Vivimos para hacer historia y alguien la leerá
GÉNESIS 21:15-21
“Y el agua en el odre se
acabó, y ella dejó al muchacho debajo de uno de los arbustos, y ella fue y se
sentó enfrente, como a un tiro de arco de distancia, porque dijo: Que no vea yo
morir al niño. Y se sentó enfrente y alzó su voz y lloró. Y oyó Dios la voz del
muchacho que lloraba; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le
dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del muchacho en
donde está. Levántate, alza al muchacho y sostenlo con tu mano; porque yo haré
de él una gran nación. Entonces Dios abrió los ojos de ella, y vio un pozo de
agua; y fue y llenó el odre de agua y dio de beber al muchacho. Y Dios estaba
con el muchacho, que creció y habitó en el desierto y se hizo arquero. Y habitó
en el desierto de Parán, y su madre tomó para él una mujer de la tierra de
Egipto”.
Observa en conjunto las grandes enseñanzas del texto, aunque se trate
de Ismael y no de Isaac; quizás lo que te llame la atención sea la crueldad que
usaron con Agar e Ismael, o el ángel que le habla desde el cielo y le dice que
allá arriba oyó al niño gritar, y no hay por qué preocuparse pues muy cerca de
ellos está una fuente con agua. Pero esas cosas son las más pequeñas, el pasaje
tomado en conjunto no enfatiza la providencia divina sino el propósito de Dios;
el mensaje más grande para la madre y el niño es que Dios hará del muchacho una
nación muy grande (los árabes). Por supuesto, que, si el niño tendrá tantos
descendientes hasta formar una nación, su supervivencia se hallaba asegurada.
No le dice: “No le faltará nada”, ni “tendrá un futuro brillante”, pero nada le
faltó. No se lee que Agar haya tomado un esposo para que la mantuviera a ella y
a su hijo, ni que se haya empleado como criada en la casa de algún señor. Aunque
no se dice, puede que Abraham la haya despedido con bastante plata además de
pan y agua. Si Dios le promete lo grande, lo pequeño se halla incluido porque
“¿cómo no nos dará con El, todas las cosas?” (Ro. 8:32). La Escritura mira el
propósito de Dios para nuestra vida no sobre la base de la culminación de
necesidades personales, sino como parte de un conjunto, no individualmente sino
colectivamente, en cuanto al significado que tenemos para el grupo, la
familia, pero más que eso, la nación y el mundo. Su propósito es su plan y su
plan es colectivo, y lo concibe sobre la base de nuestro rol en la historia
como parte de un plan global con el mundo y con la iglesia.
La realización de
nuestra persona, de nosotros individualmente, no es lo que cuenta sino nuestra
participación, junto con otros muchos, en llevar a cabo la historia dirigida
por Dios. Personalmente puede que haya cosas que no obtengamos nunca y debemos
abstenernos de satisfacernos por medios pecaminosos, su plan no puede incluir
siquiera que lleguemos a ser felices, sino útiles y bienaventurados. Cuando Jesús
habló en el monte, la palabra que usó fue “bienaventurado”, la cual es mentira
que quiera decir “tres veces felices”, sino “bendecido; y por extensión, afortunado,
bien librado, bienaventurado, dichoso, glorioso”. El que piense que hallará en
la vida cristiana una vida muelle, más temprano que tarde se le romperá esa ilusión.
Los bienaventurados esperan su felicidad cuando se remonten al cielo. En el
fondo del alma humana, nadie la hace feliz, sino el Creador de ella, Dios. En
todo el NT se habla de gozo, pero es difícil hallar en sus 27 documentos, la
palabra feliz, felicidad.
Todavía nos hallamos
escribiendo la historia de la iglesia cristiana, y Dios está haciendo con ella,
no gentes felices, sino héroes y heroínas de la fe, extendiendo el capítulo
once de la epístola a los Hebreos. Entramos al cristianismo no para ser felices
sino útiles. Si usted lee la Biblia bien, eso es lo que ella enseña, que en el
mundo tendrá aflicción. Nuestro Libro Sagrado recoge más la historia de
naciones que de individuos. Ni usted ni yo somos toda ella sino algunos
renglones en sus páginas. Vivimos para hacer historia, y alguien la leerá.
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