Dios nunca le acepta el diezmo a los que no son salvos


DEUTERONOMIO 26:5-15
“He traído las primicias de los frutos de la tierra que tú me has dado”.

El sistema de diezmos es sólo para el pueblo de Dios que conoce su religión, sabe cómo funciona, aprecia el valor de ella y participa de la misma. Es un pueblo que diezma de sus bendiciones, de su abundancia. Para los extraños que miran la obra de Dios desde afuera esto es casi un hurto, porque no pueden entender la obra espiritual en la cual el diezmador se halla envuelto. Los diezmos no son la paga de un impuesto al templo, sino la participación en un mundo espiritual; indica refinamiento, comprensión y asentimiento a una religión revelada por Dios. El diezmador es una persona con esperanza, que no considera que aquello que financia es algo inútil, sino que es una Organización (la iglesia) visible de su pensamiento. Dios nunca le exige diezmo a los que no tienen esperanza de salvación, fe, ni cuentan con la bendición de Dios como hijos suyos. El diezmo forma parte de una religión de fe. No es un sacrificio para mostrar religión, ni para comprar una posición en la iglesia, ni siquiera como un deber exclusivo contraído con el ministerio de la Palabra; sino con uno mismo y con la palabra de fe. Ha sido siempre blanco de las críticas de los no conversos que acusan a los ministros de explotación, porque no le dan valor ni al ministro ni a la palabra que predica. Como el sistema de diezmos es aprendido por la iglesia cristiana de su Antiguo Testamento, cada diezmador no tiene más obligación para entregarlo a la iglesia que la cantidad de fe con que lo haga. Estará completo o incompleto según la fe que lo respalde. No se exige por la iglesia (algunas sí lo hacen), no es una obligación para pertenecer a ella, es una práctica de culto relacionada con la visión del cristianismo en el mundo. Quien comprende todo esto no será escaso en su cooperación, no necesitará el visto bueno de los extraños, sino que se considerará una persona bienaventurada, privilegiada, porque como está escrito: "Dios ama al dador alegre" (2Co.9:7).

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