El viejo de la ventana y el aplauso del cangrejo
Había en Jaén, Andalucía, una
familia que tenía una niña rubia de ojos azules, que simpatizó con el chiquillo
desde que lo vio, y él con ella. En aquella sociedad, diferente a las tiranías,
cada cual pensaba como quería y nadie lo obligaba. Fueron para Miami y casi al
salir del aeropuerto su mujer salió embarazada y dio a luz una chiquilla,
recortadita y preciosa. La mujer trabajó incansablemente con sus manos y se
compró un auto. El joven empezó a escribir libros cristianos y a sembrar la
palabra de Dios en todos los que podía. Todo eso fue de lo que me enteré. Y
como no me dijo más y le tomé cariño, quise continuar con su biografía y su
estancia en el efficiency alquilado, mezclándola con imaginación, y que él
mismo la cuente y que resulte, entretenida y bella.
Pues allá voy, y con mucho gusto voy a contar lo que
pasa dentro del pequeño apartamento. Conseguí un binocular, una escalera tan
alta como la de Jacob, que, sin exagerar, o haciéndolo un poquillo, llegara a
las nubes, y subí a una grandísima mata de mangos que tiene el vecino de
enfrente, en un dos por tres, como hacen las ardillas fugitivas; ahí vive un señor
de raza negra, religioso, de camiseta blanca, amante de los niños y que me
saluda ondeando en forma de abanico su mano y me regala una sonrisa, porque le
han dicho que soy un inquilino que paga justo a tiempo y que voy a una iglesia.
El patio de esa casa es grandísimo y llega casi a la frontera donde vive Goliat
el filisteo, con el cual ha tenido un intercambio de textos injuriosos, por
basuras que arrojan esos incircuncisos en las redes sociales. Un día me
preguntó que si yo tenía puntería y la onda de David porque tenía ganas de
darle una pedrada.
Termino con mi vecino y voy a mi personaje, al viejo
de la ventana, al cual mi mujer con una navaja le cortó la sombra y me vistió con
ella. Me quedó un poco ancha porque estoy flaco, pero se parece a mí. Ese
trabajo lo hizo con una máquina de coser nuevita, que usa para zurcir
descosidos para la tienda jcpenney. En cuanto a lo del binocular, tomé fotos
como lo hacen los expertos del FBI, escondidos y a la distancia, de las zonas
más cercanas del efficiency, donde han vivido por casi tres años, el viejo de
la ventana y su señora. Con respeto, porque fueron bien casaditos. Y se de
buena tinta, que él y ella se quieren muchísimo y están pegados el uno al otro
como chicles. Haciendo mis averiguaciones, y teniendo mis contactos en la
biblioteca de Alejandría, me di un brinco hasta el norte de África y consulté,
con la ayuda de algunos de los padres de la Iglesia, Clemente de Alejandría, Agustín
de Hipona, Jerónimo, y otros, de los cuales el viejo de la ventana tiene
contactos archivados más que literarios, personales, porque se sientan en la
historia juntos, e invitan a Martín Lutero y a Juan Calvino a cenar con ellos, del
maná, recogido por los israelitas, molido en mortero, bien empacado en
comentarios exegéticos excepcionales, y que por boberías de la historia, fueron contaminados por los
chinos según dicen, pero purificados de coronavirus y mentiras liberales, en la
academia Johns Hopkins, donde con bombos y platillos el viejo de la ventana
anda diciéndole a todo el mundo que su nieto estudia allí, y que el corazón de
los padres, lo ha oído por teléfono en alta voz, estalla como bombas, de
satisfacción.
Al viejo de la ventana, se ha hecho un rumor
público, se le ha metido entre ceja y ceja, contar algo, que sirve para un buen
chisme, sobre la eternidad del amor con su mujer. Yo me enteré de eso, e hice
mis averiguaciones, por las carcajadas que salían por la ventana y pude hasta
escucharlas en la copa de la mata de mango donde me subí para alcanzar uno bien
maduro, que nada tiene que ver con el dictador venezolano, y allí mismo lo
descascaré y lo disfruté y le tiré la semilla a cuervo impertinente que me pedía
a grito pelado una mordida. Así hay pájaros indecentes que no guardan sus
composturas. Pero sin más ambages, los dos viejos se aman como si los cincuenta
almanaques que han pasado juntos sin haber dañado, desilusionado o
decepcionado, ni un ápice, el cariño que esos dos ancianos se tienen. Creo que
ya mencioné en alguna parte, las carcajadas escandalosas que espontáneamente
salen por la ventana, y hasta setenta menos uno, se han reunido, trayendo sus
sillas y obstruyendo el tráfico, para escuchar al viejo reír de las ocurrencias
de su linda vieja, sin ofender. Y los chismes que yo les cuento exponiéndome a
una demanda judicial, si llegara a enterarse el faraón Ramsés II, que
contradecía a Moisés. Qué bobería es esa, de algunos de la farándula, casarse,
gastar un dineral en las habitaciones de un castillo de naipes, ir a una luna
con miel que puede evaporarse en tres meses juntos con el sol de diferentes
caracteres, y haciéndose insoportable la convivencia, se les mete en sus
cabezas pensar que la unión fue una equivocación, que la llama del amor resultó
fuego de tusa, se les quemó entre sábanas, y quieren ir al juez injusto de la
parábola de Jesús para que los divorcie, que si no tiene principios
constitucionales antiguos y republicanos, en un santiamén les da la
autorización para que cada uno coja su camino.
