Salmo 137:7-9 (LBLA)
Recuerda, oh Señor, contra los hijos de Edom el día de Jerusalén, quienes dijeron: Arrasadla, arrasadla hasta sus cimientos. [8] Oh hija de Babilonia, la devastada, bienaventurado el que te devuelva el pago con que nos pagaste. [9] Bienaventurado será el que tome y estrelle tus pequeños contra la peña.
¡Oh amado!, puedes tú saber algo de lo que un hombre ha sufrido por lo que cuenta y cómo cuenta sus experiencias. Este salmo es escrito por alguien que vivió los momentos terribles del sitio y destrucción de Jerusalén, la cautividad en Babilonia, y el regreso a su tierra. Si es así, el salmista es un anciano de casi cien años; parece tener un par de ojos en su espalda y solamente mirar hacia atrás, hacia su negro pasado. No hay una visión del futuro porque ya su vida está casi concluida, pero tampoco alguna delicia por la bendición presente del retorno. Es pasado, todo pasado; y un pasado que ninguno de nosotros quisiera envidiar, espantoso. Si pudiéramos dar una explicación porqué un hombre vive muchos años, en este caso diríamos que para escribir este salmo y que la posteridad de lectores sacara el provecho debido de un monumento de sufrimientos.
¿Te parecen altamente chocantes esas palabras? Antes de juzgarlas y pensar que son indignas de formar parte del libro de Dios debes esforzarte por entender la experiencia humana de su autor. Si hubieras sufrido lo que él quizás entenderías su lenguaje. El incendio del templo de Jehová, la violación de las mujeres, tal vez su misma esposa, hijas, la muerte de sus niños, descuartizados o atropellados por las bestias; el asolamiento de los vecinos, los amigos, toda la ciudad. Luego la salida en cautividad, atado con una cadena y la vida de humillación y de dolor por setenta largos años sin poder adaptarse al país, sin aprender su idioma y sin quererlo tampoco.
Después el retorno, ya envejecido, humillado, y hallarse frente a otra realidad; ¿condenarías al autor de este salmo por esas palabras, sabiendo parte de su vida? ¿Quitarías después su salmo de entre los de David, Salomón, Coré, por considerarlo indigno? ¿Quitarías su única obra del libro sagrado? No, ni los santos varones a quienes Dios encargó juntar las colecciones de himnos inspirados ni el Espíritu Santo pensaron de ese modo. Llegó como de los últimos, para que aprendiéramos a comprender a nuestros hermanos que han sufrido mucho desde niños, a los que han perdido por la violencia humana a sus seres queridos y a aquellos que les han tocado en carne propia sufrir las barbaridades de sus semejantes: hogueras y cámaras de gases. Deben ser oídos, tienen que ser oídos y sus palabras ocupar un sitio sagrado entre nosotros.
Vengan y hablen los que han pasado una guerra, cuenten sus frustraciones y amarguras las mujeres que han sido abusadas, dígannos los ancianos cómo han sido maltratados, que los oiremos con respeto atentamente; desahóguense con las palabras que quieran, que somos vuestros hermanos para escuchar atentamente vuestras palabras y las pondremos en un sitio apartado del salterio de nuestro corazón. Y oremos por ellos para que Dios endulce sus recuerdos y espíritu noble los sustente, para que en el Espíritu de Cristo puedan decir, “Padre, perdónalos porque no supieron lo que hicieron” o como aquel mártir que de rodillas ante sus ejecutores oró, “no les tomes en cuenta este pecado”.
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