La iglesia ante leyes injustas
[23] Cuando quedaron en libertad, fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. [24] Al oír ellos esto, unánimes alzaron la voz a Dios y dijeron: Oh, Señor, tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, [25] el que por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste:
¿Por que se enfurecieron los gentiles,
y los pueblos tramaron cosas vanas?
[26] Se presentaron los reyes de la tierra,
y los gobernantes se juntaron a una
contra el Señor y contra su Cristo.
[27] Porque en verdad, en esta ciudad se unieron tanto Herodes como Poncio Pilato, juntamente con los gentiles y los pueblos de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien tú ungiste, [28] para hacer cuanto tu mano y tu propósito habían predestinado que sucediera. [29] Y ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que tus siervos hablen tu palabra con toda confianza, [30] mientras extiendes tu mano para que se hagan curaciones, señales y prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús. [31] Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor.
[32] La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común. [33] Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos. [34] No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido, [35] y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad.
[36] Y José, un levita natural de Chipre, a quien también los apóstoles llamaban Bernabé (que traducido significa hijo de consolación), [37] poseía un campo y lo vendió, y trajo el dinero y lo depositó a los pies de los apóstoles.
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Mira en su oración el apoyo doctrinal de la fe de ellos para no obedecer a los hombres, la soberanía de Dios. Sus oraciones enseñan lo que ella cree. Ya desde que empiezan a orar saben en ellos mismos que el Señor tiene “toda potestad en el cielo y en la tierra” y que por tanto pueden ir “y hacer discípulos a todas las naciones y bautizarlos en el nombre del Señor Jesús”. Es decir, las autoridades enemigas, aunque se juntaran todas, no habrían de pararlos porque era mucho más justo obedecer a Dios que les había hablado por el Espíritu que a los hombres (v. 19).
Dios es soberano y ningún gobierno o grupo religioso tiene el derecho ante él para prohibirles el testimonio de Jesús. Podrían ser acusados de desacato pero no se callaron. Enfrentarían azotes y cárceles pero habían orado para que esa posibilidad no los frenara. Fueran judíos, romanos o en un futuro, mahometanos, no se detendrían, perdieran lo que perdieran y costase lo que costase. Y continuaron predicando a Jesús como un desafío social; ni la religión autorizada, ni el gobierno hostil pudieron amordazarlos; azotarlos y matarlos sí pero no taparles la boca. Dios era soberano y ellos no consintieron en el silencio. Cualquiera que fuera la estrategia que utilizaran, ese sería siempre el fin.
En segundo lugar se mira una iglesia unida y generosa, no rota por las divisiones donde cada uno tira para un lado, casi siempre el propio, sino al contrario hacia los demás, y la muestra inequívoca que se hallaban con buen espíritu y en la correcta dirección es escuchar cómo los miembros de ella hacía uso de su dinero a favor de los hermanos más necesitados. En ese tiempo se puede hablar ya de una “mega-iglesia” pero no en el sentido de hoy, numérico, sino con mega poder y con mega gracia (v.33), como una comunidad que ama y cuida a sus miembros, entregada primeramente a Dios y a los hombres (2 Co 8.5). La gloria de ella no estaba en que fuera una mega iglesia sino que lo fuera en esas dos gracias del Señor, en poder y en gracia. En esta parte la preeminencia se encuentra en la asistencia que daba a los necesitados. No en los milagros que hacía entre ellos sino en el dinero, la ropa y la comida que les entregaba.
No son los principios de algún filósofo los que practica sino la vida en el Espíritu. Se puede ver la iglesia desprendiéndose del mundo, por un lado, y alejándose de los negocios terrenales para predicar el evangelio, por el otro (v. 32-37); un ensayo de comunismo invertido al marxista, porque no se apropiaba de las pertenencias de nadie con el pretexto de distribuirlas entre la capa más baja de la sociedad porque todo era voluntario, sin mandamiento, y todo era literalmente para todos. No hay producción sino desprendimiento y distribución.
Por el estilo social que desarrollan se ve que la congregación no fue formada sobre el yo y la autoestima como se hace hoy con los programas de evangelismo que sucesivamente inventan, sino al contrario, sobre el amor al prójimo. Es un modelo social lo de consagración a la obra de Dios. En cuanto a los pobres la comunidad siempre se ocupó pero dejaron de vender sus propiedades. Compartían con los necesitados pero no se lo daban todo. Quizás en la mente de Lucas al contarlo quisiera decir: “Mirad cuánto se amaban, vivían los unos para los otros, pero sobre todo se entregaban ellos mismos y lo que tenían para la obra de Cristo, la iglesia no carecía de recursos no porque sus miembros diezmaran sino porque daban todo lo que poseían”. Esta fue la lección que las comunidades posteriores aprendieron de aquel ejemplo primitivo, hacer una labor social por amor pero sobre todo vivir para el evangelio y no para el mundo.
El ejemplo más conspicuo en este tiempo lo encontramos dentro del ministerio, no porque hubiera hecho un voto de pobreza y otros se enriquecieran con él, sino que voluntariamente, por espíritu cristiano y como necesidad vocacional hizo. Fue el hermano José, que por su gran amor por la iglesia vendió su heredad y se quedó sin un centavo para que su posesión sirviera de consuelo a las viudas, los huérfanos y los otros pobres. Este varón por donde pasaba enjugaba las lágrimas de los desconsolados y si podía les dejaba algún dinero para que quedaran más contentos. Los apóstoles, complacidos, le cambiaron el nombre por otro que más se ajustara a sus cualidades y le pusieron Bernabé, uno que había nacido para servir de consuelo a los entristecidos del orden social.
Quizás en la mente de este santo varón, ya el Espíritu se movía indicándole qué camino recorrer porque comenzaba a llamarlo para la obra misionera, y poco a poco él se iba desembarazando de los cuidados terrenales para no dejar ninguna preocupación por detrás sino la predicación de Jesús y los negocios de Dios, porque sabía que “ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado”.
Confiaba no sólo en la soberanía de Dios para predicar el evangelio como un reto sino en la providencia ¡por medio de la iglesia!, y que como él lo había dejado todo para anunciar a Jesús, tendría el derecho a “vivir del evangelio”, a “sembrar lo espiritual” y recibir compensación material. La iglesia no se enriquecía, ni aumentaban sus arcas porque todo lo distribuía, y ella seguía siendo pobre, sin oro ni plata, pero con poder espiritual y posibilidad de distribuir sus entradas entre los necesitados que Dios llamaba para la salvación y los ministros que salían anunciando el mensaje.
Y Bernabé tuvo imitadores, pero no con tan noble corazón.
Humberto,
ResponderEliminarAcabo de leer por primera vez lo que escribes en este blog. ¡Que bueno!
El diagnóstico de la situación de la Iglesia es, a mi juicio, absolutamente certero. Y la terapéutica que propones no podría ser más adecuada.
Gracias por compartirlo.
¡Bendiciones!
Daniel
Daniel, gracias por tu visita, me alegro te haya gustado, Abrazos.
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