No saques a Dios para poner a Satanás
JOB 32:1
“Cesaron estos tres varones de responder a Job, por
cuanto él era justo a sus propios ojos”.
Los amigos de Job no pudieron negarle lo que afirmó, no pudieron
probarle lo opuesto, entonces se callaron. Job se esforzó en probarles no que
Dios era injusto o que se había equivocado con él, sino que le había castigado por
alguna otra razón desconocida pero no por su pecado. Esa fue su principal
defensa. Los amigos le decían: Si Dios te ha castigado ha de haber sido por
algo, por tu pecado. Y él les respondía: Me ha castigado, pero soy inocente, no
ha sido por mi pecado. Pero ignora porqué. Job nunca supo por qué Dios lo había
arruinado ni siquiera cuando pudo recuperar todo lo que había perdido. Para él el
motivo de sus sufrimientos siempre resultó un insondable misterio.
El prólogo lo dice, Satanás, pero el prólogo pertenece a quien le
dio forma al libro y juzgó las vivencias de Job. No pongo en dudas que Dios
pudo haberle hablado por revelación y dicho lo que ocurrió en el cielo, más Job
de eso nunca nada supo; y, es más, prefiero quedarme con la incertidumbre de
Job, y estar seguro que Dios no me castiga por mi pecado, que atribuir a
Satanás el origen de mis sufrimientos; luego diré mis razones.
El prólogo del libro trata de desenrollar el rollo y dice que las
calamidades le vinieron por la mano del diablo, con el permiso de Dios, pero al
tratar de explicar el sufrimiento de los justos compromete el carácter de Dios
presentándolo como si complaciera al diablo y fuera él y no un plan divino
quien lo incitó a ello (2:3). Job desconocía a Satanás, nunca lo menciona en
sus discursos ni presenta su persona como la verdadera causa de sus
acumulativas desgracias. Conocía a Dios y conocía su pecado. Uno no halla el
nombre de Satanás ni una sola vez en los labios de Job ni jamás se defendió
echándole a él la culpa. El nombre de Satanás no aparece más allá 2:7.
Como he dicho, hubiera sido mejor dejarnos en la incertidumbre, dentro
de las cosas secretas que pertenecen a Jehová, para decir: “Sí Padre porque
así te agradó” o “Si la voluntad de Dios así lo quiere” (1 Pe.3:17). Una
explicación satánica para el origen de los sufrimientos de los justos puede
traer cierto alivio mental y tranquilidad en las dudas, pero saca
ignorantemente a Dios del problema, produce conformidad, pero hace nulo el
propósito divino de la aflicción, acercarnos a Dios, someternos incondicional a
su soberanía, paraliza la esperanza y la fe. Es mejor discutir, en buen
sentido, con Dios, responsabilizarlo directamente de las aflicciones del justo,
examinarnos para estar seguros que no sufrimos por nuestros pecados antes que
echarle la culpa a otra criatura mala. El origen del dolor no tiene una
explicación filosófica, es algo inexplicable con lo cual tenemos que bregar y
aprender a usar sin comprenderlo, porque somos pecadores que existimos bajo una
justa sentencia de muerte y lo que con ella esté asociado. Nunca digamos, “no
me merezco estar así y que me pase esto”. Sino “he aquí, aunque él me matare,
en él esperaré; no obstante, defenderé delante de él mis caminos, y él mismo
será mi salvación” (13:15,16), y estas “Jehová dio, Jehová quitó, sea el
nombre de Jehová bendito” (1:21,22), no hablar como la mujer de Lot, como
una fatua (porque ¿tendremos experiencias buenas y no malas? 2:10) que pudieran
colocarse al final del libro y no en su prólogo. El cambio de Dios por Satanás
no ayuda mucho a la fe, y aunque el diablo pudiera tener alguna culpa,
posiblemente sacando a Dios de la ecuación, estés equivocado.
Lo vence Dios
JOB 32:13
“Para que no digáis: Nosotros hemos hallado sabiduría;
lo vence Dios, no el hombre”.
¿No has oído a los difamadores de nuestra religión desalentando a
quien muestra interés espiritual viniendo a nuestras reuniones, decir que le
“han lavado el cerebro” o le “han comido el coco”, que lo están engañando y le
sacan ventajas?
El Espíritu nos dice que una persona se vuelve religiosa y
fervorosa creyente cuando la vence Dios, lo “dispersa Dios” o “lo echa
al piso Dios”, que nunca lo puede hacer el hombre. Job se justificaba a sí
mismo y con sus retóricos argumentos dejó mudo a sus contrincantes, pero luego
Dios y no los abogados contrarios, lo puso en silencio y tuvo que confesar que
nada sabía de nada, que estaba equivocado, que hablaba lo que no sabía y se
postró ante él confesando su pecado.
Es Dios quien vence al pecador no son los santos. El Espíritu
Santo lo convence de pecado (Jn.16:8) y lleva cautivo “todo pensamiento a la
obediencia a Cristo” (2 Co.10:3-5); y aunque las palabras se las digan los
hombres, aunque sean los sermones de ellos y los argumentos de ellos, son las
armas espirituales con las cuales un pecador es vencido, sobre todo la palabra
de Dios que como espada aguda lo traspasa (He.4:12). La Escritura enseña que
cuando un pecador ha sido vencido por Dios, él queda capacitado para vencer a
Dios (Ge.32:24-28); Dios lo vence una sola vez y él vive toda la vida venciendo
a Dios, o tomando de él las bendiciones que desea, y no solamente venciendo a
Dios sino también a los hombres, al mundo, mediante su fe (1Jn. 5:4,5). Dios le
sirve, Dios le da todo lo que tiene. Son tantos los favores y misericordias que
Dios me ha hecho que yo no sé ya quién sirve a quien, si yo soy su siervo o
Dios, siendo el Amo y mi dueño, me recompensa tanto y me sirve a mí.
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