No juguetees con la cultura buscando prosélitos
COLOSENSES 3:1-11
“Si,
pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. 2 Poned la mira en las cosas
de arriba, no en las de la tierra. 3 Porque habéis muerto, y
vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. 4 Cuando
Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis
manifestados con él en gloria. 5 Haced morir, pues, lo terrenal
en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y
avaricia, que es idolatría; 6 cosas por las cuales la ira de
Dios viene sobre los hijos de desobediencia, 7 en las cuales
vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas. 8 Pero
ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia,
palabras deshonestas de vuestra boca. 9 No mintáis los unos a
los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, 10 y
revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va
renovando hasta el conocimiento pleno, 11 donde no hay griego
ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre,
sino que Cristo es el todo, y en todos”.
En
esta primera sección los llama a ser consecuentes con las aspiraciones de
gloria que habían depositado en Cristo cuando tomaron su bautismo: morir y seguir muriendo (una muerte continua) a
lo terrenal y buscar y seguir buscando lo celestial (mirar y seguir mirando el
cielo), la recompensa que viene con las promesas de Dios. La conexión con las
palabras anteriores notarás que lo último que les ha dicho es que aquellos
cambios doctrinales no los favorecen espiritualmente porque no tienen valor
alguno contra los deseos de la carne y esa sola razón basta para no dejar la
gracia y ocuparse de los “pobres rudimentos del mundo”.
Ahora
Pablo va a entrar en el aspecto práctico de la epístola hasta el final de ella.
Observa que les está hablando a personas espirituales
o celestiales que han participado (y
experimentado) de la resurrección de Cristo, han demostrado esas aspiraciones,
o realidades, de muerte y resurrección, tomando su bautismo. Ahora les queda la
obligación de ser consecuentes con el simbolismo, enterrando toda una vida de
pecado, la carne, la corrupción, los deseos pecaminosos y vivir como
resucitados, puestos los ojos arriba, pensando y buscando las cosas celestiales
como hombres y mujeres celestiales, haciendo de Cristo el supremo interés de
sus vidas, depositada toda esperanza en él para cuando regrese reciban la
completa esperanza, la cual se halla “escondida” o segura con Cristo en Dios. Como
un tesoro “donde ladrones no miran ni hurtan”.
Esa
es la introducción a un llamamiento de vida celestial, donde ahora señala
aquellas cosas a las cuales deben darle muerte, que formaron parte de la vida
de ellos en otro tiempo y ahora deben considerarse muertos (v.3), y que si no
lo hacen así demostrarían que la fe es fingida y la “esperanza” también (v.4).
Ese
llamamiento es dirigido primeramente a la
iglesia por cuanto dice “en vosotros” o “entre vosotros” (v. 5), para que
ella tenga un testimonio consecuente con la fe que profesa y sea vista como “los
escogidos de Dios” (v.12). La primera marca distintiva de la iglesia es su santidad, portando vidas totalmente
distintas a las del mundo, no dejando dudas que han experimentado un cambio y
que son otros. La meta de la iglesia
en su evangelización es la santidad de sus nuevos miembros. No su número. La
creación de hombres y mujeres celestiales. Pablo sabe por dónde empezar y sabe
que lo que va primero va primero. Cuando el Señor visita un alma donde primero
entra es a la sala de sus pasiones. Va directo a transformar su sexo. Es un
compromiso de la iglesia fiel que anuncia a Cristo que eso ocurra, para que
entre sus miembros no haya inmoralidad,
que no vivan en “fornicación, pasiones desordenadas, malos deseos” (v.5).
En
cuanto a la fornicación, de ahí proviene nuestra palabra pornografía, incesto y
adulterio. Y todas esas cosas tuvieron que ver en aquella época con la
idolatría y son de orden sexual. La iglesia debe distinguirse primeramente en
su disciplina sexual y que los ojos de los inconversos no puedan hallar entre sus
miembros ningún rastro de inmoralidad sexual. La pureza de este tipo es la
primera señal de una vida celestial.
Cristo
visita después dentro de su corazón donde se halla su tesoro. Después del sexo se
sienta a mirar qué amor le tiene al
dinero para darle muerte a “la avaricia” (v.5), el apego y amor a él, la adoración
(idolatría). Ese es el camino de Jesús dentro del alma en la conversión. La
sinceridad de la vida espiritual se puede medir por el uso del sexo y del
dinero.