La vieja, mi vieja, que es la misma que la del
canoso que mira el lleve y trae de afuera, ella como la señora de Proverbios de
Salomón, se ríe del porvenir, seguro. El viejo, para entretener a los deseosos
de oír reír, le soltó a la concurrencia una anécdota de sus recuerdos,
diciéndoles que cuando vivían en Guanabacoa, la Habana, los vecinos del frente
se injuriaban a gritos pelados y con palabras abusivas, y no soportando más el
escándalo los llamó a capítulo y les dijo que el matrimonio no es una unión
automática, sino que funciona si ambos se lo proponen, y quieren hacerlo
funcionar. Y les dio unos cuantos consejos prácticos y espirituales, sin
brujerías, para llevarse bien, no maltratarse, caminar juntos en una misma
dirección y disfrutarse no sólo en las sábanas, sino en la mesa, y mirando los
aburridos shows políticos de la televisión. Y los convencía en un santiamén
enseñándoles fotos de su matrimonio. Y leyendo por nombres hasta los testigos y
de los ministros que concurrieron a su boda.
Pues el viejo que anda escribiendo quizás lo que no
debe escribir, y que, si a su mujer se le mete el diablo en la cabeza, y ella
no lo azora con una escoba, le va a sacudir el polvo. Y este viejo que
usualmente es discretísimo, me lo dejo a mí, o a mi sombra, o lo contó cuando
fue a jugar dominó en el Mall de Hialeah. A quienes estén leyendo esta historia
fantástica y bella, me van a disculpar la mentirilla de que el susodicho juega
dominó porque dice que es un entretenimiento bobo, y por decirlo en alta voz ninguno de los
usuales jugadores lo quiere como espectador, y le pagarían el entierro si se
muriera de una vez, y en una ocasión, si no interviene una china, que de un
salto voló por encima de todas las mesas, desde donde estaba vendiendo pollo
frito, y paró la cubana discusión de los jugadores.
Señores del jurado, brinco para atrás, hablando como
loco, los dos viejos del efficiency alquilado, nunca irán por allí para hacer
trizas los papeles que firmaron para estar juntos toda la vida, porque no
pueden vivir el uno sin el otro. He dicho vivir y no existir. Él se lo dijo a
ella y yo lo oí, que Dios no había tomado una costilla suya, aunque está flaco
y se le palpan todas fácilmente, para hacer a su mujer, sino con carne del
tejido de su corazón. A este hombrecillo, le gusta expresar las cosas con
ingenio, porque tiene alma de literato, y parece que lo parieron con un libro
gordo en la mano, no una guía telefónica ni con un teléfono móvil. Siempre anda
con uno.
Un día sucio y lluvioso, porque en Hialeah llueve
todos los días, mientras le limpiaban el carro, alguien le comentó que era raro
ver a un cliente leyendo un libro y no mirando el teléfono. El viejo está hecho
a lo medieval, antiguo, y los libros los lee en papel, no en su computadora, que
el pobre, ya le está pidiendo a gritos que la reemplacen por una nueva. La queja
no ha llegado hasta su bolsillo, que lo tiene cerrado con un zíper. Una de las
cosas que más echa de menos el viejo es su biblioteca que tiene guardada en un
almacén hace tres años, y ahora que se aproxima decirle adiós al efficiency, ya
no más obligado por la providencia divina y por los planes del Altísimo, quiere
que su nueva residencia tenga una exclusiva habitación para acomodar, con
libreros nuevos, su biblioteca. Pero lo que me ha hecho contar este resumen
histórico de la pareja, es que la unión matrimonial perenne, dichosa, no es una
ficción, y estos dos personajes, estos dos amantes están fundidos en uno,
cercenar esa unión es imposible, si se daña al uno, se daña también al otro, si
muere uno el otro, por suspiros de añoranzas le sigue los pasos. En broma, el
viejo le ha dicho, en ambos oídos, y, muy bajito, pero yo lo oí, que quiere
comprar para que entierren su cuerpo, un lugar donde quepan dos, él, que tiene
el billete de viaje ya comprado, será el de abajo, y estará esperando en
cenizas por la eternidad a que llegue, vestida de blanco, a su polvo, la dama
de su sueño eterno, porque tiene miedo estar solo, y para estar en los celajes
cristianos, en la gloria del bellísimo Nazareno, juntos ambos.
