No estés miedoso ni obsesionado con la muerte
2Timoteo 4: 6-8
“El tiempo de mi partida está cercano. He peleado la
buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está
guardada la corona de justicia la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel
día; y no sólo a mí sino a todos los que aman su venida”.
El apóstol vive sin obsesión con su muerte. Para él ella
tiene un doble impacto. “El tiempo de mi partida” (v.6); la palabra que usa (analúseos)
significa tanto partida (desatamiento) como disolución (separar
en partes). Está traducida bien, ese era el concepto que el apóstol tenía sobre
la muerte, una separación, similar a un barco que suelta sus amarras y se aleja
del puerto, o una tienda que se desata y desarma. Esas dos palabras definen
completamente el concepto de la muerte; por un lado es espiritual, señalado
como una partida (Flp. 1: 23, se usa la misma palabra); cuando el alma
vuela a Dios, retorna a su Creador, va a su Salvador. Y por el otro lado la
muerte física, cuando el cuerpo sufre una disolución y se separa en
partes volviendo al polvo. Si esas dos definiciones las pones en tu corazón
cuando pienses en tu muerte: Una partida y una disolución, pienso que pueden
ayudar mucho a tu fe y esperanza. No hay que huir con los ojos de donde se
hallará la disolución, en la tierra hay una esperanza escondida que será
revelada. La muerte tiene un doble impacto: sobre el alma y el cuerpo.
Sin embargo, fíjate que Pablo no está
obsesionado con la muerte. El apóstol está pensando más que en su muerte en
la venida de Cristo y en su resurrección (v.8). El pensamiento de la muerte
aquí no ocupa comparativamente mas espacio que la resurrección; si comparamos
el v.6 con los vv. 7,8. El trabajo que ha hecho, la vida que ha vivido es más
importante para él en esos momentos, que la misma muerte. Cuando dice, “he
peleado la buena batalla, he acabado la carrera”, es más importante que decir:
“Me voy a morir, tengo la muerte cerca, lista para desatarme”. ¿Es así para ti?
No seas como aquellos que se preocupan mucho por morirse pero no por examinar
como viven y qué han de recibir luego que sus cuerpos y almas experimenten el
cambio. ¿Cómo estoy viviendo ahora? ¿Qué estoy haciendo?, son preguntas mucho
mas importante que “cómo y cuándo me voy a morir”. Una fe poderosa elimina
siempre cualquier obsesión o culto a la muerte. La esperanza es una gran luz
para esas sombras.
En segundo lugar veamos las
causas que debilitan la fe al morir. La falta de fe de
algunos hermanos a la hora de morir, supongo que sea por los errores que
sustentan al definirla.
(1) No la miran como un sacrificio a Dios;
mientras que Pablo así la definió y así la concibe, “estoy para ser
sacrificado”. Es partida, es disolución, pero es un sacrificio, algo sagrado,
agradable a Dios. No morimos inútilmente, no es una pérdida que sufrimos sino algo
que ofrecemos a Dios, la entrega de lo que es suyo. ¡Dios nos ayude a
rendir un gran culto a él cuando vayamos a morir! Quizás Pablo esté pensando en
con qué muerte ha de glorificar a Dios (Jn. 21: 19), ya que se refiere a
un sacrificio, como si lo decapitaran. Uno puede decir así: “Pongo mi vida para
volverla a tomar”; “Señor, te entregué mi vida en el servicio, ahora la
rindo en mi muerte, con mi reposo”.
(2) La otra razón pudiera ser que la perciben sin
continuidad con esta vida, por lo menos piensan poco que vaya a existir
posteriormente alguna relación con lo que han hecho y dejado. Eso ni para los
incrédulos es cierto. Nuestras obras nos siguen (Apc. 14:13). La
paga de los impíos es continuar siendo eternamente lo que escogieron ser y
acompañándose de amigos, familiares y cosas que tuvieron por delicia. La
tortura máxima de los que no creyeron será no poder deshacerse de lo que fueron
y tuvieron (Luc. 16: 27,28); la corona de los piadosos será continuar gozándose
en lo que fueron y escogieron hacer. El que escogió gastar su vida en las cosas
de Dios, ese será su destino eternamente. Para Pablo la muerte no es discontinuidad
sino la unión con Cristo, su destino
Todo eso ocurre porque Pablo
invirtió en el cielo. La continuidad que él establece es la de su
esperanza en la resurrección. El “aquel día” es la segunda venida de
Cristo; y” la corona de justicia” no es una corona de oro, de laurel o
diamantes, sino su cuerpo hecho glorioso como el de Cristo. Eso es lo
que explícitamente dice en Flp. 3: 11-14,21. La resurrección es el premio de
los que aman la segunda venida de Cristo; que son los mismos que aman su
encarnación, sus sermones, sus obras, su muerte, su ascensión, su iglesia y la
predicación del evangelio.
Jesús, en los días de su carne infundió esa
esperanza en sus discípulos, fueron muchos los que él trajo de regreso a la
vida y él mismo, volvió a tomar su vida. Esa esperanza de gloria en el cuerpo
no es de los filósofos sino suya. No consideró su premio ir en espíritu adonde
se halla el Salvador, sino juntarse con él en cuerpo y alma. La esperanza
cristiana de la resurrección es la esperanza de las esperanzas; la satisfacción
total y plena de la vida humana. Partir y” estar con Cristo es muchísimo
mejor”, que seguir viviendo en la carne, pero no mejor que resucitar con un
cuerpo glorioso, semejante al Suyo.
Pero no voy a continuar examinando las causas que debilitan
la fe, sino aquellas cosas que la fortalecen y ayudan a morir. Uno
puede mencionar su muerte sin espantarse, si la ha invertido espiritualmente.
Eso fue lo que hizo Pablo, pues dice, “he peleado la buena batalla”; ¿cuál? La
batalla de la vida cristiana, la del ministerio, la del evangelio, la de la
vida eterna. La batalla contra toda forma de pecado, de la carne y doctrinal.
El invirtió su vida espiritualmente, combatió el pecado hasta la sangre.
La muerte es un desenlace espiritual, nos presenta ante una experiencia
espiritual. Las causas podrán ser físicas, biológicas, pero la experiencia es
espiritual. Si una persona solo ha vivido para lo material, se sentirá
frustrada y se atormentará con la idea de perderlo todo. El punto máximo que
podrá alcanzar su ánimo es resignación pero no de gozo en la
esperanza. El apóstol invirtió su vida peleando espiritualmente contra el
pecado, dentro de sí mismo y en otros. Lo demás que sigue “la carrera, la fe”,
también tiene que ver con su ministerio (Hch. 20: 24, 1 Co. 9: 26, 27).
Estrictamente sus pensamientos tienen que ver con lo que hizo, con su inversión
espiritual de la vida. Guardó la fe; quiere decir la doctrina del evangelio en
su plena pureza. Se mantuvo, por gracia, teniendo fe en lo que aprendió y
vivió, hasta el final glorioso. Dios nos conceda su misericordia para
llegar, creyéndolo todo (todo lo cree, como dijo, 1Co.13). La fe no termina
sino en el cielo. Y el amor continúa.
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