Visita al cardiólogo antes que al oculista

Job 9: 1-15
El hizo la Osa, el Orión y las Pléyades, y los lugares secretos del sur; él hace cosas grandes e incomprensibles, y maravillosas, sin número. He aquí que él pasará delante de mí, y yo no lo veré; pasará, y no lo entenderé”.

En el verano fuimos al Kennedy Space Center en Florida. Miramos todos los museos de cohetes que han salido al espacio; y sobre todo los vídeos tomados afuera de nuestro planeta. Vimos lo mismo que vio Job, la Osa con sus cachorros, el Orión y las Pléyades. La Vía Láctea me impresionó, sobre todo al ver esa bolita pequeña, llamada Planeta Tierra, dentro de astros miles de veces mayores, y que sea el único que tiene vida, y tenga tantos problemas. Es donde único hay pecado. Y una cruz.

Job era un hombre culto y como se ve aquí sabía de la existencia de la Osa Mayor, el Orión y las Pléyades; y se supone que sus tres interlocutores eran capaces de entender lo que él decía. La discusión entre ellos tiene un alto nivel filosófico, poético y teológico. Job sobre todo es un creyente que discute con sus amigos la honestidad de su fe y sus luchas con la providencia de Dios. Para él su Dios es una tremenda realidad, y que mientras más aprendía de su existencia más infinita le parecía la mente divina. La creación abajo no era su favorita sino la inmensidad del espacio arriba. Y bajo esa impresión de la inmensidad es que rechaza las furibundas acusaciones de sus colegas.

Esas palabras que Dios pasaría delante de él y no lo vería, están encajadas en su propia experiencia y en el examen teológico de sus sufrimientos. En ningún momento deja de pensar que Dios es trascendente, en comparación a sí mismo, a sus amigos y a todo. Si tuviera algún problema sería con la inmanencia de Dios no con su trascendencia, de la cual recibía su completa inspiración. Les está queriendo decir que ese gran Dios puede pasar al lado de todos ellos y ninguno notarlo sino hasta que se le ve por la espalda alejándose en el tiempo. Les hace ver la imposibilidad de contemplarlo en el presente, lo difícil que es en el momento actual interpretar su providencia y que ésta se discierne solamente con lecciones ya dadas. Cada cristiano debiera siempre remitirse a lo que ha vivido.

Y para eso se necesita fe y paciencia, y en eso está trabajando él en los días en que ocurre este diálogo. Se hizo famoso posteriormente por la longitud de su paciencia y fue tomado como un virtuoso ejemplo en el Nuevo Testamento para los cristianos que viven cosas inexplicables (Sgo. 5:11). Jamás acusó a Dios de despropósito alguno.

Tiene la certeza que a Dios, dentro de sus vicisitudes, sólo se le puede conocer en el pasado, que la providencia se explica cuando ha llegado el fin no cuando está actuando. No en el diagnóstico, tampoco durante la quimioterapia, en el funeral ni en la bancarrota, sino cuando han pasado muchos días y los sucesos yacen escritos con cincel de fuego y lágrimas, en piedra e historia. Entonces es que podemos como Moisés ver sus espaldas, pero no su rostro, en el respiro no en el suspiro. Deja que Dios pase, todo pasa con Dios, y si no puedes por incredulidad amar al Invisible y Creador del universo, pase lo que pase, entonces visita al cardiólogo, antes que al oftalmólogo o al oculista, o mejor todavía ve a un doctor en la Escritura y dile que no puedes ver a Dios en la Osa mayor ni en la pléyade de evidencias que ha dejado al pasar (Job 19:26).

Comentarios

  1. Humberto:
    Les está queriendo decir que ese gran Dios puede pasar al lado de todos ellos y ninguno notarlo

    Hmm, qué bueno eso.

    Me recuerda la ceguera de los fariseos que eran incapaces de ver -a pesar de las evidencias- que el Reino de los Cielos estaba entre ellos.

    Lo mismo que hoy me sorprende y me parece imposible no ver, antes de recibir fe permanecía invisible.

    :\

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  2. Renton, muy atinado lo que dices; debieran los hombres mirar y mirar al Invisible hasta que se les salten los ojos.

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