Ahora he mejorado mi religión
JUECES 17:12,13
“Ahora sé
que Jehová me bendecirá porque tengo un sacerdote”.
¿Cómo puedes pensar eso?
¿Cómo puedes engañarte de ese modo si estás haciendo lo que la Escritura
prohíbe? Muchos hablan ese lenguaje ilusorio: “Jehová me prosperará” porque
ahora he mejorado en mi religión, definitivamente entraré al cielo”.
¿Quién te dijo que “mejorando” se pueda ir al cielo? No, la mejora es algo,
pero para ir al cielo no vale algo sino todo. En la mejora hay esperanza si es
parte de una transformación espiritual. Mejorar en algunas cosas y
seguir mal en otras no sirve de nada, dejar de cometer algunos pecados y
continuar en otros no aprovecha para la salvación. Lo que enseña la Escritura
es una transformación total, una metamorfosis de la vida completa
(Ro.12:2), no vale la circuncisión ni la incircuncisión sino “una nueva creación” (Ga.6:15), o un
nuevo nacimiento como enseñó el Señor (Jn.3:3-8). ¿De qué te sirve una
religión mejor? Religión es religar al hombre con Dios por medio del esfuerzo
humano, por obras.
¿De qué
vale estudiarlas todas, hallar la mejor o tomando un poco de cada una hacer una
nueva, superior? No, la mejor religión del mundo no sirve para nada. La única
religión que sirve es la que menciona Santiago (Sgo.1:27); “la religión pura y
sin mácula delante de Dios el Padre es ésta: visitar a las viudas y huérfanos
en sus tribulaciones y guardarse sin mancha del mundo”. Es decir, una vida
espiritual sin tacha, pura ante Dios y llena de amor hacia los semejantes.
De nada sirve mejorar en la religión, obtener una más alegre, más movida, o más
seria con mejores doctrinas incluso, y la mente sigue intacta, y si se sigue
viviendo en delitos y pecados. Es la vida moral de la religión la que hay que
practicar.
Y mírate en
el espejo de este loco Micaía, más pronto irás al infierno con un sacerdote
particular que sin ninguno. En ninguna parte de la ley se autoriza a tener
un sacerdote para consumo propio. Los sacerdotes no oficiaban en casas
particulares como los médicos o los brujos sino en el templo y estaban
consagrados allí para el servicio de todos no de uno en particular. Micaías era
de la tribu de Efraín y el levita no podía ser sacerdote porque no era de la
casa de Aarón. Aquellos sacerdotes eran símbolos de Cristo, nuestro sumo
sacerdote que ofreció su propia muerte por todos (He.7:25-27), y mediante su
sacrificio y oficio ya no necesitamos otro sacerdote porque “nos ha hecho reyes
y sacerdotes para Dios su Padre (Apc.1:6). Micaías imaginaba que las cosas le
iban a ir mejor ahora y ciertamente no le fueron mejor” (18:19,20).
¿No has
visto esos ingenuos que confían sus destinos eternos a los oficios de un hombre
como ellos que se ha auto consagrado sacerdote de sus almas a quien le confían
sus pecados y cumplen sus pequeñas sentencias por sus iniquidades? No, los que
pongan como sacerdote de sus almas a un hombre aquí en la tierra y no a Cristo,
no entrarán en el reino de los cielos porque tienen otro mediador y no aquel
único. Nadie puede tomar para sí esa honra sino aquel a quien Dios se lo
concede (He.5:4-6). No confíes en mejora religiosa sino en transformación
espiritual, mejora más bien tu fe añadiéndole virtud, a la virtud paciencia, a
la paciencia esperanza; mejora tu vida espiritual y no arrojes tu alma y
pecados a los pies de un sacerdote que oficia por tus pecados que no son los
suyos.
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