No les basta una innumerable cantidad de sermones naturales
ROMANOS 1:18-21
“Porque la ira
de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los
hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce
les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de
él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación
del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no
tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios no le glorificaron como a Dios ni
le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio
corazón fue entenebrecido”.
Aquí habla de los sabios paganos tanto judíos
como griegos, y magníficamente de las primeras oportunidades que han tenido los
opositores del evangelio y cómo fue el camino, por medio del envanecimiento,
que ellos siguieron para caer en la idolatría. Nos muestra que, aunque un
hombre no lea la Biblia tiene ante sus ojos una innumerable cantidad de
sermones naturales, escritos con belleza incomparable en la creación, en cada
hoja de cada árbol, en cada órbita celestial, en cada puesta del sol, en los
cantos de las aves, en cada gota de lluvia que cae bondadosamente sobre la
semilla. Eso es lo que Pablo explica después, pero por el momento tiene ante
sí, en su pensamiento, a los feroces opositores de su ministerio de salvación.
El apóstol
continúa hablando de la justicia divina, pero no en el sentido en que habló de
ella para los salvos, sino en los términos de castigo y venganza para los impíos.
Quizás lo que lo conduce a eso no es tanto el tema doctrinal de la
justificación, sino que como estuvo hablando sobre su ministerio de
predicación, se acordó del efecto que ella tuvo entre muchos paganos y como se
opusieron tenazmente a lo que les enseñaba. Nosotros lo sabemos, que es un gran
pecado oponerse constantemente a la predicación del evangelio e intentar
detener sus efectos salvadores en los corazones de los hombres. Eso mismo lo
leemos en 1Te.2:16. Específicamente se refiere a los hombres que detienen con
injusticia la verdad (v.18). Es el predicador primero y el teólogo después
quien aquí escribe, el gran anunciador del evangelio de Cristo que se ha
sentido rechazado, humillado y perseguido por ofrecerle a los hombres, en
público y en privado, una gran salvación.
Cualquier
revelación es desde el cielo (v.18), la de salvación, la de condenación, pero
lo que quiere decir es que sabe, y si cito 1Tes.2:18, ha sido testigo de mucho
derramamiento de ira divina sobre los hombres opositores de la predicación. A
ese acto de oponerse y tratar de impedir la difusión del evangelio él lo llama
doblemente, impiedad e injusticia.
¿Hay dos
calificativos más exactos? Es una “impiedad” o falta de religión y de piedad,
endurecimiento obstinado, crueldad que se ha desatado contra la propagación del
nombre de Cristo, a lo cual también llama “injusticia” que no es la falta de
justificación, sino una serie consecutiva de medidas y actos opuestos a la
dispersión del mismo, que mirados justamente son injustos, ilegales, inhumanos,
no dignos de ninguna nación, ni de algún estado civilizado, ni de aparecer en
ninguna constitución nacional. El resultado de todo eso es un intento “de
detener” el evangelio, frenarlo y si les fuera posible, extirparlo de la
conciencia de los hombres.
Ahora el apóstol
platica sobre esos, los que se están oponiendo a la verdad y comienza
recordando que tuvieron una
oportunidad de salvación. Le he llamado así sin exagerar porque
analizando la naturaleza podían haberse enterado de ese Dios “no conocido” e
investigar por él, al cual Pablo les anunciaba. Ese conocimiento, viendo los
astros, el mar, los animales, las aves, el hombre, no salva, pero prepara para
salvación. Debiera ser suficiente para creer en Dios, pero por la ceguera en la
cual el pecado nos ha sumido, permanecemos a obscuras y con necesidad de más
luz. La revelación natural no basta para convertir a alguien a Dios, necesita a
Dios.
Ese conocimiento
he dicho, es natural, el que podían haber extraído de la observación
sencilla de la creación y que podían haber concluido que existía “una deidad
creadora” y “una deidad poderosa” (v.20). Los paganos tenían miles de dioses,
atribuyeron a cada cosa creada un dios creador o supervisor de la misma, sea el
mar, la tierra, el aire, el fuego, la lluvia, la maternidad, etc. No pudieron
eficazmente deducir un monoteísmo poderoso, un solo Dios creador del universo. De
cierto modo, fue una oportunidad de conocer al Dios verdadero, si no hubieran
sabido nada del perdón de pecados, porque en la naturaleza no se revela eso, al
menos no debieron haberse corrompido idolátricamente. Según el apóstol,
contrario a como muchos piensan, el examen de la creación con todos sus efectos
naturales, en vez de conducir por miedo o por lo que sea, al hombre al
politeísmo, debe conducirlo a creer en un solo Dios poderoso, y como él lo
presenta en el v.20, así es. No que mirando el cielo imagine un dios para él,
ni oyendo el trueno un dios para regir las tormentas, ni viendo el fuego y el
mar un dios para cada uno, y así interminablemente. Todas las cosas de la
creación están relacionadas una con la otra, dependen unas de otras, y es más
fácil deducir de ello que fue uno sólo el que las hizo porque difícilmente
podrían haberse puesto de acuerdo tantos dioses para hacer un concierto universal
tan magnífico. Los dioses paganos, como los inventores de ellos, vivían
peleando unos con otros. Y ¿cuál fue la razón por la que desecharon la
existencia de un solo Dios? El
orgullo. Eso es lo que dice el v.21, “se envanecieron en sus
razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido”. Y siempre que el hombre ha
tratado de reducir a Dios a la razón y no lo ha logrado, lo ha desechado o
vuelto pagano. Teniendo muchos ídolos inventados podían acomodar a cada uno a
los gustos y las pasiones de los seres humanos, para que ellos tuvieran la
oportunidad de elegir el de su complacencia y no el que se revelaba en la
creación.
El Dios de la
creación es perfecto, es sabio, es bello, es justo, es amante, está lleno de
gloria. Un Dios
así sería muy superior al hombre y por orgullo, inaceptable.
Hay un punto en que el hombre tiene que admitir que no entiende lo que es
evidente y necesita creer, si desecha creer y trata de hacer comprensible lo
incomprensible, visible lo invisible, termina envaneciéndose en la conjugación
de sus razonamientos, ufanándose de su lógica, de su gran pensamiento y desecha
a Dios. Desarrollan sus razonamientos, alargan sus pensamientos y eso los
conduce más y más a la soberbia, y según se vuelven más y más pensadores, más
filósofos, más matemáticos, más científicos, se alejan más del conocimiento de
Dios porque crece en ellos el orgullo y la vanidad. Debemos orar mucho por
aquellos hombres que estudian el mundo y quieren obtener explicaciones
satisfactorias de él, para que Dios les ayude y cuando se les haga evidente que
hay un creador invisible, que es el origen de todo, que es poderoso, sabio y
providente, reverentemente se inclinen y le adoren y le den gracias por ser
ellos mismos parte de esa creación y tan bondadosamente mantenidos por él.
¡Qué grande fue
la vanidad de aquellos hombres y la de los de hoy, que están inclinados a
admitir la procedencia del mundo y del hombre de cualquier parte, desde una
célula a un molusco, desde un chimpancé hasta un antropoide, con tal de no
admitir que han sido creados y que deben acciones de gracias a un eterno, invisible
y poderoso Hacedor! Entendieron bien que
había un Creador y como no lo adoraron reverentemente ni quisieron agradecerle
nada, han quedado sin excusa. Y esa palabra apunta a un interrogatorio, a un
juicio.
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