Da
dos razones para mantenerse puro en esos dos sentidos, que es mucho más que la
acusación de que son terrenales o el mal testimonio delante de los inconversos:
porque “por las cuales viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia”
(v.6), casi siempre eso se refiere a los que viven en el mundo y para “la carne”
(Efe. 2:2; 5:6); y quiere decir que Dios tiene que castigar a sus privilegiados
hijos del mismo modo que castiga a los inconversos cuando se meten en los
pecados, de sexo y dinero, en que andan estos. Por algo nos dice el Señor que
nos acordemos de la mujer de Lot, de Coré, y de todos aquellos que cayeron en
el desierto.
Desde
esos dos territorios del alma pasa a su carácter para darle muerte allí a lo
que necesite, entonces se enfrasca directamente con las corrientes genéticas
del individuo y las fuerzas culturales para modificarlas a ambas por cuanto pertenecen a una vida a la cual se ha
renunciado y “en las cuales anduvisteis en otro tiempo” (v.7), y en el
bautismo se recuerda haberse “despojado” de ellas (v.9) y enterradas en la
tumba de Cristo. Definitivamente, uno tiene un compromiso de no desenterrar
nunca lo que hemos sepultado sino más bien esforzarnos en empujarlos hacia
atrás, hacia el pasado, y no permitirles que invadan el nuevo territorio
conquistado por Cristo. Pablo les dice que el estilo de vida sea distinto a
cuando “vivíais en ellas” (v.7).
El
otro aspecto tiene que ver con el control
del temperamento y la mejora del
carácter tales como “ira, enojo, malicia, blasfemias, palabras deshonestas,
mentiras” (vv.8,9); las cosas heredadas y las que pertenecen a una inadecuada
formación cultural o familiar, porque nuestros padres nos educaron “como a
ellos les parecía” (He. 12:10). Quizás sea difícil hacer morir cosas que son
tan viejas con las cuales se formaron la personalidad y el carácter, pero si se
tiene en cuenta el milagro de la conversión a Cristo esos cambios son pequeños.
Un cristiano es un ser celestial que está sentado en los lugares celestiales
con Cristo y es llamado a cultivar su carácter por medio del cual se relaciona
con su prójimo. No basta con ser perdonados hay que saber tratar bien a los
demás: controlar el enojo, la ira, reprimir palabras que hieran y dejan
cicatrices y no inventar cosas que dañen el testimonio de los otros. Cristo no
desea vivir dentro de un carácter así. Esas cosas deben morir también porque no
son dignas de un ser celestial, hecho un poco menor que los ángeles.
Y
para darle un énfasis doble Pablo cambia la imagen de la resurrección y les
recuerda que son nueva creación, con
un carácter y una personalidad creada por Dios que tiene como modelo “la imagen
del que lo creó”, esto es Dios (v.10); y si esas viejas cosas ocurrían por
ignorancia ya no se justifican cuando se tiene un “conocimiento pleno” (v.10)
al cual se llega por una continua “renovación” (v.10), que no ocurre de súbito
sino con “gracia sobre gracia” y se va renovando mirando a Cristo, con “la
mente de Cristo”, pensando como él, y con “el sentir que hubo en Cristo Jesús”,
sintiendo lo que él siente.
Ese
cambio interno y externo del cristiano, y por supuesto la iglesia, va cambiando las culturas que seguidamente
menciona, donde no hay ninguna que sea imposible transformar. La cultura cambia
la iglesia o la iglesia cambia la cultura. Ese proceso envuelve a todos los
miembros cualquiera que sea su fondo
histórico, “judío, griego, bárbaro, escita, siervo, libre” (v.11) por
cuanto Cristo es el todo en todos, la meta y el modelo de todos. En ese todo nace
“un solo y nuevo hombre”. Cristo, en su iglesia, es el melting pot de todas esas culturas, donde se forma una sola con
ciudadanía celestial viviendo bajo la ley de Cristo. Si las iglesias, quiero
decir los que la componen, no se esfuerzan en destruir lo que traen de malo
desde sus culturas, sino que juguetean con ellas buscando prosélitos y no
hombres y mujeres transformados, no sólo las culturas no podrán ser
transformadas, sino que absorberán el cristianismo y las congregaciones no
serán nada más que pedazos de culturas, vistas en las cenas y folklores, con etiquetas de iglesias. Paganizarán la
iglesia.
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