Después de él, bendíceme también
Génesis 27:34-38
“Cuando Esaú oyó las palabras de su padre, clamó con una muy grande y muy amarga
exclamación, y le dijo: Bendíceme
también a mí, padre mío. Y él dijo: Vino
tu hermano con engaño, y tomó tu
bendición. Y Esaú respondió: Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha suplantado dos veces: se
apoderó de mi primogenitura, y he aquí
ahora ha tomado mi bendición. Y dijo: ¿No
has guardado bendición para mí? Isaac respondió y dijo a Esaú: He aquí yo le he
puesto por señor tuyo, y le he dado por
siervos a todos sus hermanos; de trigo y
de vino le he provisto; ¿qué, pues,
te haré a ti ahora, hijo mío? Y
Esaú respondió a su padre: ¿No tienes más que una sola bendición, padre mío?
Bendíceme también a mí, padre
mío. Y alzó Esaú su voz, y lloró”.
Aunque le parezca una sorpresa, tomo las palabras
dichas por un reprobado a su padre, como buenas para orar a Dios cuando se
necesita una bendición. Esaú suplicó a Isaac, “bendíceme también a mí, padre
mío” (v.34) y repitió lo mismo en el v.38 pero añadiendo a su súplica lágrimas,
pues “lloró”. La pregunta no deja de ser conmovedora, “¿no tienes más que una
sola bendición?” (v.38), y era una lástima que el viejo tuviera sólo dos y la segunda fuera inferior. Y donde
este cazador muestra sumisa y conmovedora desesperación es cuando dice
“bendíceme también a mí, padre mío”.
Quiere decirle: “Bendíceme “después” pero aunque sea
después, que sea después; si a él lo bendijiste primero, bendíceme a mí aunque
sea el segundo, después que termines de bendecirlo a él bendíceme a mí si te
queda alguna bendición”. Y si eso fuera poco le añadió un “padre mío”, como quien dice “también eres mi
padre porque yo también soy tu hijo”.
Esaú era mejor hijo que Jacob, terrenal, profano y velludo pero no suplantador.
En nuestro caso, no hemos vendido nuestra primogenitura
y somos elegidos por Dios que es mejor padre que Isaac y tiene más de dos
bendiciones, y cuando rogamos a él no lo hacemos como bastardos ni reprobados
sino como hijos legítimos de la promesa. Sin embargo, con humildad cristiana
tenemos que reconocer que Dios tiene hijos
mejores que lo que nosotros somos o por lo menos hay otros hijos que
necesitan tanta bendición como nosotros la necesitamos o quizás necesitan más
bendición que la que nos hace falta.
Conscientes de eso podemos con humildad pedir a
nuestro común Padre que después que
haya bendecido a otros, cuando haya repartido importantes bendiciones, que por
favor nos bendiga también. Esaú nunca
alcanzó la promesa aunque la procuró con lágrimas pero sí una bendición. Como
él le pidió a Isaac nosotros podemos pedirle a Dios. Cuando veamos que Dios
bendice a otro no lo envidiemos sino pidamos que después que lo haya bendecido,
cuando lo haya hecho prosperar, también lo haga con nosotros.
Si usted ve que Dios está bendiciendo otra iglesia
dígale: “Señor después que la hayas bendecido bendice también la mía”. Una bendición pedida con ese espíritu,
difícilmente Dios no la conceda. Amén.
Comentarios
Publicar un comentario