Atravesando con miedo situaciones que no se podrán cambiar
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“Enseguida Jesús hizo a sus
discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto
que él despedía a la multitud. Despedida la multitud, subió al monte a orar
aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo. Y ya la barca estaba en
medio de la mar, azotada por las olas; porque el viento era contrario. Mas a la
cuarta vigilia de la noche, Jesús vino a ellos andando sobre el mar. Y los
discípulos, viéndole andar sobre el mar, se turbaron, diciendo: ¡Un fantasma! Y
dieron voces de miedo. Pero en seguida Jesús les habló, diciendo: ¡Tened ánimo;
yo soy, no temáis! Entonces le respondió Pedro, y dijo: Señor, si eres tú,
manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de
la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento,
tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al
momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe!
¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento”.
Estamos
aquí en la presencia de un milagro fascinante; algo que supera toda imaginación
y desborda todo pensamiento. Jesús caminando sobre el mar de Galilea y uno de
sus discípulos pretendiendo hacerlo. Las condiciones que preceden al
milagro: la tormenta (vv. 22-24). Puede afirmarse sin ninguna duda que el Señor
metió a los discípulos en aquella
tempestad; la palabra que Mateo usa es que "Jesús hizo"; en griego
significa más, "Jesús obligó"; ellos no querían dejarle pero él forzó la situación. Hay quienes
piensan que fue porque querían hacerle rey como dice el cuarto evangelio, pero
no veo la razón, otros dicen que deseaba orar en la soledad, es cierto pero
podría habérselos dicho, además podría haberlos hecho ir después que despidiera
la multitud y no antes; por lo tanto lo que el Señor deseaba era que ellos
estuvieran en alta mar cuando la tormenta llegara, en un punto que no pudieran
regresar a tierra ni tampoco avanzar, encerrados por completo y atrapados no
pudiendo ir a un lado ni a otro. En una situación que ninguno de los doce tenía
la solución; y no podían hacer nada.
¿Quién
puede al considerar esto afirmar que nuestras vidas son regidas por la fortuna
o por la suerte casual? Los hijos de Dios están supervisados enteramente por la
providencia cuando actúan sabia o imprudentemente, por voluntad propia o
forzados por el Señor. En este caso, si los discípulos hubiesen hecho lo que
deseaban, las ráfagas de viento no los hubieran tocado. Por lo tanto ellos
temporalmente habían decidido bien; pero el verdadero bien no consistía
en no entrar en la tormenta sino en sumergirse en ella.
Si
esto es cierto cuando decidimos bien ¿qué pasa cuando decidimos mal? La
providencia no podría ser menor. Cuando ellos salen al mar, lo hacen por la
voluntad activa de Dios y fueron ayudados por Jesús, cuando Pedro pide
permiso para caminar sobre el agua, que fue una decisión insensata, obtuvo la
aprobación permisiva del Señor; y ¡también fue ayudado! (vv. 28,29). Esa
fue la filosofía de Job (2:10; 30:26). Tenemos hoy día que mirar las
circunstancias que nos obligan a tomar un camino, como la voluntad activa del Señor y el mejor medio para
bendecir nuestra fe. Lo de creer en la voluntad permisiva del Señor es una
salida derecha a la conformidad y a la resignación, pero no al gozo de la fe en
tal y mas cual situación. Contiene una teología menos rígida que la del Antiguo
Testamento lleva, es más filosofía que teología, y le sonríe más a Jacobo Arminio
que a Juan Calvino.
Nota
dos cuadros diferentes para medir la providencia: uno, los discípulos
tratando de salir de la tormenta y el otro, Jesús orando tranquilamente en
tierra. El primer cuadro indica desesperación, fatiga, sorpresa y susto; el
otro indica control, sabiduría, y paciencia. No hay dos providencias; es una
sola pero la fe no puede ponerse en la primera y no debe depender de lo que nos
rodea, el frágil barco, la impotencia de los marineros, el oleaje terrible y el
viento enérgico. Los discípulos tal vez pensaban: "¿dónde estará Jesús?
¿Por qué Dios no nos ayuda? Nosotros no
queríamos partir y él nos obligó"; y si se hubiera alargado la situación,
podrían haber empezado a culparlo. Generalmente queremos culpar a Dios de lo
que nos pasa: de indiferencia, negligencia o lentitud en acudir a nuestros
pelados gritos.
Pero
más allá de los ojos de ellos, del viento, del mar, del peligro, de los
lamentos, de la ignorancia y falta de fe, estaba Jesús al tanto de ellos,
no los había olvidado ni un momento y ofreciendo intercesión al Padre por su
grupo. Nuestro miedo revela ignorancia, y la ignorancia y miedo revelan falta
de fe. La providencia no deja nada suelto ni sujeto al azar.
