Los Mendigos
“Lo vi el otro día. Cruzaba la avenida muy sonriente con un walkman que le tapaba ambas orejas, supongo que estaría oyendo algún programa de su agrado, estaba sucio y el aire frío de diciembre le soplaba hiriente sobre el rostro y la ropa doble (1); me maravilló su sonrisa y su rostro resplandeciente; ¿cómo puede sonreír un homeless desamparado, si no tiene un techo sobre su cabeza para guarecerse, calefacción, una cama donde dormir y un baño donde asearse; un trabajo decente y un poco de honor social y de cariño doméstico? Pero te lo juro, aquel mendigo tenía su instante feliz. “Ah, supe por qué, porque iba a encontrarse en algún edificio roto y abandonado con su compañera mendiga. Era Navidad y Dios alcanzaba también para ellos, para estas criaturas hundidas en la miseria social; sin pan, sin ropa, con tres o cuatro limosnas en algún bolsillo, pero contento, no por lo que tuviera porque era feliz sin nada.(2) ¿Estará loco ese tipo? ¿Cómo puede ser dichoso sin un carro nuevo...