El viejo de la ventana, Ifdy, y Spiderman


Un día como hoy 11 de julio, hizo su entrada en esta sociedad norteamericana, la hija del viejo de la ventana; la niña no traía pasaporte porque no le hacía falta, ni tampoco saltar cercas para entrar al país, venía desde el cielo como embajadora de la gracia de Dios, por expresa voluntad del Altísimo. Los padres están de acuerdo que su bellísima hija fue enviada a la pareja de refugiados, por la providencia en ese tiempo, para adornar la vida de la familia y enseñarles que Dios es todo suficiente, y que llegaba al seno del hogar como quien dice, con un pan debajo del brazo. El viejo de la ventana y su mujer, como todos los inmigrantes que llegan a este generoso país, había salido de Cuba, desplumado, sin un centavo en el bolsillo, y venía acá con poquísimos recursos. La madre salió embarazada, casi al bajarse del avión en el aeropuerto internacional de Miami, y eso significaría que, sin seguro médico, la joven pareja tendría que arreglárselas como pudiera, para recibir con fe, el envío de incalculable valor. El viejo, que todavía no era viejo, se asustó por la salud de la madre, y la situación de cómo sería costeado el proceso de embarazo, los médicos, y el hospital. Un hombre bueno en Cristo consiguió un médico de vocación, que no había estudiado para vivir mejor sino para curar enfermos y salvar vidas, tuvieran o no para pagarle. La atención médica a su señora fue generosa; y en cada visita el padre y la madre le preguntaban cuánto les costaría el proceso. Siempre el médico le daba largo a la respuesta y decía “ya veremos”. Hasta el día en que la pareja se apareció en la consulta con una canasta y la hijita dentro y le pidieron al galeno que le diera la cuenta, y el generoso médico le dijo que solamente una postal en Navidad, era eso todo lo que iba a cobrar. La pareja menesterosa se llenó de asombro y alivio. Cuando se presentaron los dolores del parto corrieron para el Hospital. El parto fue difícil y ambas estuvieron en peligro de muerte. Los médicos salvaron tanto a la madre como a la criatura. Cuando pusieron la niña en brazos de la madre, dijo ¡qué recortadita! Y le dio el primer beso y la primera mirada como un ángel femenino, enamorada de su niña; la puso a su lado en la cama a su calor, con una ternura y suavidad que ningún hombre podría imitar ni comprender. Al salir del hospital le dijeron al padre que sólo tendría que pagar mensualmente una cantidad que no llegaba a los cien dólares.

Dios prosiguió con el destino de la pequeña familia. El joven fue entrevistado por un obrero de la convención bautista que trabajaba en Maryland, que buscaba un pastor para esa iglesia. Y, ya, en un camión cargado con sus pertenencias, al volante una joven amiga, los padres, con los dos niños se dirigieron a ese estado, empleándose así él, como pastor de la Primera Iglesia Bautista de Maryland. La Iglesia tenía una pequeña faja de terreno donde había una antigua casita llena de cucarachas (echaron al basurero unas cien), sin que ninguna pidiera la conmutación de la pena capital cuando vieron al fumigador.
En ese estado estuvieron 18 años. La niña se quedaba con el padre mientras la madre salía a trabajar. Le dejaba ya lista la nutritiva papilla para que la alimentara. Cuando el ministro se hallaba en la oficina leyendo y escribiendo, la niña no se alejaba de su vista, y si tenía que hacer alguna visita pastoral, se iban juntos, lo mismo que al mercado, donde la subía en uno de los carros disponibles para la mercancía. En una ocasión la cajera que le cobraba, la encontró tan bonita, que habló con su jefe para que hiciera un buen descuento por su cara linda, y además le regalaron un biberón, que la empleada chupó antes de colgárselo al cuello a la niña. La chiquitilla creció que era un encanto y no había en Maryland, entre centro y suramericanos, otra igual, que le llegara en lindura a los talones. Esa navidad el gobernador pidió que se hiciera un certamen infantil de belleza y la niña cogió el primer premio porque se comprobó que había sido hecha a mano, como con un par de tijeras, y la expresión de la madre cuando la vio ¡qué recortadita!, hizo pensar al jurado que, en efecto, había sido hecha, no en una fábrica común, sino a mano y solamente con tijeras. El premio consistió en un viaje al paraíso infantil, al parque de diversiones, Disney World.

Cuando se acercaba el día para comenzar en la escuela, tenía miedo, el padre le preguntó, en su cama, por qué, y le contestó que no sabía inglés. No tengas miedo, lo vas aprender mejor que yo. En la actualidad, aunque tiene el sello “made in USA”, habla dos idiomas, el inglés literario y el español doméstico con el cual le va a costar “las mil y una noche” turcas para poder leer esta historia. Comenzaron las clases y la llevaba y la recogía en su carro y si le decía al padre que tenía una urgencia, él la bajaba del carro y hacia pis. Había un maestro que después del desayuno salía con un palillo en la boca, y la niña le tenía horror porque pensaba que podría comérsela. Así tuvo que dejarse ver su padre, estuviera lloviendo o no, hasta que perdiera de vista al maestro, y con los días, poco a poco cogió confianza y al fin le volvió el alma al cuerpo. Le enseñaron a mirar el futuro, le clavaron en la mente un título universitario, y la chiquilla lo tomó en serio y siguió devorando libros hasta graduarse en la universidad. Para desarrollar su apetito por la lectura, le compraron muchos libros infantiles y llegó a tener una buena colección de ellos, supongo que más de doscientos, algunos firmados por los autores con los cuales se escribía, y cuando ya no los necesitó y estaba aburrida de leerlos, los empaquetó para los países pobres de Centroamérica, aunque el dictador nicaragüense, que no le gustaba para nada la lectura, cuando llegó el cargamento, lo cambió a los guerrilleros por mariguana, y tabaco molido, para cachimbas.

