Vosotros no sois dioses

Salmo 141.5

Que el justo me castigue (golpee) será un excelente bálsamo”.

Bálsamo hay que tomarlo como aceite y la palabra excelente no aparece en el texto sino “sacudido”, posiblemente referido al aceite de la unción. Amado, de un modo o de otro es bueno que seamos exhortados, aunque fuera, como dice Hebreos, brevemente. Sí, la exhortación debe ser breve (He 13.12) porque duele; aunque es beneficiosa va dirigida a aquella parte enferma de nuestro carácter. La exhortación señala un área enferma, “pone el dedo en la llaga”. El orgullo por un lado y la falta de amor por la verdad por el otro hace que duela y mortifique.

Si fuéramos más humildes soportaríamos bien una reprensión pero tendemos a creernos perfectos, pensamos que jamás nos equivocamos, que todo lo hacemos y lo decimos bien y que por ende, somos mejores que los demás; por eso sentimos la reprensión como una ofensa y no como “un excelente bálsamo” o una medicina que nos ayude en la salud del carácter. La reprensión hiere el yo y dentro de él algunos de sus componentes, orgullo, arrogancia, perfeccionismo, deificación, edonismo.

Nuestra crianza tal vez, la cultura, los dones, la posición social, etc., nos hacen creer que somos criaturas excepcionales, llena de virtudes, que merecemos el respeto, la admiración de los demás y por consiguiente las alabanzas y lisonjas, pero nunca la reprensión que contrasta con lo que suponemos y deseamos ser. Llegamos a creernos dioses, somos “sabios en nuestra propia opinión” y que por ser tales por orden natural existimos para juzgar y estar por encima de los otros. Si alguien nos halla una falta nos escandaliza, no lo creemos y nos enojamos con los que se han atrevido a hacernos un señalamiento y sentimos que no tiene derecho a hacerlo, que está equivocado, que siendo inferior, ¡cómo se ha atrevido!, y juzgamos su sinceridad como una osadía y atrevimiento, casi como una insubordinación. Las exhortaciones nos hacen encontrarnos con nosotros mismos, nos enfrentan cara a cara a la realidad y sin ellas no se nos caería la venda de los ojos y seguiríamos cometiendo las mismas estupideces que no nos damos cuenta que decimos y hacemos.

Ayúdame Señor a desintegrar ese yo para poder llegar a ser otro, distinto a mí mismo, más de lo que soy, para ser lo que quiero ser, he soñado ser y tú quieres que yo sea. Que no tome a mal esas buenas contribuciones que los otros me hacen para ayudarme a liberarme de la idiota tiranía de mi propio y natural yo. Amén.

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