El Dios que tuvimos cuando fuimos fieles
Jeremías 51:50
“Acordaos de Jehová y de Jerusalén”.
Dos incentivos
para volver al punto de juicio, recuperarse espiritualmente y volver a empezar:
uno teológico, Dios y otro eclesiástico, la iglesia, recordar
quién es Dios y qué iglesia, aunque
todo el tiempo que nos separa haya sido llenado con un océano de tristezas, no
recordar eso que sólo nos saca gemidos y lamentos del pecho, culpas y
vergüenzas, sino recordar la gracia, el amor de Dios y la iglesia cuando estaba
sana.
El primer recuerdo que hay que tener no es sobre
nosotros mismos ni sobre el pecado que nos trajo tan malas consecuencias sino sobre
el Dios que nos aguarda, el Dios que tuvimos cuando fuimos fieles, el que no
cambia. ¿Quién es Dios? Si él ha sido justo, ¿por qué reprocharle
nada?
El trato que Dios te ha dado pudo haber sido severo
pero compasivo y no desproporcionado, sino por debajo de lo que merecías, lo
suficiente para que tus calamidades no te destruyan sino te aleccionen para un
futuro mejor. ¿Es posible una vida espiritual mejor después de haber sido
castigado por desobediencia? ¡Cómo no!
¿No fue capacitado Pedro para confirmar a sus
hermanos, los fieles, cuando ellos habían sido más fieles que él? Es que con el
perdón y la misericordia viene mucha gracia y crecimiento espiritual que hace
crecer y da ventaja sobre los demás. Recuerda que él es fiel; y perdona
las infidelidades, cuando fuiste infiel él no se negó a sí mismo para tratarte
descomedidamente, él está en el punto donde lo dejaste y puedes volver a
empezar como si nada hubiera ocurrido, el Señor no preserva rencores.
Recuerda que es tu creador y vence cualquier
imposible.
Pero recuerda también la iglesia, su
Jerusalén que desciende de arriba, no las apostasías. No recuerdes las faltas y
la culpa de los infieles y las calamidades que sobre el pueblo ellos han
traído, recuerda “el remanente escogido por gracia”. Acuérdate de su antigua
hermosura, de sus torres, (Sal. 48:12-14), de su río como un cristal (la
predicación en el Espíritu Santo) que alegra la ciudad de Dios (Sal. 46:4),
recuerda que fue el lugar de tu reposo, el sitio donde en Cristo fuiste
bautizado, donde crecieron tus hijos. ¡Buen viaje y Dios bendiga tu regreso!
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