La iglesia refugio de los pecadores
SALMO 48:1-14
“Los príncipes
de los pueblos se reunieron como pueblo del Dios de Abraham; porque de Dios son
los escudos de la tierra; él es muy exaltado. Cántico. Salmo de los hijos de
Coré. Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado en la ciudad de
nuestro Dios, en su monte santo. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra,
es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey. En sus
palacios Dios es conocido por refugio. Porque he aquí los reyes de la tierra se
reunieron; pasaron todos. Y viéndola ellos así, se maravillaron, se turbaron,
se apresuraron a huir. Les tomó allí temblor; dolor como de mujer que da a luz.
Con viento solano quiebras tú las naves de Tarsis. Como lo oímos, así lo hemos
visto en la ciudad de Jehová de los ejércitos, en la ciudad de nuestro Dios; la
afirmará Dios para siempre. Nos acordamos de tu misericordia, oh Dios, en medio
de tu templo. Conforme a tu nombre, oh Dios, así es tu loor hasta los fines de
la tierra; de justicia está llena tu diestra. Se alegrará el monte de Sion; se
gozarán las hijas de Judá por tus juicios. Andad alrededor de Sion, y rodeadla;
contad sus torres. Considerad atentamente su antemuro, mirad sus palacios; para
que lo contéis a la generación venidera. Porque este Dios es Dios nuestro
eternamente y para siempre; él nos guiará aún más allá de la muerte”.
Los judíos
soñaban con una Jerusalén eterna, victoriosa, inexpugnable, y fracasó porque
era terrenal. Si leyeras este salmo
sólo como un documento histórico, notarías que se trata de un himno a Jerusalén
donde su autor, un judío piadoso, canta su fe en Dios con alabanzas hacia la
ciudad amada y su hermosura. No es precisamente a la patria a quien le
canta sino a la ciudad de Dios que para nosotros es la iglesia.
Jerusalén e Israel son una misma cosa y ambos la iglesia. No es patriotismo lo
que se nota en este salmo y en otros como él, es devoción, es piedad,
amor hacia aquellas cosas que fueron “figuras
de lo verdadero” (He. 9: 23,24). Mucho más verdadera que la Jerusalén
terrenal es la Celestial, y más que el templo, Jesucristo (He.9:11). Los sentimientos que el
salmista experimenta por Jerusalén son los que el cristiano siente por la iglesia
y su Señor; que es hermosa. No hay otra como ella; acapara su
admiración y pide a los que le oyen que rodeen la ciudad, que cuenten sus
torres y consideren con atención sus muros, sus antemuros y miren sus hermosos
palacios. Es una gran obra de arquitectura (vv.12,13). Pero más que su
hermosura el tema del salmo es su no expugnable fortaleza; en la mente
judía no cabía la posibilidad que Jerusalén fuera hollada por los gentiles;
no, la amaban y admiraban mucho para concebir eso. Sería como el fin del mundo
si de aquello no quedara “piedra sobre piedra”. Y así fue porque el pecado la
hizo vulnerable. Y se hace necesario que descienda del cielo la nueva Jerusalén, esto es la iglesia,
cuyo Arquitecto y Constructor es Dios, cuyo fundamento son los patriarcas y los
doce apóstoles, o sea sus doctrinas.
Aquella es la vieja Jerusalén y la iglesia es la nueva, la inmensa, la que está
hecha cada piedra con la palabra del Señor. Los creyentes morimos, pero la
iglesia continúa con Dios “aún más allá de la muerte” (v.14), o “hasta la
muerte”, sin escatología, que es una mejor traducción. “La muerte” o Mut-labén,
se corresponde al título del salmo 9, no como interjección ni para descender a
un tono lúgubre sino una forma musical. Los cristianos pasan, la iglesia no, las
funestas dictaduras, la iglesia sigue, las sociedades cambian, el evangelio no.
La traducción “eternamente” se acoge con gusto, pero el salmista dijo “siempre
y siempre” habrá iglesia.
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