La gata del efficiency alquilado
Hay dos
animalitos que viven en el patio de los dueños del efficiency que alquilamos. Zoe
es un nombre humano y muy bonito, una nieta mía se llama así, conocí también a
una excelente oculista que tiene ese nombre; sin embargo, Zoe es el nombre que
le pusieron a la perra de los dueños del efficiency, y sin ofenderla, es poco
bonita, pero tiene una gran habilidad para aprender idiomas humanos, tal que se
le ha olvidado ladrar. Es todo oído, ojo y olfato y entiende perfectamente el
inglés, aunque lo habla con acento, y el español que por fuerza lo habla, y
demasiado, la comunidad cubana exilada. La otra mascota que tiene la dueña del
efficiency es una gata anónima porque olvidaron ponerle uno. La vieja que
alquila el efficiency le dice Musi y ella entiende, y le gusta ese nombre,
aunque es muy reservada y un tanto ladina. El trozo de conversación que oí
entre la gata y el perro tuvo que ver con la partida definitiva de los viejos del
efficiency. La escena que contemplé me partió el corazón. Estaban abrazados los
dos, el perro y la gata como dos buenos amigos o de cierta raza común, aun no
inventada, llorando a moco tendido, y la dama del efficiency corrió dentro para
traer sendos pañuelos y ayudarles a sonarse la nariz a ambos. Después de eso se
sentaron los tres hablar, más largo que el sermón del monte que predicó Jesús
de Nazaret.
La anciana pensaba en el sostén diario, principalmente el de la
gata porque la predecesora de ella parece que se murió de hambruna porque la
autopsia reveló que tenía el estómago vacío y ninguna señal de pandemia. La
anciana barajó algunas posibilidades para su ausencia: enviarle por texto
alguna comida o algún dinerillo para que la gatica pudiera comprarse comida.
Pero la idea fue desechada porque la susodicha se ha amanerado, dicho de mejor
modo, está adicta a la cocina de la vieja, le encanta su sazón y lo bien cocida
que le queda la carne de pollo y el pescado. La gatica es toda una dama de la
alta sociedad de gatos ambulantes y domésticos, porque agarra los trocitos de
carnes, los saca del plato y se sienta con toda comodidad a comerlos. Algunas
veces se da una vuelta por la cocina acaricia con el lomo a su benefactora, se
mete en el armario oliendo la ropa de la vieja, y me mira a mí suplicando que
no la eche al patio. Y yo le respeto esa hora, que es de ella, y se beba el
agua limpia y fresca que le han puesto. Así esa gatita viene a tomar su leche
bien temprano, su almuerzo y su cena. Zoe se come su alimento en un dos por
tres, de un tirón, pero la gata no, se toma su tiempo, huele aquí, huele allá,
da un rodeo y se vuelve a sentar y concluye su plato particular. Todavía la
vieja no ha podido consolar a la gata con respecto a su partida que le suplica una
y otra vez que no se vaya o que la lleve con ella. Se habló de cargar con ella
para Virginia, pero eso no sería posible porque allá se moriría de añoranzas
por la Florida. Además, que extrañaría su callejeo, sus recorridos por la
vecindad y el servicio que sin fines de lucro presta a la policía avisándoles
con su teléfono móvil donde ha visto algo sospechoso.
Eso es otra cosa, lo del
teléfono móvil, se trata de uno viejo que encontró caído junto a un cesto de
basura, que había sido tirado allí y por error cayó afuera. Cuando lo revisó se
le pusieron los pelos en puntas, porque se trataba de traficantes de drogas,
que después de deshacerse de uno de los capos, el dueño, lo tiró al basurero.
Entonces la avispada y bien relacionada gata, le escribió a un conocido suyo,
un policía creo que teniente, que también pertenece al FBI, y se pusieron de
acuerdo y le entregó el teléfono, y éste en cambio le dio uno nuevo, que es
ahora el que utiliza eficazmente en la captura de delincuentes y
contrabandistas de drogas y niños desaparecidos. Algunas veces la gata se ha esfumado,
como si se la tragara la tierra, y no se le ha podido ver en algunas semanas.
Al regreso la vieja le ha preguntado de donde estaba metida. Unas veces en
México, otras en Colombia, y otras en Inglaterra, pero muy pocas porque no le
gusta ese inglés con acento británico. La gata tiene una cueva subterránea
donde, utilizando algunos otros estudiosos gatos conocedores de arquitectura y
albañilería, le han preparado su oficina con una MAC, que no necesita
antivirus. Desde ahí ella localiza a los que andan en fechoría y tiene
archivada la historia de cada delincuente y sospechoso. Cuando el teniente de
la policía tiene problema, la consulta y ella le da toda la información
necesaria y por donde andan y qué están haciendo los problemáticos. Así está
logrando, aunque a paso de hormigas, que baje la delincuencia en Miami.
Últimamente está enfurecida porque el estado de Florida no toma medidas
drásticas para meter en cintura a los ciudadanos imprudentes que están regando
el contagio del COBID-19.
Ella da el ejemplo usando su máscara y cuando va a
cualquier parte, y hace fila, para cambiar algún cheque, guarda los seis pies
reglamentarios de distancia social. Es un modelo de ciudadana. Le ha advertido
a Zoe que le vendría bien usar máscara porque ya oyó el rumor confirmado que en
la familia de su dueña se ha extendido la epidemia de coronavirus. La Musi
tiene menos posibilidad de contagio porque es más joven y conoce algunas
hierbas que come y la inmunizan. No usa plato ni tenedores ni cuchillos para
comerse la hierba, sino que a diente pelado la cercena en el patio del frente.
Yo he pensado que es el peor lugar por donde pasa tanta gente estornudando que
pudiera la hierba estar contaminada, pero precisamente me explicó, mostrándome
las pruebas de laboratorio, que la hierba que ella mastica es la que contiene
los químicos necesarios para trabajar en una vacuna. La universidad de F.I.U. ha
mostrado su interés en el asunto y ha concertado una entrevista para la semana
próxima y posiblemente ella acepte ir porque así no va a estar aquí cuando su
cariñosa amiga, con su viejo de la ventana, se marchen definitivamente del
efficiency alquilado.
“adiós
compañeros de mi vida… iglesia querida de aquellos tiempos”.
Autor,
Humberto
Pérez
Agosto,
2020
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