Una iglesia donde Dios reparte su eternidad


Salmo 133:1-3
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna”.

¡Oh Señor!, pueblos, familias, iglesias, se hallan necesitadas de la unidad de amor de la cual hablas aquí. A veces tenemos que sufrir con ojos desorbitados, el espectáculo del desgarramiento de casas y congregaciones que se muerden y consumen intestinalmente. ¡Oh, caen por la fatídica obra de Satanás! Pero ¡cuán bueno y delicioso es ver a los hermanos juntos y en armonía! Esa estampa bella es el fruto natural del amor. Queremos ver entre los hermanos tal amor comparado al refrescante óleo que desciende sobre la barba de Aarón.

Ver eso como algo sagrado, así era aquel óleo, preparado de modo específico y aplicado sobre los sacerdotes como óleo de consagración, que hace que los hermanos se dediquen en santidad al Señor. Óleo que se derrama como un sacrificio al Señor. Además ese amor perfuma la iglesia y donde él se vierte, semejante al de María de nardo puro, llena todo el recinto de un aroma exquisito. Ese amor suaviza el rostro de los hermanos como el del sacerdote en aquellos días, cuando castigados por el inclemente sol recibían la tersura y nobleza dejada atrás por los rayos solares. El amor entre los hermanos cambia el rostro, y una faz huraña y tosca es vuelta dulce, amable, como el espíritu que expresa. Un amor como éste es humilde, alcanza a los hermanos de más baja condición, los que se hallan en una posición inferior, en el borde de las vestiduras del Señor Jesucristo. Posiblemente yo.
Ese amor también refresca como un rocío la congregación sobre la cual como rocío del Hermón él baja. Cuando las plantas de la gracia del Señor son castigadas, cuando por alguna razón se tarda en llegar la lluvia tardía, el rocío celestial es el remedio intermedio de la divina bondad para suplir la falta del riego y el cántaro de arriba. Todo aquel árbol sobre el cual llega es revivido, cobra la energía y la vida perdida, y ánimo. 
Ese amor llega imperceptiblemente, uno no nota que ha venido sino cuando ya ha pasado mucho tiempo cayendo. Sus gotas son muy finas y apenas salpican. El amor que así, como rocío Dios envía sobre una iglesia destinada, recibe sin darse cuenta los efectos de su bendición que son varios, incluyendo el reparto de su eternidad. Y en una congregación así comparable, llena de esa clase especial de amor entrañable, hay salvación, Jehová “envía vida eterna”. Ora por un amor así, implora al Señor que nos dé ese precioso don de su Espíritu, por el bien de la iglesia misma y por el mundo que al verlo, sabrán que Cristo es el Hijo de Dios y creerán en él.

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