Si te viran al revés, sé igual por los dos lados
Lucas 11:37-42
(Mt.
23:1-36; Mr. 12:38-40; Luc. 20:45-47)
37
Luego que hubo hablado, le rogó un fariseo que comiese con él; y entrando Jesús
en la casa, se sentó a la mesa. 38 El fariseo, cuando lo vio, se
extrañó de que no se hubiese lavado antes de comer. 39 Pero el Señor
le dijo: Ahora bien, vosotros los fariseos limpiáis lo de fuera del vaso y del
plato, pero por dentro estáis llenos de rapacidad y de maldad. 40
Necios, ¿el que hizo lo de fuera, no hizo también lo de adentro? 41
Pero dad limosna de lo que tenéis, y entonces todo os será limpio.42
Mas ¡ay de vosotros, fariseos! que diezmáis la menta, y la ruda, y toda
hortaliza, y pasáis por alto la justicia y el amor de Dios. Esto os era
necesario hacer, sin dejar aquello.
Jesús en
este discurso se mostró como un reformador de la religión judía, y lo mismo que
más de mil años después hizo Lutero, criticó de modo severo la ética de la
tiránica y corrupta religión dominante; en el caso de Lutero el papado y en el
de Jesús la pésima conducta de los escribas y fariseos. No corrigió tanto la
doctrina de estos doctores sino el hecho de que decían y no hacían (Mt.
23:2,3). Todo el discurso reprobatorio fue dicho en un tono de lamento con
muchos ayes.
El
estímulo que provocó este sermón condenatorio fue el comportamiento del fariseo
que lo había invitado a cenar a su casa, que desde antes de sentarse a la mesa
ya estaba pensando mal de él y haciendo comentarios poco acogedores (v. 38);
permitiendo pensar que lo había traído a su hogar no porque compartiera su
doctrina y fuese su discípulo sino para tener la oportunidad, con más tiempo,
para discutir con él y derrotarlo con la ayuda de esos graduados. Si el sermón
de Jesús transpira excesiva severidad, no es para menos al darse cuenta que lo
habían traído debajo de aquel techo para humillarlo y no para pasar un buen
rato con él ni para mostrarles afectos.
No abrió
la Escritura para leerla y discutir algún punto de la ley de Moisés sino que
pasando la mirada por el conglomerado de comensales, sintió que era la
oportunidad para decirles unas cuantas verdades en sus caras, y sin miedo
alguno por lo que ellos significaban dentro de la religión y la autoridad en la
nación, les llamó "pillos depravados" o "ladrones maliciosos",
porque las dos palabras utilizadas y traducidas "rapacidad" y
"maldad" significan eso mismo que he dicho. Se ufanaban que eran
diezmadores, a tal punto que aún de las cosas más pequeñas, la ruda, eneldo y
el comino, sacaban el diezmo para Dios, según ellos decían (v. 42; Mt. 23:23),
y sin embargo eran con todo, injustos e inmisericordes.
Esa
duplicidad fue para Jesús abominable y una soberana mentira que no quiso de
ningún modo que se infiltrara en el carácter de sus seguidores. Mejor sería que
dieran el corazón y no sus dineros. Es cierto que en el fondo de esa enseñanza
se encuentra la doctrina de la justificación por la fe y no por las obras, pero
eso no estuvo en su propósito de reforma y en vez de comenzar con la doctrina
cristiana empezó con la práctica del cristianismo.
No valía
la pena llamarlos a pulir doctrinalmente el credo y dejar intacta la conducta.
Les dijo "dad limosna de lo que tenéis y entonces todo os será
limpio" (v. 41), queriendo decirles "sean compasivos con la gente y
ayúdenla"; y con ese solo aspecto que corrigieran, limpiarían el mal
testimonio que como religiosos estaban dando. Todo su énfasis recayó sobre lo
que hacían con la ley de Dios y no con lo que aprendían de ella.
Jesús
lamentó sobremanera que estos religiosos procuraran primero que todo, proyectar
una falsa imagen de fidelidad que no tenían y que contrastaba con lo que ellos
eran en realidad; por fuera buenos (en apariencia, 20:47) y por dentro malos,
por fuera honrados y por dentro lobos rapaces. Les hizo pensar que debían ser
consecuentes y ser una misma cosa adentro y afuera porque Dios cuando hizo al
hombre lo hizo como si fuera de una sola pieza, y aunque se le virara al revés era siempre igual en ambos
lados (v. 40); Adán sí pero no ellos.
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