No perdemos fácilmente nuestra vocación
Génesis 20.7
“Ahora pues, devuelve la mujer al marido, porque él
es profeta y orará por ti, y vivirás”.
¿Profeta? ¿Qué clase de profeta que para
preservar su vida exponía su mujer al pecado? ¿Cómo es que Dios más bien no
escondió la identidad de Abram y lo hubiera nombrado como un extranjero, un
ovejero, un arameo, pero no como uno de
sus profetas? Uno dice, ¿qué clase de pastor es ese, que es conforme al corazón
de Dios y actuó así? ¿Qué clase de
apóstol que negó al Señor tres veces? ¿Qué clase de misionero es ese señor llamado Demas que se fue a
Jerusalén y abandonó a sus compañeros? (Hch.13:13) Abram es ante todo un hombre de fe como lo
demuestran estos pocos datos históricos de sus peregrinaciones. A Abram su fe le fue contada por justicia
(Ro.4:9) y nació en su corazón antes que fuera circuncidado (Ro.4:12), y ambas
son gracias otorgadas por Dios de modo que impulsado por ella fue capaz de
preparar un viaje sin conocer su destino (He.11:8), y ni el grado de su fe, ni
la circuncisión fue un reparo para que su profesión religiosa fuera probada, y
quedara como un ejemplo doctrinal de salvación para el mundo entero (He.11:17).
Y regresando a los problemas externos que tuvo que enfrentar su matrimonio
cuando otro hombre quiso romperle la unión con Sara su mujer. Dios no se
avergüenza fácilmente de nosotros y no perdemos nuestra vocación por un acto
loco. A pesar de todo su vida de oración no se extingue y la eficacia de sus
intersecciones permanecen en acción y Dios las escucha y concede vida por
ellas.
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