El sueño de Jeremías era ser la boca de Dios
JEREMIAS 15:19-21
“Por tanto, así dijo Jehová:
Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si
entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a
ti, y tú no te conviertas a ellos. Y te pondré en este pueblo por muro
fortificado de bronce, y pelearán contra ti, pero no te vencerán; porque yo
estoy contigo para guardarte y para defenderte, dice Jehová. Y te libraré de la
mano de los malos, y te redimiré de la mano de los fuertes”.
Las palabras indican una pequeña, tal vez
aparente separación de Dios; ¿cómo un gran profeta como Jeremías podría
separarse del Dios a quien tanto amaba y obedecía? ¿Acaso se enfrentaba a sus
mandamientos, rehusaba cumplirlos? No era infidelidad hacia Dios, no.
Eran sus quejas; ellas eran las que estaban perturbando la comunión
entre el Infinito y su varón profeta. Jeremías se quejaba mucho,
frecuentemente, amargamente; se quejaba del mal trato que el pueblo le daba (v.
10) y hasta mencionaba a su madre. Se quejaba de que sus palabras no eran oídas
y que sus profecías caían en el vacío.
En todo eso, por supuesto, créalo o no, disminuía la
comunión entre él y su Señor, una pequeña distancia iba existiendo, una fina
fisura que con el aumento de las quejas podría ir agrandándose más y más. La
actitud de quejas es falta de confianza en Dios y además disminuye el alma
del profeta, achica las posibilidades de hallarse espiritualmente
capacitado para hacerle bien al pueblo porque su amor y gozo en servirle se
torna en amarguísimos reproches, en continuas filípicas más que en mensajes de
amor de Dios. Los alejaría más que los atraería con “cuerdas humanas, con
cuerdas de amor”. Ya de por sí el mensaje los alejaba, mucho más afectaría su
ministerio la actitud que él tuviera con ellos; pero más bien sus quejas son
contra Dios, es de él de quien más se está separando porque quien se queja del
ministerio que Dios le dio lo culpa indirectamente a él de haberle dado ese
trabajo y de haberse equivocado. El mayor obstáculo que tuvo en su ministerio
fueron sus quejas, que provocaban su destrucción espiritual porque el
Señor le dice que si se convirtiera (la palabra significa retorno, volverse) él
lo “restauraría”, que es la misma palabra que convertirse o regresar. ¿Te
quejas ministro, de que no te atienden, que tu comisión es difícil, de que tu
pueblo te maltrata, te afrenta, te maldice? Aunque fuera cierto, no te quejes
que eso no le gusta al Señor oírlo en tus labios, se entristece. Cuando Dios le
dice: “Si te convirtieres” es como si le dijera: “si no te quejaras más del
pueblo, de los maltratos y del poco resultado que tienen tus profecías”.
Seríais como la boca de Dios.
El sueño de Jeremías era ser la boca de Dios, y el
Señor le dice que tenía que permanecer en su presencia (v. 19), o permanecer en
su secreto (23: 22); y separar dentro de él, lo mismo que hizo de las
falsas doctrinas, lo precioso de su palabra de lo vil de las otras, debía salir
primero de ese estado espiritual "vil" y confiar en las
"preciosas" y grandísimas promesas de Dios (2Pe. 1:4) para ser un
heraldo de Señor; y animado así con la virtud y el poder de Dios, inmunizado
con esperanza, ellos podrían convertirse, pero lo contrario pasaría si seguía
desanimado, terminaría desanimando a los otros; en esencia y en espíritu debía
ser diferente a ellos; para lograr la conversión a Dios debía lograrla en sí
y para sí; en una palabra, debían encontrar en el mensaje y en él a
Dios, siendo ellos imitadores de él como él de Cristo; aunque Dios no intenta
sugerirle a Jeremías la posibilidad de que él se endurezca como ellos, existe
el peligro de rebelión contra Dios por una razón diferente: El pueblo por
incredulidad y él también pero en relación con inconformidad dentro de su
vocación. Una cosa grande en el predicador es combatir sus desánimos,
frustración, y no condicionar su ánimo, fe y perseverancia a la conquista o
derrota de los corazones; debe hallarse en fe por encima de su congregación y
apegarse a su llamamiento y mensajes, independientemente del resultado.
No
es hacer las cosas bien hechas sino la voluntad de Dios
MATEO 9:27-31
"Jesús les encargó rigurosamente, que nadie lo
sepa. Pero ellos divulgaron la fama de él por toda aquella tierra".
En todo este comentario recuerde que Jesús les dijo
esta palabra “rigurosamente” (v.30). No sé cómo es que hay escritores que
excusan esta desobediencia con la gratitud y el gozo que ellos sentían que no
pudieron tapar sus bocas. Jesús parece al principio tener alguna reticencia
para bendecir los dos ciegos y después que lo hizo ellos probaron ser
desobedientes y dañinos para la obra. Este es un caso parecido al que se cuenta
en Mr.1:40-45; Jesús les dice una cosa y ellos hacen otra (1Sa.15:22). Pensaban
que era muy grande la noticia para mantenerla callada, que era lo mejor, aunque
Jesús dijera lo contrario. ¿Cómo puede hacerlo mejor si es lo contrario? A
otros les había dicho que se lo dijeran a todo el mundo (Mr.5:18-12). Pero
estaban equivocados porque Jesús específicamente a ellos les dijo que no;
oyeron lo que les decía a otros y contrario a la prohibición específica
personal hicieron lo opuesto, cuando debían haber cerrado la boca. A veces
queremos ser más sabios que Jesús. Queremos estereotiparlo. No se trata de
hacer lo bueno solamente sino hacer la voluntad de Dios cualquiera que sea. Es
cierto que debemos considerar las cosas una por una para hallar la razón de
ellas (Ecl. 7:27), para aprobar lo mejor (Flp. 1:9,10). La obediencia es
primordial, o dañamos la obra. Cuando hacemos lo contrario a lo que se nos dice
perjudicamos el transcurso del trabajo de Jesús y hacemos más difícil cumplir
con su misión. Reflexione en esta expresión "si Dios te lo mandare"
(Ex.18:23); y esta otra, "considera lo que digo y el Señor te de
entendimiento en todo" (2Ti.2:7); y "si otra cosa sentís os lo
revelará Dios" (Flp.3:15). El propósito de Dios con otro hermano puede que
no sea igual que el tuyo ni el tuyo igual que el de otro hermano. Deja al
Espíritu Santo hacer su obra individual en cada cual, y no apliques los
mandamientos de Dios para ti, la vocación con que fuiste llamado, a la vocación
con que fue llamado otro.
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