Transitar en calma sobre las olas salvajes de este mundo
Marcos 6:45-52
(Mt. 14.22-27; Jn. 6.15-21)
“45 En seguida hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud. 46 Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar; 47 y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra.48 Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, y quería adelantárseles. 49 Viéndole ellos andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma, y gritaron;50 porque todos le veían, y se turbaron. Pero en seguida habló con ellos, y les dijo: ¡Tened ánimo; yo soy, no temáis! 51 Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron en gran manera, y se maravillaban.52 Porque aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones”.
Hay una conexión entre esta experiencia de los discípulos y la alimentación de los 5000 hambrientos, y el descuido de ellos al no abrir bien los ojos para ver en lo que estaban tomando participación. Como las experiencias espirituales lo mismo que la fe se sitúa una sobre otra, si la de abajo no se completa la segunda menos, y así la persona puede vivir muchos momentos gloriosos y no enterarse de ellos, quedándose sin provecho espiritual como si no les hubiera ocurrido. Eso pasó con la caminata de Jesús sobre el mar. Nuestro Señor se les volvió a revelar con mucho de su gloria, y les hizo bien pero limitado.
Es notable que esa manifestación gloriosa sucedió después que estuvo una noche sólo hincado de rodillas (vv. 45-47), como si viniera de la gloria del Padre y le acompañase aún su gloria, dejada por la encarnación. No es el caminar de un ángel ni el deslizamiento de un espíritu sino la marcha de Dios sobre las olas. Parece que su estancia celestial en la oración fue temporal y en espíritu, como si saliera de su cuerpo; y en su salida de este mundo y como si todavía no hubiera dejado el otro, cuando sus discípulos lo vieron acercarse a ellos.
Se nota que las veces que Jesús saca a sus discípulos de un atolladero y se identifica no se llama a sí mismo diciéndoles, "tened ánimo soy Jesús, no temáis" sino que les dice "Yo Soy" (v. 50), sólo le faltó decir "el que Soy” para que quedara completa la frase "yo Soy el que Soy". ¿Cómo es que les dice "yo soy" cuando ellos piensan que es un fantasma y no lo ven bien? Pudiera ser que esperara que ellos reconocieran su voz o pudiera ser, me parece a mí, un poco emocionado, que les quiere decir "Yo Soy el que es, el que era", porque Jesús en ese momento volvía del cielo, de estar dentro de la "naturaleza divina", y responde como lo que él es, "él Verbo que estaba con Dios" y "el Verbo que era Dios". Es una expresión reminiscente de deidad (Jn. 8:58; 18:5,6).
¿Un fantasma? Dicen ellos. No, los fantasmas existen sólo en las mentes de los ignorantes y en las historias infantiles. No era un espectro, no era un espíritu, era Jesús. Era correcto decir que era un hombre que avanzaba sobre la superficie del agua pero ¡qué hombre! Con mucho de él desconocido, a no ser su carpintería y los parientes. Eran discípulos de aquel Misterio, que pisaba más seguro sobre el agua que una barca.
Las palabras de Jesús no fueron un regaño, las del v. 52, son un comentario del evangelista no del Señor. Él dijo, "¡tened ánimo, no temáis!" (v. 50) y con esas cuatro palabras les corrigió la doctrina, les quitó los temblores y todas las fobias. He ahí mostrado el amor de Jesús para sus discípulos, no sólo para dar su vida por la salvación de ellos sino para que tengan un conocimiento correcto y estén tranquilos y sin miedos. Aunque no se nos quitan los miedos nunca.
Como antaño también ahora esos dos gusanillos, el desánimo y el miedo, suelen devorar el alma moderna que por muchas comodidades y placeres que tenga, no se puede librar de ellos dos que se alternan y a veces invaden juntos el espíritu, ya se halle la persona en reposo o en sus labores. Parece que nos hace falta un poder divino sobrenatural que salga desde la boca de Dios y nos repita muchas veces lo mismo, “no se desanimen y quítense el miedo, vengan de donde vengan esos dos males no le abran la puerta del alma, que son intrusos y yo quiero que estén fuera. Todo no está perdido, la barca no se hunde, ríanse del bamboleo y disfruten la lluvia que el viento arroja sobre sus rostros, sonrían que el Invisible está cerca y todo irá bien, cuando llegue traerá consigo la calma”. Ese es su deseo, no estén en ansiosa inquietud ni se espanten con los horrores del abismo que se puede pasar sobre el caminando sin ser tragados.
Así veo a Jesús no como un fantasma como lo vieron ellos, sino a un Jesús divino y como tal Creador de todo lo que existe, en su manifestación de Palabra hecha carne y caminando sobre el agua. Es la victoria de la Palabra sobre las leyes que ella creó. El mar no se lo tragaba y él transitaba sobre las olas como si fuera sobre un camino de piedras. El Creador no está sujeto a las leyes que él mismo impuso y por medio de las cuales mantiene unidas todas las partes del universo. Una y otra vez Jesús les mostraba su dimensión divina en relación con los efectos naturales y las epidemias humanas, y además de esas gloriosas muestras les ofrecía en nombre del Padre, el perdón de los pecados. Quedaba así nuestro Señor manifestado a los ojos de los hombres todo lo que el corazón de ellos deseaba.
Todos aquellos sinsabores perturbaron por un tiempo el espíritu de sus amados porque ellos no lo habían comprendido en las experiencias anteriores y no tenían como aplicar la fe, en este casi trágico y nuevo momento. Cuando nuestro Señor les dijo "al que cree todo le es posible" (9:23) y "si creéis nada os será imposible" (Mt. 17: 20), les estaba diciendo la verdad, algo que podrían conseguir si tomaran como única preocupación en la vida la resolución de cómo incrementar la fe; entonces podrían como él usando los poderes del otro mundo, tapar bocas de leones, beber cosa mortífera, y transitar en calma sobre las olas salvajes de este mundo.
Humberto:
ResponderEliminarAunque no se nos quitan los miedos nunca.
Qué trágica verdad!
Cada vez que me sobreviene un temor, me viene a la memoria Juan diciendo En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo.
De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor, y añado a mi temor, frustración por no amar a Dios como debo amarle.
Si amara a Dios como me gustaría hacerlo, no temería nada, viviría en el mundo como si éste estuviera crucificado a mí, y yo al mundo, pero no, estoy bien cargadito de temores bien egocéntricos.
Humberto:
no estén en ansiosa inquietud ni se espanten con los horrores del abismo que se puede pasar sobre el caminando sin ser tragados.
Andando como él anduvo...
:]
Renton, ¡qué valiente era el Señor! ¿Valiente? ¡Nada, era la fe, el amor y la esperanza, hechas carne! No necesitaba ansiolíticos, ni beber tila antes de dormir, y "se reía de lo por venir" (Prov. 31:25) (“y sonríe al futuro” LBLA) ¡Es que era la Palabra! Y la Palabra no siente mareos ni se desazona.
ResponderEliminarUn abrazo,