El modelo del carácter de Dios
“Entonces el rey Nabucodonosor se espantó, y se levantó apresuradamente y dijo a los de su consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él dijo: He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses. Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiendo y dijo: Sadrac, Mesac y Abed-nego, siervos del Dios Altísimo, salid y venid. Entonces Sadrac, Mesac y Abed-nego salieron de en medio del fuego” (Da.3:24-26).
Esa forma de hablar denota más temor que reverencia. Está horrorizado por lo que ha visto y tiene miedo al castigo divino. Honra de ese modo a Dios, por el castigo que merece y no por lo que es él (v. 28). Nota que bendijo “al Dios de ellos” (que bien pudiera haber dicho “dios” y seguro que fue lo que quiso decir), el dios de otros, no el propio. Nabucodonosor se ha acercado a la fe pero aun no está dentro de ella. Si lees los vv.29-30 notarás que parece haber cambiado de religión, aceptado una nueva; cambió de dios, revisó la jerarquía de soberanía de todos los anteriores y puso al Dios de los judíos en la cima. Pero continuó siendo el mismo hombre, un personaje cruel.
Nabucodonosor pensó que el Dios de aquellos jóvenes era como los otros dioses; primero que era soberano quizás supuso que era omnisciente, que todo lo sabía, que era omnipresente, que todo lo veía y por supuesto resistente al fuego, todopoderoso. Eso sería concederle que aprendió mucho, pero supongamos. No obstante le podríamos decir, una cosa, no conoció su carácter. Y si leemos los capítulos siguientes continuamos comprobando eso, se dio cuenta de algunos de los que llamaríamos atributos naturales del Señor pero por el desarrollo de su vida no vemos por ninguna parte de ella que conociera sus atributos morales, que lo hubieran hecho brillar gloriosamente; y son esos atributos morales los que determinan la salvación de una persona y dejan sin sospechas la marca divina de su transformación.
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