De qué modo Abel hacía sufrir a Caín
“Todo
aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene
vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su
vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los
hermanos”.
Parece que el apóstol del amor sigue hablando de modo absoluto, llamando al
pan, pan, y al vino, vino. Acabó de hablar del asesinato de Abel (v. 12), y dio
a entender que en esencia la rivalidad tenía como motor impulsor la envidia; y
fue ella la que generó las ideas y cómo deshacerse de la persona que le hacía
sufrir con sus buenas obras, a Abel. Hubiera querido que Abel no fuera lo “cristiano”
que era, que no fuera tan santo, que tuviera una religión como la suya, menos
exigente, más relajada, con un poco más de carnalidad, y si hubieran existido
otros, que tuviera de ellos la sanción aprobatoria. Él no quería ni podía ser
como su hermano, tendría que ir de regreso al vientre de Eva. A las fiestas de Caín
a Abel no lo invitaban. No se daba tragos como su hermano, no bailaba como su
hermano ni se contaban chistes de color subido, que hacían reír a los carnales
o hijos del diablo. Abel no sonreía con esa clase de humor. En fin, en las fiestas
de Caín él no cabía. Y no lo invitaban para andar a sus anchas. La envidia
motiva muchos abusos. Hasta las sociedades se envidian y las atrasadas envidian
a las prósperas. De ahí saca la conclusión que el odio, la violencia, y la
envidia son hermanos y que el contraste entre los que son como Abel y no como
Caín, es decir como Dios y no como el diablo, deben estar dispuestos, en ese
siglo de persecuciones y de riesgos, exponer sus vidas si fuera necesario ante
las autoridades y ser juzgado como tal en lugar de un querido hermano
encubierto. Esa fue una costumbre en la era de los mártires, sustituir por amor
a un hermano. Y jamás envidiarlo, aplastarlo, no hacerle brotar la sangre o las
lágrimas. Por envidia entregaron a Jesús, y con un besito sazonado con hipocresía.
Hasta Poncio Pilato se dio cuenta que por envidia pedían la cruz para Jesús y preferían
a Barrabás que estaba condenado a muerte por robo y homicidio, a Jesús, y cuya
sangre “habla mejor que la de Abel” (Mat. 27:15-18; He.12:24).
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