Ministros apostólicamente calcados
2 Ti. 1:12-14
“Por lo
cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he
creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.
Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en
Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en
nosotros”.
Pablo
conoce bien la admiración que Timoteo le tiene y cuánto le debe; como si
dijéramos el joven discípulo es una copia suya, y desde que salió de su mano reproduce
su mismo ministerio en otras latitudes. ¿Pudiera acusársele de monogenismo
querer reproducir su ministerio en palabra y estilo? ¿no es el modelo mejor
hecho al estilo de Cristo Jesús? Si algo tiene señales de la aprobación
celestial, ¿merece la acusación de un juicio humano? Eso es lo que se mira en
esta exposición.
El modelo y
su copia
No esconde
el apóstol su deseo que Timoteo sea como él, en vida cristiana y en modelo
ministerial. Por la palabra que usa nos damos cuenta que tiene a su alumno como
una legítima copia suya. No siente vergüenza en decirlo y más aún lucha para
preservar esos rasgos que él mismo dibujó en su joven amigo. Hoy es una gran
necesidad ese “retroceso”. Pablo sabe que, si se le da a Timoteo un motivo real
de vergüenza en contra suya, no sólo la amistad será quebrada, sino que también
el modelo de ministro y ministerio también sufrirán cambios. Parece que
la principal línea de combate en el carácter de Timoteo, está siendo la
situación social de prisionero que tiene el apóstol, como si eso le rebajara en
dignidad; incluso podrían existir burlas como éstas, “¡ya veremos si
claudicará!” (Jer. 20:10), “tu verás como la prisión le hace cambiar de
parecer”. Las iglesias y los enemigos miraban hacia su celda y esperaban
ansiosos reportes de su estado anímico, de su posición teológica, de la salud
de su esperanza. Bajará la cabeza, humillado, y dirá, “¡me equivoqué!”, ¿cesará
de combatir? ¿Continuará sobre una línea de pensamiento tan cerrado?,
¿judaizará?, ¿aceptará otros intermediarios?, ¿venderá su inmortalidad por su
liberación? ¿Entregará su depósito a cambio de su humillación o su
cuello? Malos agüeros y presagios iban y venían a la iglesia de Éfeso, todos
esperaban el final del aprisionamiento del apóstol. ¿Seguiría pensando, en
cadenas, como lo hacía en libertad? Si saliera a la calle con alguna condición
de silencio, ¿se atrevería de nuevo a reinaugurar su magisterio, apostolado
y predicación? ¿entraría a un aula, subiría a un púlpito, mojaría de nuevo
en tinta sus papeles teológicos con tanto de gracia y doctrina?
Todas esas
interrogantes son respondidas con un sonoro “por lo cual padezco esto, pero no
me avergüenzo, sé en quien he creído, estoy seguro… no estoy tambaleante, no
vacilo en nada ni me arrepiento de sufrir cárcel por enseñar y predicar las
doctrinas de la inmortalidad”. ¿A qué recurre el apóstol para contestar aquella ola de
murmuraciones y malvadas expectativas? No sólo no piensa en algún tipo de renuncia
a su vocación, sino que tampoco extrae fuerzas para alzar su moral cristiana de
que reiniciará su histórica misión. Aunque así y allí termine su magisterio, su
designación apostólica y su carrera como predicador itinerante, aunque así de
mal juzgado o ignorado, hundido en la ignominia acabe, bien acabado será. Su
misión habrá terminado pero su vida eterna continuará.
¿Un final
feliz? A eso apela. Dice: “no
me avergüenzo…sé en quien he creído y estoy seguro...” ¿De qué? ¿De que
reanudará su ministerio? No. Está seguro de que si allí, contados acaban sus
días, morirá en la esperanza y fe de la vida eterna. Entiendo que “mi depósito”
es eso, su vida eterna. Al ministerio también le llama “depósito” (v.14), o los
dones del Espíritu para ejercerlo. Pero no se trata de ese “depósito” sino de
su misma salvación. Le llama “depósito” no porque él haya depositado algo
dentro de él sino porque le ha sido depositado; y que aun poseyéndolo,
disfrutándolo, no es suyo, dado el hecho de que quien ejerce la custodia plena
es Dios y no él mismo. “Es poderoso para guardar...”. Si alguno piensa que
también se refiere a “las arras de nuestra herencia”, el sello de la salvación,
el Espíritu Santo, dice lo mismo. Es evidente su confianza que la salvación
está fuera del alcance de cualquier mano enemiga porque Dios es poderoso y no
se la dejará arrebatar.
Suponiendo
que allí acabe su carrera, ¿habría Dios fallado? No, en lo más mínimo. Si
el tiempo de su partida estuviera tan cerca (4:6); que no alcanzara a salir por
la puerta de la cárcel, eso no importaba, habría viajado hacia la inmortalidad
en el tiempo y en el espacio, hasta “aquel día” (v.12), el de la resurrección.
