Había una vez en la iglesia un libro llamado biblia
Oseas 4.6, 7
“Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento”.
Perdonarme un poco de ironía en esta entrada. ¿Quiénes eran los responsables que escaseara la palabra del Señor en aquellos tiempos? Los sacerdotes, es decir los representantes de Dios. No escribían sobre ella ni la predicaban. El Sagrado Libro brillaba por su ausencia. No eran maestros bíblicos porque eso perjudicaría sus intereses. La gente pensaba que Moisés era el judío del mercado y Sansón el dueño de una fábrica de neumáticos. Los presbíteros se pintaban el cabello y la barba y sonreían como jóvenes, a pesar de las mentirosas arrugas. El doctor de la sinagoga tenía un púlpito transparente o invisible y presumía de su buen humor y de su inteligencia. Y lo era como para averiguar los gustos de sus oyentes y prepararles un buen sermón comercial para que oyeran lo que querían.
Ese señor del elegante carrazo con cuatro caballos blancos, como los de Juan el Vidente, de tracción delantera y trasera (4X4), es todo un ungido con aceite (no con Espíritu Santo por cuanto escaseaba en aquellos días sin palabra de Dios) y un producto del secularismo social, del pragmatismo capitalista, condescendiente y de mente abierta. Sabe cómo ser feliz. Cómo salir de deudas. Cómo criar los hijos para que no fumen marihuana. Cómo convencerlos para que vayan a la universidad y hagan sexo seguro. Cualquiera cosa que sea positiva y tenga que ver con la familia, con el dinero, la salud y el trabajo lo considera un buen tema para ayudar a la clientela religiosa.
Los clientes tienen la razón y el derecho a una buena mercancía porque la pagan, ¿no? Pues hay que servírselas. Si quieren que la sicología sea la indispensable compañera de la revelación ¿por qué no? Lo que diga Freud es tan importante como lo que diga Pablo, Juan o Jesús. Y un argumento irrebatible es que lo que escribió David en el salmo 32 y 51 enseña el sicoanálisis y el valor catártico de la confesión de la culpa para deshacerse de ella y tranquilizar la conciencia.
Vaya, ángeles y principados, dejemos la espiritualidad cristiana a un lado y refinemos nuestro humanismo hasta que consigamos lo mismo. No hay necesidad de andar llorándole a Jesús que nos aumente la fe si podemos ser optimistas, ni implorar como el Cristiano de Juan Bunyan que la esperanza nos acompañe a pasar el río de la muerte si cultivamos pensamientos positivos y pensamos que podemos con medicinas, cirugías y visionando salud, quedarnos un tiempo más del lado acá.
El perdón más importante es el que uno se concede a sí mismo, no precisamente el de Dios, porque si uno se perdona es que ya Dios lo ha perdonado. Si uno no guarda rencor Dios tampoco lo guarda. Dios es un reflejo de nosotros mismos. Si no nos amamos a nosotros primero no podremos amar a los demás. Nada de negarse a sí mismo sino de aceptarse a sí mismo. Hay que reconciliarse con uno mismo primero que con Dios. Jesús es un filántropo y un salvador de problemas, enfermedades y bancarrotas. Hemos de vivir sin vicios porque nos conviene y no sólo para la gloria de Dios. Dios es un todopoderoso siervo. Riquísimo. Jamás él cambia por un ceño fruncido su sonrisa bonachona. Tenemos mucha confianza con él ya que viene a todas nuestras celebraciones de modo que podemos llamarle papi, papa, abuelo o el Vecino del Tercer Piso (una referencia al “tercer cielo”).
¡Basta! Dejemos las ironías. ¡A la ley y al testimonio! ¿Quiénes son esos a los cuales se refiere el profeta? Son los ignorantes que divorciaban el ejercicio eclesiástico del conocimiento de la palabra de Dios y olvidados de ella nadie la vivía (vv. 1-3). Hago responsables del mal testimonio de los hermanos, a los sacerdotes, obispos, pastores, ancianos, maestros y diáconos (no todos, hay un remanente fiel escogido por gracia), del pecado de las iglesias porque les han faltado conocimiento de la palabra de Dios y le dan como evangelio, otro, como mensajes de Dios los de ellos mismos, y como Dios soberano, al supremo yo y la autoestima.
Esta es una de las varias causas por la que la mayoría de los cristianos viven superficialmente el cristianismo, porque hay poca Biblia en sus servicios dominicales. Esos pastores empujan el estudio doctrinal desde el domingo en la mañana para el miércoles porque es según ellos políticamente incorrecto hablar de teología en un culto dirigido para inconversos y no a la iglesia; y con todo, visítalos entre semana y verás que habituados a no enseñar la Biblia, tampoco lo hacen. Esos son los superpastores que creen ¡my goodness!, que llevan la antorcha de la iglesia cristiana por todo el siglo XXI, y van dejando detrás de ellos las sombras de una juventud famélica y las ruinas de un antiguo pueblo nostálgico que recuerda aquellos días cuando el púlpito ocupaba el centro del templo y tenía una enorme Biblia abierta.
¡Buenísimo post! Como siempre, vengo y encuentro agua para beber. Hermano, sé que escribiendo así no se es "popular", ja,ja,ja, PERO, ¿acaso nuestro Señor Jesuscristo vino para ser popular?
ResponderEliminarAdelante querido hermano, el que ve la obra y la recompensará,está mirando.Sigamos dando.
Un saludo afectuoso.
Ya lo se Isa, tienes razón. Que Dios te bendiga. Saludos y afectos en Cristo.
ResponderEliminarSaludos, me parece muy bueno el articulo.
ResponderEliminarDe hecho, si seras popular, pero como lo fue Cristo para sus discipulos. Jeje.
Hermanos, les recomiendo el articulo de Paul Washer:
Un Evangelio Reformado:
Las Cinco Leyes Espirituales Reformadas.
Va por la misma lirica.
Sterling Díaz, voy a leer el artículo que mencionas. Gracias por leerme.
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