De qué modo Abel hacía sufrir a Caín


               
 
1 JUAN 3: 15, 16
Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”.
Parece que el apóstol del amor sigue hablando de modo absoluto, llamando al pan, pan, y al vino, vino. Acabó de hablar del asesinato de Abel (v. 12), y dio a entender que en esencia la rivalidad tenía como motor impulsor la envidia; y fue ella la que generó las ideas y cómo deshacerse de la persona que le hacía sufrir con sus buenas obras, a Abel. Hubiera querido que Abel no fuera lo “cristiano” que era, que no fuera tan santo, que tuviera una religión como la suya, menos exigente, más relajada, con un poco más de carnalidad, y si hubieran existido otros, que tuviera de ellos la sanción aprobatoria. Él no quería ni podía ser como su hermano, tendría que ir de regreso al vientre de Eva. A las fiestas de Caín a Abel no lo invitaban. No se daba tragos como su hermano, no bailaba como su hermano ni se contaban chistes de color subido, que hacían reír a los carnales o hijos del diablo. Abel no sonreía con esa clase de humor. En fin, en las fiestas de Caín él no cabía. Y no lo invitaban para andar a sus anchas. La envidia motiva muchos abusos. Hasta las sociedades se envidian y las atrasadas envidian a las prósperas. De ahí saca la conclusión que el odio, la violencia, y la envidia son hermanos y que el contraste entre los que son como Abel y no como Caín, es decir como Dios y no como el diablo, deben estar dispuestos, en ese siglo de persecuciones y de riesgos, exponer sus vidas si fuera necesario ante las autoridades y ser juzgado como tal en lugar de un querido hermano encubierto. Esa fue una costumbre en la era de los mártires, sustituir por amor a un hermano. Y jamás envidiarlo, aplastarlo, no hacerle brotar la sangre o las lágrimas. Por envidia entregaron a Jesús, y con un besito sazonado con hipocresía. Hasta Poncio Pilato se dio cuenta que por envidia pedían la cruz para Jesús y preferían a Barrabás que estaba condenado a muerte por robo y homicidio, a Jesús, y cuya sangre “habla mejor que la de Abel” (Mat. 27:15-18; He.12:24).

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