Prefiero estar equivocado con Jesús, si fuera el caso


Jon. 1:17
“Y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches”. Cuando una mente secular lee esta historia piensa que es un mito, que no puede ser verdad, que es imposible que eso haya ocurrido en la historia de una persona, que quepa dentro del vientre de un pez, que no muera allí si es que se lo tragaron, y que lo vomite intacto. Es parecido a una serpiente o una asna que hablan, un hacha que flota, o un profeta que es levantado por un carro de fuego y llevado al cielo. Esas cosas los literatos las ponen dentro de la leyenda y del mito, pero son las realidades fantásticas de la salvación. Dios mismo, esa innegable realidad está allí, dentro de la irrealidad, en el cuento y lo que ellos llaman superstición. Ese es el mundo de la fe. El mundo del otro mundo. El bello mundo de la fantasía, la verdad y la felicidad. Sin esos llamados mitos el mundo sería más triste.
Las experiencias de Jonás tienen que ver con la muerte y resurrección de Jesucristo. Su historia es tan extraña como la de Sansón, Jefté, la ascensión del profeta Elías o los milagros operados por Eliseo. Jonás tenía las credenciales de un verdadero profeta de Israel (2 Re. 14:25) a quien Dios llamó para darle una experiencia distinta, muy superior a su común trabajo dentro de su pueblo: la predicación a una ciudad gentil después de salir del vientre del pez, como resucitado, como un día haría Jesús y sus discípulos después de salir él del vientre de la tierra.
El profeta Jonás fue bautizado en el mar, en el nombre Cristo, y resucitado también en su nombre. Todo debe entenderse como una vindicación de Jehová como único Dios y una profecía dada por el Espíritu Santo y el triunfo sobre el paganismo mediante la “señal de Jonás” o la resurrección de Jesús, la obra maestra de la salvación (Mt. 12:38-41). El mismo tuvo conciencia como si hubiera muerto al decir que se hallaba en el “Seol” (2:2) y que su vida fue preservada en “el pozo de corrupción” o “fosa” (2:6). Así fue dibujando su resurrección. Y concluye diciendo que “la salvación pertenece a Jehová” (2:9); no sólo la suya sino la de todos nosotros. Fue una experiencia de salvación.
Son historias para los escogidos de Dios no para los incrédulos, reprobados y escépticos. No son mitos porque tienen raíces históricas y poseen “pruebas indubitables” (Hch. 1:3); pero no para todo el mundo sino para los que Dios prepara para recibirlas. Jesús vivo no le tocó la puerta a Pilato, a Herodes ni a Caifás y Anás ni cenó con ellos. A los escogidos sólo les dijo “toquen aquí”. La resurrección de Jesús fue sólo para los suyos no para todo el mundo (Hch. 10:41). Las historias más bonitas que pueden leerse en la Biblia, las “cosas que ojo no ha visto ni oído escuchado, que no han subido a corazón de hombre son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Co. 2:9); para que “no se considere increíble entre nosotros que Dios resucita a los muertos” (Hch. 26:8). Y aquel hombre chiquito, manchado todo el rostro y las manos por los jugos gástricos del pez, señales inequívocas de que había estado en su vientre, y sin mencionar su historia a nadie para que la creyera, miles de ninivitas enseguida supieron que era verdad y creyeron su mensaje y se arrepintieron. Pues si ellos creyeron a Jonás y a su historia, los que de primera mano la constataron, si Jesús la creyó, los apóstoles la creyeron, prefiero estar equivocado con Jesús, si fuera el caso, que ponerme al lado de los que no saben ni pueden leer la Biblia.

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