El leopardo y el etíope

Jeremías 13: 23
“¿Mudará el etíope su piel y el leopardo sus manchas?”. 

Estas palabras son bien del profeta o del mismo Dios. Si son del profeta sabe que lucha espiritualmente contra un imposible, que su ministerio se quedará sin el fruto práctico deseado porque ellos no podrán cambiarse el color de la piel ni arrancarse las manchas del corazón. Si son dichas por Dios como el versículo siguiente sugiere, es entonces una afirmación teológica, una declaración doctrinal. La enseñanza es, que el hombre no puede obrar su propia salvación.  El hombre no puede por sí mismo conseguir cambiar ante Dios. No puede hacer nada por sí mismo para conseguir méritos para recibir el perdón y la vida eterna. El arrepentimiento y la fe son dones que Dios le da y sólo tiene que recibirlo porque de otro modo no los consigue. Las buenas obras para ganarse la vida eterna están excluidas. Es como si Dios les dijera: “Ustedes no cambian, ni pueden cambiar por ustedes mismos, por naturaleza son incambiables, sus hábitos tienen la fuerza de algo congénito”.

Y ¿para qué quiere uno que el leopardo se quite sus manchas? Así se ve hermoso porque todo lo que hizo Dios es bueno. Si el leopardo pierde sus manchas, pierde su identidad y ya no tendremos un leopardo y vaya usted a saber qué, tal vez un gato. Sería una lástima que los leopardos dejaran de existir porque sin ellos es menos bello el universo, menos la gloria de Dios en la creación y una pérdida irreparable para la fauna, los bosques y los parques. No, hay que conservar esa hermosa especie.

Mas no pasa así con el hombre que mata y devora no para vivir sino porque “arde en envidia” y sus manchas no son bellas porque la mentira, el robo, el adulterio, la avaricia y la codicia, entre otras manchas, afean la creación y no despiertan la admiración de nadie sino la repulsión, el dolor y los lamentos. Esas manchas humanas no las hizo Dios sino el diablo y debieran desaparecer, aunque es difícil lograrlo.

La respuesta a la pregunta si el etíope puede cambiar su piel y el leopardo sus manchas, es un no rotundo. El etíope y el leopardo están bien así porque así los hizo Dios. El etíope sonriente puede decir que a él como a la sulamita el sol lo miró. Dios no le pide que cambie de color y se vuelva amarillo, cobrizo o blanco. Ni siquiera mulato. Su color negro y su pelo ensortijado se lo dio Dios y puede ostentarlo con orgullo. Como no hay injuria en decir blanco tampoco la hay en decir negro. Los hombres por el color de su piel valen todos iguales.


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