Jesús cargó al más relevante
Lucas 9:46-48
(Mt. 18:1-5; Mr. 9: 33-37)
46 Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor. 47 Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso junto a sí, 48 y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande.
Usando el orden que Lucas nos da, esta discusión entre los apóstoles sobre quién de ellos sería el más relevante en el reino de Dios, encontramos que parece tener lugar después que ellos regresaron de la exitosa gira misionera (9:6), después de las palabras excepcionales que Jesús había dicho a Pedro y que Pedro había dicho sobre Jesús (9:18-20); y era como un espíritu de envidia que los estaban calando, todos querían sentirse privilegiados y únicos, de modo que cualquier otro predicador que no perteneciera a ese equipo, por su osadía debía prohibírsele que lo hiciera (9:49,50).
El deseo de hacer misiones propulsado por Jesús era elevado y más de uno quería ofrecerse como un voluntario, y dentro de los cuales el Señor había empezado a organizarlos para enviarlos a predicar (9:57-62, y sobre todo aquella discusión dentro de este espíritu de avivamiento y de triunfo sobre los espíritus malignos y las enfermedades ocurre en el contexto de la conocida como "misión de los 70" (Cap. 10), no cabía y podría apagar ese fuego, cambiándolo por espíritu de competición.
Mi observación es que si habían escuchado sobre la especialidad del futuro ministerio de Pedro y la exclusividad suya y los otros dos en el monte de la transfiguración (9:28-36), el ambiente era propicio para hacerles pensar a cada uno sobre el valor que tenía dentro de todo aquel movimiento efervescente, y la posición que ellos los primeros tendrían sobre los otros que estaban llegando. Jesús canaliza esas aspiraciones sobre posiciones y los organiza en parejas para que en vez de aspirar a cargos y jerarquías eclesiásticas se dedicaran a ir por las aldeas y ciudades predicando el evangelio y sanando enfermos.
Si los hubiera dejado hacer lo que ellos querían, organizarse por rangos antes de tiempo, la satisfacción de la estructura eclesiástica atentaría contra el espíritu misionero haciendo que aquello que se movía tan veloz se parara. En ese momento todavía no hacía falta esa gradual organización que estaba revelando por anticipado, sin que hubieran trabajado suficiente para establecer el reino de los cielos, que iban a realizar un trabajo con espíritu equivocado de arrogancia y envidias, y para ser servidos más que para servir.
Como la humildad brillaba por su ausencia en los corazones de estos inmaduros líderes, Jesús pidió a una madre su niño, lo bendijo y les dijo que no se compararan más los unos con los otros porque eso no es de sabios (2 Co. 10:12), y no se consideraran con más valor que las mujeres y los niños, porque esa exagerada opinión propia sería un obstáculo tanto para recibir el evangelio como para predicarlo. El más relevante del grupo, miraron sorprendidos, lo tenía Jesús cargado (Mr. 9:30; 10:16).
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