Primera lección para un predicador no es el éxito sino el fracaso


MARCOS 4:1-8
Otra vez comenzó Jesús a enseñar junto al mar, y se reunió alrededor de él mucha gente, tanto que, entrando en una barca, se sentó en ella en el mar; y toda la gente estaba en tierra junto al mar. Y les enseñaba por parábolas muchas cosas, y les decía en su doctrina: Oíd: He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno”.

Jesús comienza hablando sobre el fracaso, la falta de éxito en el trabajo, porque esa es la primera lección que deben aprender, no a tener éxito sino a manejar interiormente el fracaso. No nos preparaba con la ilusión de realizar los sueños y el triunfo que en relación a esto les profetizó, fue que sus logros estarían por debajo de sus deseos y expectativas (v.8). Ese es el ministerio que a partir de esas dos perspectivas se determina el oficio. El éxito viene después de muchos fracasos, se tarda; el "éxito" como tal no es el motivo final de la predicación, por lo menos tiene otros nombres: bendiciones, crecimiento, que no están relacionados con nuestro yo sino con la gloria de Dios y la bendición que reciben con la palabra de Dios. Quítate de ti el sentimiento de culpa; tienes los dones que Dios te dio y si ellos no bastan pídele a Dios que envíe obreros que te ayuden; ten en mente que la falla no se encuentra en la semilla que es buena, ni en los errores del esparcimiento, sino en los terrenos: es en la clase de persona que escucha el mensaje. Cada vez que decimos una palabra del evangelio o repartimos tratados, salimos a sembrar. Y aprendemos.

“John Gibson Paton fue misionero en lo que se llamaba en su tiempo las Nuevas Hebridas, islas en el Mar Pacífico Sur. En ese lugar sufrió mucho. Allí enterró a su esposa y a su hijo, abriendo sus tumbas con sus propias manos. En esas islas trabajo por un período de 25 años sin ninguna clase de éxito evangelístico. ¿No hubo tiempo cuando él se sentía desalentado? ¿No hubo tiempo cuando el diablo le dijo que abandonara su ministerio? Algo así como ¡vive tu vida John! ¿Qué fue lo que mantuvo a este misionero predicando en tales situaciones? Paton, un día fue hasta la tumba de su esposa y de su hijo y oró de este modo “Padre, yo sé que tú has elegido a mucho pueblo de cada tribu y de cada lengua para que sean salvos. Algunos de esos escogidos se encuentran en estas islas, y yo no las dejaré hasta que ellas se encuentren seguras en tu rebaño”. Esto es lo que la enseñanza bíblica de la elección enseñó a evangelistas como él, como Jonathan Edwards, George Whitefield, y fue lo que hizo pastores como Spurgeon, misioneros como William Carey y Adoniram Judson. Y eso también lo que ha mantenido a Keith Underhill todos estos años trabajando en Kenia” (Preaching Like Calvin, Geoffrey Thomas, pag. 185). Ninguno se rindió.

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