Los pecados contra lo que se predica
“Si el sacerdote ungido pecare según el
pecado del pueblo, ofrecerá a Jehová, por su pecado que habrá cometido, un
becerro sin defecto para expiación”.
Señor, yo también suelo hacer los pecados de
ellos, y me exhorto y me consuelo como lo hago en mis sermones. Se supone, y no
debería ocurrir con frecuencia, que el siervo de Dios peque con los mismos
pecados que comete su pueblo. Él tiene más conocimiento; lleva sobre su frente
la santa unción que ha de honrar, puede
extraviar a muchos, y no debiera cometer aquellos pecados que ha orientado al
pueblo que no cometa porque, “mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de
azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho,
mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá”
(Luc.12:48). ¿No debemos ser más santo y fiel que los santos y fieles? ¿Y los
frutos del Espíritu más frescos y maduros? ¿Pecaremos con los pecados contra
los cuales hemos clamado y hasta disciplinado? ¿Cómo amar aquello que dijimos
que aborrecemos? Sin embargo, la solución es la misma: Ofrecer un becerro sin
defecto para expiación, y “la sangre de su Hijo nos limpia de todo pecado”. Eso
sí, pero ¿cómo queda el testimonio ante los ojos de los hombres? El pueblo de
Dios perdona, pero no olvida.
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