Cualquiera que fuera el final suyo, siempre sería un final feliz.
No mis
hermanos, un predicador no acaba mal recompensado por la forma en que se muere,
no lo ha abandonado Dios porque cesa de vivir como si fuera un malhechor o como
un miserable. Que venga la muerte a nuestro encuentro, del modo que Dios
quiera, con tal que nos halle con la fe que el apóstol ejerce al hablar así:
“yo sé en quien he creído”; y que esa manera de morir sea un testimonio para su
gloria.
El íntimo
pensamiento del apóstol es inspirar al menos una vida con su muerte mezquina,
la de Timoteo. No apetece ahora que se cuente a millares como salió de este
mundo, para él es importante su legítimo sucesor, aquel de quien quiere tenga
un ministerio similar al suyo, una copia calcada. Eso es lo que dice la
palabra “la forma de las sanas palabras” (v.13).
Quiere que
retenga no sólo las palabras, las doctrinas que le transmitió, por medio de las
cuales fue convertido e instruido como predicador y maestro sino aún más la
forma o el “modelo” (ver 1 Ti. 1:16). Si ha escrito “forma” para retener,
hay algo más que el contenido de las palabras, puede referirse a la
enunciación, al estilo; quizás sencillo, áspero, tierno, osado.
Pablo ha sido su preceptor y no quiere que su alumno sea simplemente un
ministro, sino un ministro con un ministerio como el suyo.
Los métodos
Un comentarista
que quiso ser Pablo, fue Juan Calvino, y piensa que se trata de la forma de
la enseñanza. Si está correcto, lo que le pide tiene que ver incluso con
los métodos o formas apostólicamente aceptables de propagación del
evangelio de la inmortalidad. La manera de instruir, la forma de explicar
conducente a la salvación de los oyentes. Por ejemplo, el apóstol no aprobaba
los “discursos especiosos”, las “fábulas de viejas” (1 Ti. 4:7), “los
mandamientos de hombres” (Col. 1:22; Tit. 1:4), “las discusiones sobre
genealogías interminables”. Algunos pudieran protestar y alegar que eran métodos
para llegar a la verdad y exponer a Cristo. El apóstol es contrario. No. No
todos los métodos que se emplean para exponer las “sanas palabras” tienen aprobación
apostólica. Tendrán algún resultado, quizás alguna justificación; pero ¿qué
otro método mejor que la predicación? ¿Puede un drama, un teatro de marionetas,
una orquesta, ser métodos competitivos o sustitutivos de la predicación?
¿Aprobaría el apóstol esos métodos de hoy que parecen más seculares que
sagrados, más de la farándula que de una casa de oración? ¿Es eso lo que hemos calcado
de su ministerio? ¡Oh no! cualquier forma para comunicar la sana palabra
no es justificable.
Uno pudiera
aventurarse a suponer qué clase de métodos estaban usando algunos
contemporáneos de Timoteo para explicar la sana doctrina; cualquiera que fuera
la “forma” en que despachaban la verdad, el apóstol le pide que resista esa
tentación innovadora, que no se aparte del modelo que él le
presentó, que siga su pauta, tendrá sus frutos y su premio. Ya he dicho que los
vv.13,14 están conectados.
Su
ministerio, sus dones, son un divino depósito que tiene que ser guardado por
el ministro, por Timoteo mismo. Cuando se trata de la vida eterna, esa la
guarda el Señor, pero en cuanto al tipo de ministerio, la clase de enseñanza y
sus métodos, esas cosas bien puede él guardarlas. A nosotros se nos ha confiado
enteramente el estilo de ministro y ministerio que ejerceremos para el Señor.
Siempre, por todos lados, y en todas las épocas asaltan formas nuevas,
cautivantes, modernas, para desechar la palabra en sustancia y en presentación.
De nosotros depende, decir que sí y entrar con los tiempos a esos cambios o
permanecer fieles al evangelio, en contenido y exposición.
El santo
apóstol afirma que junto con la forma adecuada de presentación del evangelio de
salvación corre la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Ellas revelan por sí
mismas ambas cosas. Cuando un ministro decide emplear sólo aquellos métodos que
aprueba el Señor, formas de fe, puede ser criticado, puede que no
obtenga semejante éxito al de los que usan modos carnales para conducir
la verdad (si es que la tienen). Cuando se usan solamente esos métodos
espirituales, se revela la fe; cuando se cambian las formas de presentación y
la predicación directa, exigente y aplicativa, es modificada para hacerla
más digna de toda aceptación, lo que se está revelando es la poca fe del
ministro, su falta de confianza en que los métodos antiguos y apostólicos sean
salvadores. Detrás de todas esas innovaciones en forma, que nuestros ojos
contemplan para hacer atrayente la sana palabra, lo que hay es una confesión
impúdica de impotencia espiritual y declarada incredulidad.
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