No más pan de ángeles ni sermones exegéticos
Éxodo 12:38
“Subió también con ellos una multitud mixta, juntamente con ovejas y vacadas, una gran cantidad de ganado”.
“Subió también con ellos una multitud mixta, juntamente con ovejas y vacadas, una gran cantidad de ganado”.
Mire como la iglesia le da la bienvenida
a esa multitud mixta. Gente que por motivos políticos se quería marchar, o
amigos de ellos que deseaban acompañarlos, o personas maravilladas por la obra
de Dios y la bendición que Israel había tenido. Ocasionarían problemas
(Num.11:4,5).
Israel les dio la bienvenida porque
aunque eran egipcios y de otras naciones, sentían afectos por ellos y sería un
placer si los acompañaban y estarían dispuestos a compartir con ellos todo lo
que recibieran. Que ellos cruzaran el rojo mar de la salvación, que ayudaran en
la construcción del tabernáculo de Dios. Compartirían con ellos todo lo que
Jehová les diera incluyendo la sombra de la nube en el día y la luz de la
columna de fuego en la noche. Y el maná. Que bebieran del agua de la roca
porque el manantial era suficiente y comieran del maná de ellos porque eran
tanto que mucho de ese pan de ángeles sobre el suelo se quedaba.
Aquellas multitudes que han computado
como más de doscientos mil, mezcladas con los hijos de Dios, de lo primero que
se mostraron inconformes no fue con las tiendas donde vivían ni con la falta de
aire acondicionado sino con el maná, con la comida de Dios que es un
símbolo de su Palabra y deseaban de todas maneras suplantarlo con algo más
atrayente, sensual, del gusto de la época que estaban viviendo, alguna
mercancía moderna, menos del otro mundo y más de éste, que complaciera a todos
y los dejara conformes. Si eso se hacía no dejarían a Israel, porque
encontrarían allí lo mismo que en Egipto o en el territorio de los filisteos.
Fue de ese pan nutritivo que dijeron que
se hallaban aburridos, que los tiempos habían cambiado y había que cambiar con
los tiempos o perecer. Y murmuraban entre las tiendas de Jacob que una cebolla
o una cabeza de ajo de Egipto era mejor que un plato de aquella celestial cosa
que sabía a gracia.
E Israel, engañado, les empezó a hacer
caso y complaciente les molía el maná en molino, se los majaba en morteros, le
quitaba la sazón y la sal de la gracia, le echaba bastante agua para que se
pudiera tragar fácil como una sopa sin masticarlo con las mandíbulas de la
razón, es decir por los conductos de las emociones. Y sobre todo les servían
poquito, unos quince minutos y se rellenaba con testimonios, aplausos,
aleluyas, amenes y musiquillas, el tiempo de la cena. En cada cuadra se hacía
una fiesta y se repartían, en vez del buen maná, perros calientes. Y si observé
bien, unas tortillas finísimas de heno y hojarasca que llamaban tratados.
Y definitivamente los sermones bíblicos,
expositivos y dulcemente exegéticos pasaron a la historia. Entonces todos, la
multitud no convertida y el Israel de Dios seducidos por ellos estaban
complacidos con la emigración de codornices traídas por los aires de aquellos
tiempos, que soplaron al revés de los que habían dividido el Mar Rojo, y
nuevos olores salían de las tiendas de Gersón, Coat y Merari, los sacerdotes de
Israel, que no era el olor del conocimiento de vida de Cristo. Ellos indagaban
sobre lo que al pueblo les gustaba, las necesidades que tenían y buscaban en el
Libro de Recetas para cocinarles lo que pedían. Y pasó lo que era obvio, como
ya no había pan de ángeles en los púlpitos de Jacob (Sal.78:25) y ninguno
anhelaba mirarlo (1Pe.1:12), se fueron todos, sólo se quedó distante Jehová
airado observándolos con las modernas carnes entre los dientes. Los vecinos
judíos quisieron actualizar a su criterio, y compartir la salvación como si
hubieran podido distribuirla por su cuenta, como si las promesas, la fe, el
arrepentimiento, la justificación y los perdones fueran de ellos y no de SOY EL
QUE SOY. Tenían buenas intenciones pero estaban equivocados.
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