Combate Contra el Mundo Invisible


Por lo demás hermanos, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo, porque no tenemos lucha contra carne ni sangre sino contra principados, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes
(Efesios 6:10-12).

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Un vistazo por la espalda

Sería provechoso para mantener el hilo recto entre el pasaje anterior y éste, que le mantengamos alguna conexión mirándolo políticamente. Si así ocurrió en la mente del apóstol, previendo o suponiendo las muchas luchas civiles que existen entre los descontentos sociales, hace que ellos piensen que la parte más importante de sus guerras no es arrojar a los malos con violencia del poder sino que las luchas más importantes son espirituales, contra los demonios que hay detrás de los pecados tanto de esclavos como de sus amos. Enseña así que hagan el combate en su justo punto. Casi nadie, hasta donde estoy informado, piensa en resolver revueltas sociales, querellas políticas, dictaduras, violaciones de derechos humanos, sin motines ni armas.

Sin embargo la solución de todos esos problemas es primero espiritual y se halla más arriba de la humana cabeza más exaltada. ¿Quién se acuerda que detrás de un gobernante abusador o cruel hay diablos? ¿Quién piensa que los espíritus malvados acuden presurosos a las discusiones de congresistas y senadores, o de la Corte Suprema y leyes que favorecen a rico o minorías inmorales? Pero aun más, ¿quién asegura ya que Dios está por encima de todo eso, y que no hay gobierno bueno o mal influido que él no supervise? Estas cosas serían útiles reflexiones de un texto que como quien dice se mira por las espaldas. Hay que orar mucho por eso y hacerlos temblar con la espada de la palabra de Dios.

Poderosas personalidades invisibles

Sin embargo el texto mira de cara al frente y se aleja caminando de los esclavizadores. Los demonios no se hallan sólo en las superestructuras de la sociedad sino en toda ella; y en medio de ese océano de convulsiones humanas está la iglesia del Señor.
El bien y el mal personal. Los cristianos, hermano míos, tenemos que enfocar de un modo teológico todos los males del mundo, no sobre la base de fuerzas impersonales en luchas entre el bien y el mal, sino en verdaderas batallas personales, tanto para el mal como para el bien, el diablo y Dios.
Diablo (v.11), significa “adversario”, un acusador. Ni Dios es una mera fuerza bondadosa ni el diablo una destructora, ambos son personas que piensan, planean, actúan y por supuesto se hallan enfrascadas en antiquísimo conflicto. El pecado es un hecho, el mal es una acción nunca asociada a seres impersonales como las piedras, los árboles y los animales. Una mala acción es mental o espiritual. Es un concepto moral y se relaciona con un código y con alguna personalidad a la cual califica. Si se observa el hombre por ejemplo, no es tanto que en él se hallen esas fuerzas y las use en un sentido o en otro, sino que ellas lo dominan; el mal es mucho más poderoso que el hombre, es su dueño y lo esclaviza, lo obliga naturalmente.
La razón de que sea así es que le ha caído encima desde las regiones celestes, le han sujetado con grillos no de este mundo, lo han enfermado con una epidemia propia de otras criaturas. El mal baja hasta la raza humana pero no se engendró en ella, es sobrehumano, nació en el cielo entre los puros ángeles de Dios. Tiene cadenas que ningún ser humano por sí mismo puede destrozar.