Si
la ignorancia de la providencia en ellos era grande, la teología también
era deficiente (vv. 25-27). Desde tres a seis de la mañana, antes del alba, el
Señor viene sobre el agua. ¿Qué pensaron los discípulos? Que era un fantasma,
un espíritu salido de las profundidades del infierno, un muerto. Es cierto que
no veían bien, aún era de noche, es cierto que sicológicamente estaban
exhaustos habiendo perdido la esperanza de conservarse vivos; ¿y qué otra cosa
podrían hacer? ¿No hubiera sido mejor pensar que era un ángel o alguna visión
de Dios? Atribuían al diablo o a un
muerto lo que venía de Dios. ¿No es ésa una las mayores deficiencias de las
creencias populares hoy día? Le atribuyen al diablo lo que se aplicaría a
Jesús; ¿el viento? Dicen que es el diablo. Si es una enfermedad, es el diablo;
si se sufre alguna pérdida, es el diablo. Miran todas las circunstancias
adversas a través del diablo y no de la providencia y de Dios. Es cierto que el
diablo maquina constantemente contra nosotros, pero nada puede hacerse sin permiso
y supervisión de Dios. El diablo se mueve en este mundo como con una
cadena atada a sus pies cuyo extremo sostiene Dios. Creo que debemos mirar las
cosas más teológicamente, no bajo el descontrol diabólico sino bajo el control
divino y pensar: "Dios es, esto viene de él, no tengo por qué espantarme,
es él quien se acerca", aunque el diablo se acerque autorizado por Dios.
El
enfoque casi omnipotente, omnipresente, que tienen del diablo lo exalta, lo
convierte en un semidios (casi) y deshonra al Señor; además esta interpretación
inadecuada de nuestras circunstancias nos sume en la desesperación y en la
incredulidad; si ese enfoque es dañino, también es supersticioso. Los
discípulos veían un fantasma, los fantasmas no existen y los espectros
diabólicos están controlados y no pueden moverse a capricho en este mundo.
Aprendamos, como dice el salmista, a reconocer a Dios en todos nuestros
caminos.
La
petición de Pedro y la permisión del Señor (vv. 28-33). (1) hay quien
justifica este deseo de Pedro, otros le aplican motivaciones bastante insanas,
yo pienso que su deseo es insensato; quería obtener una experiencia
extraordinaria sin medir si tenía fe para ella, y que para lo único que le
serviría sería para tropiezo de su crecimiento espiritual, tentándolo a
envanecerse sobre los demás. ¡Cuidado hermanos de la naturaleza humana que es
muy traidora y lo que suponemos que sería una experiencia personal maravillosa
puede convertirse en un gran pecado! (2) el "si eres tú" que pronunció,
quiéranlo o no, es un triste presagio de incredulidad, no absoluta, pero
es falta de fe; ya Jesús estaba cerca y él podía verle, había oído su voz, pero
todavía piensa que puede tratarse de un fantasma; si piensa que es el diablo no
debiera experimentar con él ni ponerse en sus manos ni creer lo que le dice.
Pero
es lo mismo que muchos que se acercan supersticiosamente a Jesús, y llaman fe a
lo que es confianza carnal, atrevimiento y superstición idolátricos. Si es un
demonio el que viene no hay que pedirle nada sino reprenderlo o huir de él. Si
tenía algún vestigio de fe aquella petición era tan grande la insensatez que la
cubría que apenas se nota; si merece una calificación teológica porque dio
algunos pasos sobre el agua; es poca fe (v. 31). (3) pero hay otra cosa que es
considerable, la permisión del Señor; le dijo a Pedro que sí sabiendo
bien que no llegaría hasta él.
Pedro
se bajó del barco con la aprobación del Señor, el fracaso no estuvo en
la permisión del Señor sino en la falta de fe de Pedro, y en este momento
aprendería que hay cosas que el Señor concede pero que no las aprueba, y que de
ningún modo desearía que se hicieran, pero que cooperan para nuestro bien.
Jesús hubiera preferido que se quedase en la embarcación. A esas cosas
pertenecen la caída de Adán, el viaje de Balaam a Moab, las codornices en el
desierto y la negación de Pedro.
Lo
que hay que evitar es el error de pensar que lo que él permite, lo que no
aprueba, no es su voluntad, sea una desgracia etc. Si algo él permite que nos
pase es por algún motivo que lo permitió su voluntad y nosotros tenemos que
poner el precio que él pide, para quitar o añadir, para llevar a cabo su
propósito o su plan; pero en tal caso, como en el de Pedro, su mano se hallará cerca para asirnos si
nota que estamos próximos a hundirnos. La historia termina de una forma muy
hermosa, porque los marineros y otros pasajeros se convencieron que era Hijo de
Dios, naciendo la fe en sus corazones. No se puede decir que aunque no desease
que se hundiese, no le desease también su hundimiento para corrección de su fe.
Y en último lugar, es difícil mirar y
seguir mirando a Jesús cuando las circunstancias son adversas, es decir,
confiar en la providencia de Dios en todo momento. Con facilidad cambiamos la
mirada y eso quiere decir que ya no tenemos como sostenernos. Dios ayude a esos
dos miedosos, Pedro y Humberto, y a una miríada de discípulos, que son
obligados por el Destino Divino a atravesar situaciones de las cuales no pueden
volverse sino pasarlas, porque siempre pasan, clavada la mirada en Jesús.
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