En uno de los mercados una empleada le dijo al padre que había visto su rostro en la televisión, en el programa M.A.S.H. (Mobile Army Surgical Hospital, sobre la guerra en Corea), y que parecía el doble de Alan Alda, aunque él prefería parecerse a Clint Eastwood, el terror de los pistoleros. Alan Alda supo que tenía como una copia latina de su persona, y le pidió que le enviara una foto, y así lo hizo, y ya que le gustaban tanto sus episodios, le pidió que si quería servir de doble como médico de la unidad militar. Le dijo que quería llevar a su hija para que se divirtiera, si eso fuera posible entre granadas y balas. Y no hubo problemas y viajó con ella hasta Corea. La pequeña le cayó en gracia al sargento, a todo el pelotón, y la chiquilla se moría de risa con Alda.

En cuanto al padre, lo único que conocía de medicina era el yodo, las aspirinas y la vitamina C. ¡Estupendo!, dijo el jefe del grupo médico y que era suficiente esa preparación para atender los heridos, que el resto de la carrera de medicina lo aprendería a marcha forzada huyendo de las explosiones, si se guardaba de los bombardeos y de alguna bala perdida. Aldito, que por conveniencia se declaraba agnóstico, le decía al viejo del efficiency, que era jovencísimo, que con los deseos que tenía era suficiente, para darle un diploma de doctorado en ciernes. Nunca se le murió ningún herido porque cuando ya estaba en las últimas empezaba a gritarle a Alda, que llegaba en un santiamén, le ponía algún anestésico, le extraía las balas, aunque el pobre hubiera sido prácticamente cosido por una ráfaga. La niña, estaba orgullosísima de su relación con Alda, y crecida un poco quiso poner en práctica lo que aprendió con él, el arte fingido de hacer creer a los televidentes que era rigurosamente cierto el papel que ella interpretaba. La quisieron contratar para una serie en Netflix, y como era conservadora en asuntos morales, no aceptó la oferta ni quiso firmar los papeles.
En todo el continente americano la conocen como Ifdy, una contracción de Ifdaías, nombre judío que el padre escogió de las crónicas bíblicas, por cierto, masculino, que fue como una predestinación de su carácter firme, y que puso de mal humor a los árabes Arafat y Osama bin Laden, pero los alemanes estaban felicísimos; algunos estuvieron en su boda con Mark Wohlschlegel. Un reportero del Washington Times, no del Post, que no le creía ni una palabra; y vinieron a su boda en Miami, estuvieron en el efficiency alquilado, tomaron muchísimas notas y fotografías y las publicaron.
El director del F.B.I. pidió que le dieran unas copias para que el Congreso y el Senado y la malhumorada señora Nancy Pelosi los leyeran. Netflix supo la maravillosa historia de la niña e insistió en hacer un guion para una película.  Pero como siempre, empezó con su estira y encoge, aunque al fin cedió, y publicó la historia de la hija del viejo de la ventana, ya mujer y casada con un abogado. Tuvieron tres hijos. El primero Gideon, sensible y jovial chiquillo, admirador de los superhéroes y que tolera al abuelo de la ventana. El segundo lo parió en Irlanda del Norte y se llama Cullen, y como está embarazada, le han sugerido que lo inscriba con el nombre Tértulo, un picapleitos que por sus triunfos en todos los juicios que ha tenido diciendo medias verdades, se ha hecho famoso hasta en el imperio romano. Tiene mucho dinero, hecho ganando juicios a favor de los que brincan la cerca de la frontera y por eso es conocido en toda Latinoamérica. Ha hecho una fortuna así, aunque insiste en que no ama el dinero, sino sólo que le gusta y lo respeta. Miguel de Cervantes Saavedra le escribió y le dijo, amigo Mark, “poderoso caballero es don dinero”, y le pidió una copia del cuento del viejo del efficiency alquilado.

El abuelo de la ventana, un filántropo, ha hablado con los asiáticos para que acorten la pandemia y pueda regresar en su carro a Miami Spiderman, tomarse unas fotos juntos e invitar a Gideon su nieto, el hijo mayor de su hija, enseñarlo a manejar y a usar la resistente telaraña para encaramarse en cualquier edificio de Virginia o de Washington, D.C. y atrapar a los que cometen fechorías y ponerlos un buen tiempo en la sombra.  Y esta historia, que punto por punto es cierta, se la regalo a mi única hija estadounidense, hoy día de su cumpleaños.

Les, quieren mucho, papi y mami.

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