dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho
esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había
sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le
dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote”.
La
forma en que los escritores de los evangelios suelen presentar e interpretar a
Jesús es sorprendentemente bonita, y dibujado con una sencillez admirable que
hace que el acontecimiento narrado esté integrado por detalles indiscutiblemente
ciertos y hermosos. Es cierto que nuestro Señor se cansaba, sentía hambre y
sed, pero lo que no se puede suponer es que su poder espiritual se mermara con su uso como parece indicar
aquí el evangelista, que ocurrió cuando aquella mujer sin permiso de nadie se
acercó a hurtadillas por detrás de donde él estaba, y con una fe improvisada en
un toque de sus ropas, extrajo la virtud que su hemorragia necesitaba para
detenerse en el acto (vv. 28-30). No más tratamientos dolorosos y costosos, no
más medicinas y miedos a los temibles
médicos. Ya su salud volvió por otro camino que el de la consulta y la
farmacia.
Eso
de que "conociendo en sí mismo el poder que había salido de él,
volviéndose a la multitud, dijo: ¿quién ha tocado mis vestidos?", es una
forma interpretativa del escritor sagrado para explicarnos, sin entrar en el
detalle de la omnisciencia divina, cómo se dio cuenta que alguna persona había
sido bendecida no frente a frente sino por detrás. Jesús al instante se percató
de lo que había pasado pero no dijo que sintió alguna extraña sensación como
que algo dentro de sí mismo le abandonaba, sino que con simpleza hizo la
pregunta que quién lo había tocado (v. 30), no porque no supiera dentro del
grupo quien era aquella señora, sino porque quería que ella por sí misma
contara lo que había ocurrido, y la multitud con regocijo reconociera la
realidad de los milagros que ejecutaba, que sin que los planeara y sin que
pusiera alguna atención, la fe genuina en su persona establecía contacto con su
bondad, y sustraía de sí mismo aquella cosa por la cual había estado orando.
No
era necesario en lo absoluto que a cada necesitado él le prestara alguna
particular atención, porque ya es como una
ley espiritual suya que cuando se cumple, ella activa la comunicación con
la Deidad y se recibe lo solicitado, aunque su inteligencia siempre lo conoce.
Nada pasa dentro de sí sin que él lo sepa. No es que sea algo automático y
alguna especie de ritual que una vez hecho inmediatamente aparecen los
resultados, sino que es una segura respuesta de una relación victoriosa. Lo que
se trata de enseñar, y Jesús tomó cuidado en eso, es que él nunca está
demasiado ocupado en otros asuntos de personas importantes y que no tiene
tiempo para atender alguna necesidad menor de cierto creyente anónimo.
Debemos
quitarnos de la cabeza la idea que Dios está tan ocupado con los problemas de
otra gente, los grandes de las naciones, que no puede socorrernos, o por lo
menos tenemos que colocarnos en una fila de espera hasta que nos llegue el
turno. Eso no es cierto, ya hemos visto en otra ocasión que Jesús dormido
controla completamente una situación; aquí vemos al mismo Señor sin prestarle
atención a la persona, aparentemente sin conocerla, sin interrogarla,
favorecerla, porque si se tiene fe en él, aunque con defectos como el de ella,
el acceso no está bloqueado para obtener un favor de Dios.
En
el caso que nuestro amado Señor lo que tenga en mente es la situación de otra persona y en ese mismo instante se encuentre
contestando la oración de otro, el factor tiempo y trabajo no concurren para
impedir una bendición; podemos acercarnos a nuestro Dios con la convicción de
que nos atenderá como si fuéramos la única persona en el mundo, y como si él
estuviera completamente entregado en atención y poderes a nuestra necesidad. Imaginar
que Dios no tiene tiempo para nuestro caso es una equivocación que debiera
estar fuera de lugar en la obtención de nuestra petición. Aunque Dios se encuentre
ocupado atendiendo millones de casos complicados, no es ningún obstáculo para
que una persona anónima, que sin permiso reciba contestación a su oración de fe
porque en resumidas cuentas ella fue atraída por el Espíritu y ejerció una fe que le había sido dada por Dios, y con
ella hizo como si robara una bendición
sin que él se diera cuenta.
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