El castigo de ser insignificante


GENESIS 49:3,4
“Rubén, tú eres mi primogénito, el principio de mi vigor, prominente en dignidad y prominente en poder. No tendrás preeminencia, porque subiste a la cama de tu padre, y la profanaste: él subió a mi lecho”. 

Perdiste el primer lugar por un pecado sexual. Lea con temor esas palabras, varón de Dios, hijo de nobles y príncipes, miembro de la familia de Dios. Oiga como con dolorosa memoria el viejo creyente ofendido dice “subiste a la cama de tu padre”; no, no fue Jacob quien dijo eso sino Dios en persona que le dijo “te metiste en la cama de tu padre con su mujer ¿cómo pudiste ser tan vil?”. Después sí es Jacob quien habla y dice “él subió a mi lecho”, reafirmando lo que oyó al Señor decir.
No fue él el primero que se lo dijo, fue Dios porque el que mejor memoria tiene es Dios y el más ofendido con lo que le hicieron a Jacob fue él. Después Jacob dice “sí se metió en mi cama”. Un hombre dominado por pasiones pecaminosas no puede tener tanta dignidad y cuando llegara la hora futura de ser digno él no lo sería. Ya no podrás ser el número uno ni el principal porque perdiste dignidad subiendo al lecho de otro, fuiste el uno ahora serás el postrero; ¡ay, Rubén!, te envileciste, ya nadie puede respetarte y apreciarte como antes. Supiste muchos años después lo que habías perdido. No recibiste castigo, pero perdiste importancia, y para ti eso fue un gran castigo, la insignificancia. Vivos recuerdos, o, mejor dicho, muertos recuerdos de esos casos.

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