Jesús no es el señor de las moscas

Mateo 10:16-25
16 He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas. 17 Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; 18 y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. 19 Mas cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. 20 Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros. 21 El hermano entregará a la muerte al hermano, y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los padres, y los harán morir. 22 Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. 23 Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra; porque de cierto os digo, que no acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre. 24 El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor. 25 Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al padre de familia llamaron Beelzebú, ¿cuánto más a los de su casa?”.

Recibidos en un mundo hostil. Veamos la orientación que les da a los predicadores. También esta porción es aplicable principalmente a ellos. No hay una sola línea donde se les augure un futuro brillante como ganadores de almas (lo serían, claro); pero no se les dibuja un cuadro del éxito futuro que obtendrían, al contrario, lo que se les pinta es tan terrible que si no hubieran tenido una vocación divina habrían deseado regresar a casa. Se sentirían como “ovejas en medio de lobos” (v.16), ¿qué pastor haría eso? Se les pronostica la probable muerte del pastor y la aniquilación del rebaño. Lo que hace un buen pastor es alejar las ovejas de los lobos y no meterse él donde se hallan ellos y viceversa. Jesús quiere enseñarles que las ovejas (los predicadores) tienen que entrar a predicar a un mundo hostil, lleno de peligros; sin embargo les recomendó:
(1) Que fueran prudentes como serpientes. Les dijo: Usen toda la astucia posible para ganar las almas, pese al odio feroz de los hombres lobos, con la mansedumbre y discreción de las palomas, para que los pecadores no fueran molestados por ellos antes de llegarles al corazón. Es mejor que las fieras no se enteren que uno de ellos se está salvando hasta que se complete la obra de regeneración. Consejo sabio para los cristianos en países bajo el islam y otras arcaicas y deshumanas filosofías.
La sencillez de las palomas, una actitud pacífica y mansa es preciosa en tiempos peligrosos. Aquí el Señor les orienta a los pastores lo mismo que predicó a todos en su sermón de la montaña. No les está recomendando que se entreguen inocente y mansamente para ser despedazados por los lobos; sus pastores jamás debían hacer eso (muchos cristianos buscaban el martirio). Lo que les enseña es que no usen violencia, para que no respondan con venganza a los que los perseguirían. Por eso les dice que se guarden de los hombres (v.17), y que se vayan al exilio de una ciudad a otra, o de un país a otro, si la prudencia así lo recomienda (v.23). No les recomendó que se entregaran voluntariamente a las torturas o al martirio sin que fuesen requeridos para ello, porque no habría honor en tal cosa. Que se escondan, que huyan, pero que prediquen, fue lo que les recomendó.
No obstante les enseña que todas aquellas “desgracias” tendrían un sentido: el de testificar a los gentiles (v.18), a los reyes y las autoridades. Para beneficio de los gobiernos ciegos y los gentiles ignorantes que comprobaran con ojos sobresaltados lo precioso que es el nombre de Jesús; dando testimonio fiel de la verdad del evangelio y sellándolo, si fuera demandado, con la sangre de sus venas.
Ese es el “testimonio” que nos pide el Señor que demos, el de nuestras vidas delante los que no lo conocen. No es el ponerse de pie y referir una experiencia espiritual entre dulces hermanos, ni referir en una congregación de cristianos las bondades del Señor en nuestras vidas, lo cual no es muy difícil, sino vivir a Jesús entre delincuentes y adversarios a la fe. Un buen testimonio es el comportamiento fiel en una situación difícil.
Testificando en un mundo con leyes anti-cristianas. Les pide que den una buena profesión en los tribunales. Así, de vida primero llevaría a un testimonio verbal en el Espíritu, “mas no os preocupéis qué o cómo hablaréis...porque no sois vosotros los que hablaréis sino el Espíritu” (vv.19, 20). La única preocupación que Jesús menciona que ellos tendrían es ésta: cómo hablarles, qué decirles para que se conviertan o al menos para que Cristo fuera glorificado. No para ser tenidos como inocentes, como no lo pretendió el mártir Esteban, ni para recibir menos azotes o menos años en la cárcel, sino para honrar al máximo al Señor Jesús. No procurarían salvar sus vidas para no perderlas. Los testimonios de Pedro, Juan, Pablo, fueron elocuentes en eso.
El testimonio verbal que ellos darían ante aquellos incrédulos reyes y gentiles sería  la predicación. Es la única ocasión en que se nos promete entregarnos el mensaje para predicar sin que tengamos que preocuparnos por ello. Los que han tomado esta promesa para no estudiar sus sermones, se equivocan porque nada ha prometido el Señor al respecto.
Los hermanos predicadores no tienen que buscarse abogados para que llevados por esta naturaleza los defiendan, porque no han quebrantado la legalidad, y si las leyes fueran injustas, tampoco había nada que hacer porque “es necesario obedecer a Dios ante que a los hombres” (Hch.4:19). Tienen que preocuparse por lo que han de hablar cuando sean arrestados por otros motivos que no tengan que ver con la predicación ni por vivir a Jesús. Hay ministros a los cuales el Señor les ha concedido hallarse junto a los reyes y gobernantes para que les testifiquen. Son ellos los que tienen la responsabilidad de vivir de modo que los conduzca al arrepentimiento y la fe en Jesús. Es la misión de ellos, vivir y hablar siendo inspirados por el Espíritu Santo, no por odios o partidismos políticos o por intereses personales; la esperanza de salvación de esos gobernadores está en sus manos.
El fanatismo intolerante de la familia. La parte más difícil en un proceso judicial de “testimonio” es ser llevado hasta allí por la propia familia y que se cumpla que “el hermano entregará a la muerte al hermano… y los hijos se levantarán contra los padres y los harán morir” (vv.21, 22). Estas palabras se ajustan como anillo al dedo dentro del antiguo fondo judío y en tiempos modernos en países que leen el Corán.  Llevado a corte por la propia familia, acusado por ellos como un irreversible cristiano. Por poco que sean los afectos entre dos hermanos, o entre padres e hijos, siempre hay suficiente como para tratar de hacerlo recapacitar. Cuando un hermano se decide a denunciar al otro y un padre a su propio hijo, es que ya han agotado todos los recursos disponibles para que renuncie a la fe que profesa, para que se retracte de la vida cristiana, para que abandone el cristianismo y se convierta en idólatra, para que jure, mienta, se embriague, que declare a César como Señor, le ofrezca sacrificios, para que no cante más su alabanzas a Jesús ni esté más de rodillas implorándole noche y día con lágrimas a Dios la salvación de su casa. ¿Es ese el testimonio que entregamos a nuestra familia? ¿Nos tienen como irreversibles cristianos? Es esto lo más difícil del testimonio cristiano, soportar resignado la ira familiar, recibir azotes y despojos por disposición de ellos, cuando son nuestros más queridos los que debieran protegernos. La pérdida de la familia es tan grande que pocos la resisten, abdican de Cristo por la opinión familiar. El que persevere hasta el final será salvo, el que no se rinda en casa ni en los tribunales. Dios nos de gracia para perseverar hasta acabar nuestra vida.
¿Cómo podrán ser salvos si claudican? ¿Cómo se bautizarán por los muertos (quizás tú) si no oyen palabras gloriosas, si no derramas tu vida en libación por el Nombre?