Y desde la ventana del efficiency alquilado, salió
afuera un huesudo puño que tiró a volar besos en rosas y claveles, las rosas
para los matrimonios de pelos cortos y los claveles para las de cabelleras y
trenzas, que ellas prendían en sus frentes, las damas vestidas de blanco, y el
olor de los pétalos de libertad llegó hasta la mismísima ONU, que como de
costumbre se cruzó de brazos y extendió la mano para recibir de USA el jugoso
cheque. Los delicados besos tenían
cuatro alas, como los querubines del profeta Ezequiel, volaron dando giros y
nuevos giros, por todo el barrio, y formaron un tornado de amor que subieron a
las copas de las palmas, azucararon los mangos del vecino enfrente y le zumbaron
dos seños fruncidos verdes a los maduros venezolanos. Las aves de la tarde como
en Florida abundan las aves, y ninguna se muere de hambre, cada una se maquilló
con volantes besitos, y se puso más bonita y hasta cada pájaro jíbaro atrapó uno,
y con picos más sabrosos que los labios, detuvieron el tráfico aéreo del
aeropuerto internacional de Miami, cantado “viva el amor, viva la amistad, aquí
hay comida para todos”. Y los oyeron los pájaros a noventa millas, con sus
buches vacíos, y no dijeron ni pio por miedo a los cazadores de ideas. El viejo que entiende el libre pio, pio, lo tararea
en su escritorio y lo canta en la ducha.
Siempre hay aves chismosas que vienen a pasar el
invierno en Florida y darse chapuzones en Cayo Largo, Cayo Hueso y las mil
playas de este bendito estado, que a todas se les ha dado la bienvenida,
incluso a las que vienen como refugiadas políticas por cantar canciones contra
las longevas tiranías y las que rompen vidrieras y roban mercancías. Por
ese entonces trabajaba en un laboratorio
un joven ingresado a la universidad Johns Hopkins, de grandes principios
humanos y cristianos, que ideó con tablas mosaicas bajadas del monte Sinaí,
moliendo un gomer y dos libras de pan de ángeles, agua de una roca, de la que
brotó por el toque de la vara de su conocimiento, con una taza de vino de las
bodas de Caná de Galilea, un antídoto de gracia soberana, que machucado todo en
un mortero, con clara de huevo, fue suficiente como vacuna y antídoto, para ser
inyectada en las mentes precoces, y darlo a beber a la entera humanidad, que
dejó de temer y sufrir por manos de un género, sobreviviente de plagas egipcias,
COBID-19. La condición para la
inmunización era ser inyectado con una aguja llamada evangelio que un amoroso
nazareno había fabricado, y puesta la medicina directamente al corazón, y
administrada por los poquísimos maestros ginebrinos o paulinos, valiosos
residuos de un monje agustino llamado Martin y un huesudo ginebrino llamado
Juan.
Un día como hoy llegó a este mundo el hijo varón del
viejo de la ventana, a quien le pidió que se hiciera un educado profesional, y
el niño lo tomó en serio, le dijo al padre que sí, y se ganó cincuenta
reconocimientos y diplomas. El viejo hace mucho, se lo llevó a Europa, y allá
conoció a una niña pelirrubia. Y le cayó en gracia, se dieron recíprocas
sonrisas y cada uno puso en su memoria una foto. Y el tiempo se hizo viejo. Un
día el chiquillo se acordó de la rubia y de la tierra de su libertad y dijo
“voy a verla”, y “¡quién sabe!”. Se subió al helicóptero que su padre tenía
guardado en un garaje de autos y cachivaches, lo arrancó y sin permiso de nadie
aterrizó en el patio de la señorita. Los andaluces que fueron avisados de la
locura, lo recibieron, niños y viejos, porque los españoles duran mucho, bailando
flamenco, con castañuelas y todo, y sin adornar sus palabras le dijo a ella, “te
tengo clavada en mis recuerdos, ¿quieres casarte conmigo? Y sin esperar la
respuesta le puso en su mano izquierda un anillo comprado a la reina Vasti. El
espabilado caribeño, sacó su pasaporte, su salomónica cuenta bancaria, le
enseñó un cangrejo vivo, que había burlado la seguridad del aeropuerto, y
encantada por la originalidad del novato, aceptaron venirse a Maryland, los
tres, ella solterita y virgen, costumbre judía casi extinguida, porque el
tercero que pidió su regreso a Maryland, fue el cangrejo, que aplaudió de
felicidad.
Un regalito para mi hijo lindo, de su papi.
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