Una doctrina para vivir y morir
Efesios 1:7-12
“7 En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, 8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, 9 dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, 10 de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra. 11 En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, 12 a fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo”.
No fue Calvino quien inventó la palabra predestinación, tampoco Agustín obispo de Hipona. Las palabras elegidos y predestinación son acuñadas por el apóstol Pablo, salieron de su puño y letra y encontradas en las epístolas firmadas con su nombre. Ese sistema de doctrinas llamado calvinismo no es otra cosa que paulinismo, y tampoco es paulinismo porque se hallan en los sermones de nuestro Señor Jesucristo. Ninguno de los inveterados enemigos del apóstol Pablo objetó contra esa palabra ni lo acusó de herejía, porque aún ellos creían en la predestinación y en la elección para salvación, demostrada en la misma elección de la nación de Israel. El seno de la predestinación está lleno de consuelo para los santos, y les asegura que sus vidas tanto en las mejores y peores condiciones, están supervisadas por Dios y que ninguna cosa buena o mala podrá tocar uno solo de sus cabellos sin su autorización. Es decir es una doctrina para vivirla y morir en ella como lo describen en todas las biografías de Calvino.
"Cuando el fin de su vida se aproximaba, Calvino enfrentó su muerte como hubiera enfrentado el púlpito-con gran resolución. Teocéntricamente, y eso se ve en la fe que muestra cuando escribe su última voluntad en su testamento, que fue dictado en el 25 abril de 1564:
‘En el nombre de Dios, yo, Juan Calvino, siervo de la Palabra de Dios en la iglesia de Ginebra... doy gracias a Dios que él no sólo ha mostrado su misericordia hacia mí, siendo una pobre criatura, y... me ha soportado en todos mis pecados y debilidades, pero algo mucho más que eso, porque me ha hecho portador de su gracia para servirle por medio de mi labor... yo confieso vivir y morir en esta fe que él me ha dado, de modo que no tengo otra esperanza ni refugio que su predestinación sobre la cual descansa enteramente mi salvación y en la cual está fundada.
Yo abrazo la gracia que me ha ofrecido en nuestro Señor Jesucristo y acepto los méritos de sus sufrimientos y muerte, por medio de la cual todos mis pecados han sido enterrados; y con humildad le ruego a él que me lave y me limpie con la sangre de nuestro gran Redentor... De modo que yo cuando le vea sea hecho conforme a su semejanza. Además declaro que me he esforzado en enseñar su Palabra sin contaminación y he expuesto su Santa Escritura fielmente, de acuerdo a la medida de la gracia que él me ha dado" (Citado en The Expository Genius of John Calvin, por Steven J. Lawson, pag. 17).
"El final fue tranquilo. Me avisaron con urgencia, dice su historiador y amigo Beza, corrí hacia su casa tan rápido como pude, acompañado por otros hermanos, pero encontré que ya Calvino había entregado su último aliento. Murió sin tener en sus labios alguna palabra de queja ni siquiera sin hacer algún movimiento sino más bien como alguien que se ha entregado a un profundo sueño. Probablemente la causa de su muerte fue producida debido al mal funcionamiento de sus riñones con piedras. Que Calvino haya muerto en paz fue una señal de que había vivido bien. De forma similar en 1546 se tomó una mascarilla de rostro de Martín Lutero para demostrar que al final de su vida no se había entregado a la muerte gritando como un alma que se la llevan los demonios según sus oponentes católicos habían predicho. Morir tranquilo y bien significa estar preparado suficientemente en oración, arrepentimiento y toda clase de confesiones".
"El desgaste diario de su trabajo estaba teniendo un terrible efecto sobre su composición física haciéndole muy difícil llevar su carga. En adición a las migrañas que padecía y problemas intestinales que plagaron siempre gran parte de su vida adulta, Calvino sufría de gota reumática. El exceso de ácido úrico enfermaba su vejiga de lo cual hace mención en sus cartas. Su victoria política no lo libró de sus dolores físicos; comenzó a sufrir fuertes sudores durante la noche que le producían tos y sangre, indicando su tuberculosis pulmonar. Y todavía la cosa se puso peor. Sus heces fecales estaban llenas de parásitos y lombrices lo cual le producía aún más pérdida de sangre y lo dejaban exhausto y anémico. Tanto la tos como su fatiga física frecuentemente le hacían imposible dictar sus cartas o tratados y esto por semanas y aún por meses. Comía poco, casi siempre una sola comida al día y frecuentemente ayunaba, todo lo cual contribuía a su desgaste físico. Los amigos de Calvino lo describían casi como solamente piel y huesos". (Calvin, Bruce Gordon, pag. 278, 279, 333,334).
Como dijo en su testamento, “yo confieso vivir y morir en esta fe que él me ha dado, de modo que no tengo otra esperanza ni refugio que su predestinación sobre la cual descansa enteramente mi salvación y en la cual está fundada”.
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