Envidia homicida


Marcos 6:1-6

(Mt. 13:53-58; Luc. 4:16-30)

1 Salió Jesús de allí y vino a su tierra, y le seguían sus discípulos. 2Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es esta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos? 3 ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él. 4 Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa. 5 Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. 6 Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando.


Los nazarenos, dice el evangelista Lucas (Luc. 4:29-30), trataron de despeñar a Jesús sin hacerle juicio ni acusarlo de algo en concreto. El odio contra él tiene una sola explicación, que sentían envidia porque era uno de los suyos que de forma súbita e inexplicable había ascendido en categoría intelectual y espiritual entre ellos. Jesús había emergido desde la clase pobre en una carpintería, no en una escuela rabínica, ni de entre la aristocracia rica, ni tampoco de entre los que tenían el poder. La pregunta que sus adversarios se hacían continuamente tenía que ver con su oficio y su familia que contrastaban con lo que él era. Su sabiduría y sus poderes espirituales les servían de escándalo. Eso era lo asombroso que una persona tan común de forma inesperada contenga la abundancia de todo aquello, y los deje atrás, sepa más que ellos y los enseñe, que no lo haya recibido de la forma tradicional que los hombres adquieren conocimientos, de otros hombres profesores; éste sin embargo se mostraba completo en todo lo que decía y hacía y nadie podía atribuirse que lo hubiera tenido sentado en una de sus aulas.


El evangelista se muestra decepcionado con aquellos hombres cuando dice que no pudo hacer allí ningún milagro "salvo que sanó unos pocos enfermos poniendo sobre ellos las manos" (v. 5); la única razón que daban para no creer en él era que no podía ser lo que era y fuera él lo que era y no ellos. Si hubiera sido otro y no un carpintero sino un principal de la sinagoga, alguno de los miembros del sanedrín, o una persona desconocida venida de otras ciudades o países, quizás habrían estado dispuestos a recibirlo (Jn. 5:43), pero que fuera uno de ellos, sin fama, de la clase pobre y sin algún doctorado, y emergiera por encima de todos era algo intolerable; el tenerlo como un superior y darles lecciones a ellos que se creían conocer tanto, y sentían envidia al medirse con él y sentirse menores. De todos los pueblos que visitó Jesús donde menos honra recibió de la gente fue en el suyo porque toda la querían para ellos, y lo mismo ahora, que están dispuestos a recibir cualquiera otro que venga en su propio nombre, y con su propia religión o sin ella, pero que no les de envidia y que se manifieste con sangre azul y no roja, si tuviera otros padres y no aquellos, otros hermanos y hermanas de una clase superior, rico y no pobre y con los poderes de este mundo no con los de otro. No lo amaban sino que lo odiaban y querían borrarlo de la ciudad porque sentían envidia y la causa de la incredulidad de ellos era la envidia, no creían porque eran envidiosos, porque su persona y su mensaje los hacía sentir menos.


Esa es la explicación que con frecuencia un cristiano no encuentre honra entre sus conocidos y parientes, que sienten envidia cuando les habla de sus pecados y vive frente a ellos. Lo menosprecian no porque sea inferior sino porque los hace sentir inferiores. No pueden negar el cambio pero quisieran que no hubiera ocurrido, que no hubiera tenido esa clase de "conversión", y lo lamentan, preferirían que siguiera viviendo como antes en pecados, y si no resulta así quieren que se vaya lejos y que no viva entre ellos. Caín mató a Abel por envidia (1 Jn. 3:12).


La gente suele sentir envidia cuando Dios prospera a uno más que otro y lo mira con malos ojos (Mt. 20:1-15). A Jesús lo mató la envidia y la mala voluntad de aquellos religiosos (15:10). ¿Qué se puede hacer con la envidia de otros? Nada, sólo ponerse fuera del alcance de ella, hasta que Dios si quisiera en su misericordia se les revele y se los haga entender, porque la envidia necesita mucha humillación y es difícil curarla.

Comentarios

  1. Hasta que no veamos los éxitos espirituales de los hermanos como nuestros, seguiremos necesitando una buena dosis de humillación.

    Hace tiempo me sorprendí a mí mismo sintiendo envidia por la excelente prédica de un hermano que es ofensivamente joven.

    Me sentí tan mal por ello, que ahora oro por él cada día, lol!

    :D

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  2. Renton, en cuanto a lo de la envidia, en nuestros corazones existen las larvas de toda malicia y perfidia, lo que la gracia no las deja desarrollarse, como ocurrió contigo. Ah, me has hecho reír. No lo tomes a mal, cuando dices “ofensivamente joven”, de eso me reí. Tengo canas y no les cambio el color, eso es una cobardía y como pedirle perdón por ir envejeciendo, a una sociedad tonta que piensa que todo lo joven y nuevo es mejor. Tengo algunos sermones que prediqué hace 30 años ... ¿crees que quisiera tener 30 años menos y predicar igual? No way. Abrazos.

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