Cubiertos por la difamación y el desprecio. Esto es una herida profunda, más honda que la que abre la familia, “si al padre de la familia llamaron Beelzebub, ¿cuánto más a los de la casa? (v.25). Aquí predice el sufrimiento por difamación y desprecio. No mintiendo a causa de alguna supuesta inmoralidad o rapiña, sino descalificando la obra del Espíritu en sus vidas, llamándoles discípulos de Beelzebub, que entre otros significados, uno es  el señor de las moscas. Ellos eran moscas, Jesús el Señor de ellos. No deben esperar un trato más condescendiente de parte del mundo que el que a él le han dado, no suspiren por la comprensión, desafortunadamente no la tendrían, ni por la tolerancia, y mucho menos sueñen con reconocimientos y aplausos. Esas palabras (v.23), siguen vigentes, palpitantes para los tiempos del fin, cuando mejor que nunca aparezca el perfil del hombre sin ley. Mucho de eso se cumplió en la caída de Jerusalén en el año setenta. Por el momento en gran parte del mundo avanza la democracia y el enemigo filosófico del este europeo se desdibujó por completo en el horizonte mundial. Quizás ahí mismo radique el gran cambio y la apostasía se haga mayor, cuando alguien quiera cambiar los tiempos, hablando grandes cosas y proponga una substitución radical de las bases que han dado lugar a las sociedades cristianas. Y ya “está en acción el misterio de iniquidad”, ya eso está en camino. Dios mío ¿podrá ser la amenaza musulmana? ¿O esto que estamos viendo, la formación de un hombre secular, agnóstico que se cree el dueño de la tierra y se sienta en el mundo como si fuera Dios? Es interesante notar que aunque todo el texto exuda violencia contra los cristianos, el v.23 que habla sobre la segunda venida de Cristo no menciona las torturas sino la persecución. El énfasis está sobre la huida o emigración de un lugar a otro (de aquí para allá, la dispersión del pueblo santo) porque se sienten perseguidos, tanto para huir de la muerte como para adquirir libertad.

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