Dos frentes de combate espiritual

Este enfoque personal y sobrehumano del mal, halla en la vida apostólica dos importantes áreas de aplicación, el evangelismo misionero y su acción y reacción a la oposición. La total sujeción del alma del hombre a su propia corrupción es un pensamiento básico a tener en cuenta cuando se le quiera redimir. Ya sea que exclusivamente se quieran explicar los males de la raza, corregirlos con alguna medicina, enfrentarlos en combate, es imprescindible saber su constitución. Esta es la teología del apóstol, usada por él en su evangelismo misionero y en la asimilación de circunstancias desfavorables cuando hombres que detienen con injusticia la verdad lo asediaban por todos lados.
El evangelismo, la tarea de salvar almas es un combate contra el pecado, (Heb.12:4), con fuerzas poderosas que lo apoyan situadas en las regiones celestes (v.12). Siendo así, la ayuda que el pecador reciba tiene que ser externa. Si el pecado baja del diablo a los hombres, es sobrehumano y no cabría ser tan cándido para esperar que por sus propias fuerzas, por su voluntad, por el supuesto potencial que tenga, con alguna decisión emocional, se libre totalmente de él. Las garras de su propio mal se le hunden profundamente en la carne. No será inútil si pasas noches en oración, como el Señor, intercediendo por los otros y fortaleciéndote tú mismo para la lucha.

Fuerza redentora. Si bien desde dentro del alma humana no se puede esperar su redención, hay que añadir también que la fuerza que lo liberta es espiritual. Las potestades que la predicación combate son huestes espirituales de maldad, (v.12) y todas las armas que se utilicen en tal guerra tienen que ser de esa naturaleza, no carnal, sino poderosas para la destrucción de fortalezas (2 Cor.10:4). Si los métodos de salvación son humanos y carnales, no logran nada, incluso empeoran la condición del pecador. Jamás para evangelizar se deben echar mano a los argumentos y proyectiles carnales. Para tratar cualquier situación provocada por el pecado o el diablo, de igual manera. El pecado se combate espiritualmente y con armas del cielo. Tanto en la teología pastoral como en las cruzadas misioneras, en ambos frentes de combate son importantes. Es un error por falta de conocimiento dirigir la lucha contra los hombres, carne y sangre (v.12), atacarlos a ellos y no al mal que hacen, trabajar para la destrucción de sus personas y no del pecado que cometen, del daño que suscitan.

Cuando el Señor reprendió al apóstol no se dirigió a él sino a Satanás, (“apártate de mi Satanás”) (Mt.16:23), porque separó al uno del otro. Los hombres llegan a pensar y a actuar como lo desean las potestades superiores, las huestes espirituales de maldad, y son a ellas primeramente a quienes hay que dirigir el combate, no a los instrumentos. Eso es importante para no tocar otras áreas no dañadas por el pecado que se propone destruir. No es matar al incrédulo sino su incredulidad, quitar al zorro su hipocresía, al adúltero su codicia, aclararle a todos cual sea la dispensación divina en estos tiempos, quitarle la ceguera, las tinieblas de este siglo) sin arrancarle los ojos, la ignorancia sin sacarle el cerebro. Como ese combate es muy difícil, para ser precisos, sólo el amor hacia la persona podrá evitar que se usen armas prohibidas o un lenguaje que haga más daño que bien. La oración, implorando al Señor sabiduría ayuda grandemente.

Equipados. Luego en el transcurso de la descripción del atuendo para la batalla el apóstol va a describir cual es; pero en el v.1 exhorta a todos los hermanos que se fortalezcan en el Señor para que eviten “las artimañas del error” (4:14), las asechanzas, y no puede ser en otro sitio, nadie más puede suministrar la fuerza que el cristiano necesita para enfrentar a enemigos tan viejos, fortalecidos y experimentados. ¿No ha sido nuestro frecuente error salir a combatir al pecado, estando débiles? Y débiles querrá decir: sin la verdad, sin las botas del evangelio en cada paso, sin la coraza de justicia, sin orar. Es muy posible que el apóstol esté pensando mucho en el mal como “engaño” o “asechanza”. Trampas tendidas por Satanás que tengan más que ver con el encuentro del evangelio con el error y las herejías propugnadas por el diablo y desparramadas por los proselitistas hijos de perdición; para mantener a los hermanos en la senda teológica correcta. Eso es todo lo que tengo que decir por ahora sobre el combate contra el invisible mundo del mal a favor del evangelismo y la sana doctrina. Amén.

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