Los Mendigos
“Lo vi el otro día. Cruzaba la avenida muy sonriente con un walkman que le tapaba ambas orejas, supongo que estaría oyendo algún programa de su agrado, estaba sucio y el aire frío de diciembre le soplaba hiriente sobre el rostro y la ropa doble (1); me maravilló su sonrisa y su rostro resplandeciente; ¿cómo puede sonreír un homeless desamparado, si no tiene un techo sobre su cabeza para guarecerse, calefacción, una cama donde dormir y un baño donde asearse; un trabajo decente y un poco de honor social y de cariño doméstico? Pero te lo juro, aquel mendigo tenía su instante feliz.
“Ah, supe por qué, porque iba a encontrarse en algún edificio roto y abandonado con su compañera mendiga. Era Navidad y Dios alcanzaba también para ellos, para estas criaturas hundidas en la miseria social; sin pan, sin ropa, con tres o cuatro limosnas en algún bolsillo, pero contento, no por lo que tuviera porque era feliz sin nada.(2) ¿Estará loco ese tipo? ¿Cómo puede ser dichoso sin un carro nuevo como el mío que transite veloz por la autopista de Washington, con el tanque lleno de gasolina, una virtuosa mujer al lado y un par de bellos críos en el asiento trasero? ¿Cómo puede sonreír si no significa nada para nadie como yo significo, un tipo que no tiene importancia, un cero social, un individuo sin historia (bueno, alguna tendrá, pero llena de fracasos y equivocaciones); yo sí soy alguien, muchos me quieren, me saludan, (3) hablan de mí, (4) me respetan y buscan mi compañía; pero ese tío caído que yo vi cruzar la avenida es peor que un animal, porque hay perros de alta categoría que viajan en coches de lujo y los llevan sus amos comiendo finas confituras en cómodos Mercedes Benz; sí, lo vi correr como un perro que cruza precipitadamente la calle, pero ¡Dios mío estaba alegre! ¡Caramba era dichoso!
“Tengo zapatos nuevos, brillosos, mis pantalones están bien planchados, mi cinturón es nuevo, lo compré en uno de mis viajes a Europa, mi camisa perfumada con olor parisiense, mi corbata es de fina marca hecha por Oscar de la Renta; me rasura y me corta el pelo el mejor barbero de la ciudad y le pago bien con propinas, ¡diablos! Pero ese ácaro humano que vi esta tarde estaba más complacido de vivir que yo. Tiene que ser un analfabeto, un burro sin educación y su felicidad se debe a que es un tonto porque sólo un imbécil cómo él es capaz de mostrar un poco de dicha en sus condiciones. Yo he estudiado, soy reconocido en Harvard y Yale, a mí me pagaron estudios y me señalaron la mejor mujer para mi vida, la que más me convenía, ¡vaya que sin ella no sería lo que soy!
“Sí, eres un homeless, vas a encontrarte con una tipa de la calaña tuya. ¡Contra!, pero yo creo que ese estaba loco de amor por alguna mujer. El amor es inconfundible cuando se mira en el rostro. Lo vi al pasar pero ese tipo está enamorado. ¿Pero de quién? Y ¿en esos escondrijos fríos? Es un torpe, me indigna su sonrisa, no puede sonreír, es un animal, no tiene derecho a la alegría por sus vicios, su pobreza; es un miserable, una criatura inservible, una basura de la calle que debiera ser recogida pronto, una asquerosidad que no debieran contemplar nuestros ojos ni mirar la distinguida gente extranjera que visita nuestra capital; usaré mi influencia con el alcalde Marion Barry para que recojan de estas avenidas a todos los que son como ese individuo, que fingen complacencia no teniendo nada ni siquiera un poco de aspiración, ni un tramo de tierra en el cementerio para ser sepultado. Yo tengo mi mausoleo pagado pero a ese diablo lo enterrarán con los perros. (5)
“No puedo conciliar el sueño, si lo vuelvo a encontrar en mi camino lo pateo, un indigente no puede hacerme sentir menos con su conformidad como éste me has hecho sentir, le tengo envidia, por tu libertad, porque al fin y al cabo es lo que quiere, un nada, pero es él mismo y ama a una mujer que no estuvo en la agenda de nadie; la eligió él.
“¿Cómo puede regocijarte sobre esa criatura sucia que es tu mujer? (6) ¿Qué rayos le ves? Es una viciosa como tú. Los dos son unos delincuentes. ¿En verdad la amas? ¿Te deleita mirarla? (7) ¿Puedes besar sus ojos en la oscuridad y decirle que la quieres? (8) ¿Lloran sus ojos? ¿No salen sucias sus lágrimas? Hombre, me he comparado contigo y me has hecho infeliz. Quizás te besan mejor que a mí, (9) tal vez te satisfacen sus caricias mejor que a mí, (10), ¿se acarician en público? (11), dime si no es verdad. ¿Es tierna tu mujer contigo? ¿A veces te dice que te ama? ¿Te acaricia como tú la acaricias a ella? ¿Te devuelve las caricias y elogios? ¿Tienen ustedes un amor honesto? Yo quisiera sonreírle a la mía como tú a la tuya. No, no puede ser tu mujer. Ustedes no están casados. Debe ser una prostituta que recogiste por la calle. ¿Admiras a tu mujer? Yo admiro la mía. Tú no admiras nada. La mía es una criatura virtuosa pero es seca. No puede ser seca porque tú sonríes. ¿Te inspira respeto o amor? ¿Alguien te la recomendó o la miraste a los ojos y te enamoraste? (12). Yo me allegué a la mía por una recomendación. Porque me convenía. Teníamos vocacionalmente muchas cosas en común. Mirábamos en una misma dirección pero no el uno al otro. Le agradezco mucho. Me ha ayudado a triunfar. Soy un hombre de triunfo. No son un perdedor. Pero no soy feliz. Me casé con un libro y no con una mujer. He procreado dos hijos. Los amo. Son bellos.
Y levantándose sin hacer el menor ruido tomó su ropa de invierno. Su grueso abrigo. Sus botas para la nieve. Los guantes. Y bajó al garaje. Calentó su auto y salió a la calle. Tomó el Capital Beltway que rodea a Washington. Salió hacia la Constitution Ave., le echó una mirada al Washington Monument y entró al este de la capital donde aquella tarde había visto al mendigo cruzar rápido la avenida North Capital. Se detuvo precisamente en la esquina de un edificio abandonado y se bajó. Todo estaba en silencio. Vio varios bultos apretados a la pared queriendo en vano huir del frío. La luz de los coches que pasaban le permitía verles las caras. Muy sucias, enjutas y peludas. Al fin lo encontró.
“-Allí están los dos- dijo. Como pensé. Iba a encontrar a una mujer.
Estaban abrazados en el piso. Estaban dormidos. Le pareció que se hablaban y quiso escuchar qué. Ambos sonreían. El se había dormido con el walkman enganchado en las orejas. Se oía música de Navidad. Silent Night (Noche de Paz). Ya estaba muy cerca de ellos como para poder verlos bien y oírles respirar. Pero no los oyó respirar.
“-Están helados. &hp
(1) Prov. 31:21
(2) Flp 4:11
(3) Mt 23:7
(4) Luc 6:26
(5) 2Samuel 28:18; Mt 23:29
(6) Sofonías 3:17
(7) Eze 24:16
(8) Cant 4:1; 6:5
(9) Cant 1:2
(10) Pro 5:19
(11) Gen 26:8
(12) Cant 4:9
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