No huyas de tus dudas, que ellas huyan de ti
ROMANOS 4:20-25
“Tampoco dudó por
incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria
a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo
que había prometido; por lo cual también su fe le fue contada por justicia. Y
no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con
respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el
que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por
nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación”.
Estas
palabras: “tampoco dudó por
incredulidad de la promesa de Dios…” (v.20), unidas con las siguientes,
sugieren pensamientos muy provechosos relacionados con la fe. ¿Qué es la duda? ¿Cómo
surge? ¿Tiene alguna cura? ¿Se puede prevenir? ¿Qué es la duda? Escojamos la palabra “dudó”. La palabra
original, ( diakrinó), significa: separar,
distinguir entre, decidir, disputar o luchar, tener los pensamientos divididos,
vacilar entre una cosa y la otra. Eso es
duda, no hallarse en un lado ni en el otro, un pie en un camino y otro en el de
al lado. Uno se pregunta; ¿verdad o mentira, historia o leyenda, revelación o
ilusión? La duda tiene dos consideraciones, la palabra de Dios por un lado y la
situación por el otro. No Abraham, sino nosotros que tenemos menos fe que la
suya, que sí dudamos, sabemos que de ella
no se puede huir, una y otra vez la mente se vuelve a la grandeza y
opulencia del obstáculo.
Hay
que considerar la dificultad sin que la mirada debilite. No apartó sus ojos y
pensamiento de su cuerpo envejecido ni de la matriz muerta de Sara, consideró
esas cosas, las puso al lado de la palabra de Dios y le dio crédito a ella.
Para Abraham era una necesidad sicológica la consideración de su situación,
siendo como era, un hombre sincero, incapaz de mentirse a sí mismo o auto
engañarse. No fue su fe de esa que llaman ciega, él sí consideró el asunto, lo
valoró, pero ni por un momento dudó; el análisis del patriarca no va de su
cuerpo a la promesa, sino de Dios a su cuerpo. Ese fue el principio, pero no
contrajo la incredulidad.
¿Cómo se cura de la duda? Recordemos
lo que es, “vacilación, lucha, indecisión”. La medicina de la duda es la
palabra de Dios. Ya hemos establecido que en aquel hombre no hubo duda, pero ¿quién
de nosotros no ha deshonrado a Dios con ella? ¿Quién tiene ese escudo sano o
sin alguna huella del dardo enemigo? Si dudas tienes que luchar contra ella.
Uno no sale de la duda por arte de magia, no se quita sola. Siéntate con la
palabra de Dios, ora sobre ella y estúdiala hasta que te cures, lucha con ella
día y noche hasta que te deje. El no se “debilitó”, no se enfermó, pero
nosotros sí nos hemos debilitado, nos hemos enfermado. Él había sido
fortalecido de antemano. La cura de la duda es la misma que evita caer en ella,
la palabra de Dios. El patriarca fue salvado de entrar en batalla
espiritual, no se metió en el torbellino y la tormenta, en tener que decidir
entre uno y lo otro porque él conocía a Dios, sabía que es “poderoso para hacer todo lo que había
prometido” (v.21). La duda no le surge por su conocimiento de Dios,
sabiendo que tiene poder para hacer lo que quiera y que no es mero hablar el
suyo. Si Abraham no hubiera conocido a su Dios hubiera dudado, su mente se
habría dividido, hubiera comenzado la lucha, la batalla entre uno y
otro, las dos opciones, su realidad y la promesa, pero eso no ocurrió. Conocía
a Dios y lo conocía muy bien. Así pasa siempre; Pablo dijo: “yo sé en quien he
creído, y estoy seguro que es poderoso” (2Ti.1:12). Cuando él consideró su
cuerpo, si le dedicó algún tiempo a eso, no le resultó ningún problema porque
su conocimiento de Dios lo convertía en capaz de hacer eso y mucho más. El
pueblo que conoce a su Dios se esforzará (Dan.11:32).
La
duda surge por ignorancia de quién es Dios, o porque nos olvidamos de ello. ¿No
fue lo que Jesús dijo a los saduceos tocante a la resurrección? (Mt.22:29); “erráis
ignorando las Escrituras y el poder de Dios”. Si los saduceos hubieran conocido
mejor la Escritura y por ende mejor a Dios y el poder que él tenía, habrían
creído en la resurrección de los muertos. No creían esas cosas por
desconocimiento de la Biblia y de Dios. Si una persona duda, su cura es
enfrentar sus dos posiciones, mejor aun, estudiar su Biblia y conocer más a
Dios.
No
hay ningún equilibrio mental adaptando a Dios a los obstáculos de la fe, las
promesas a las leyes naturales, cuando eso se hace, cierto es que se termina
con la división mental, cesa la lucha, se acaba la vacilación, pero no hay fe,
solamente queda la incredulidad. Los
obstáculos no hay que disminuirlos, ni ignorarlos, sino enfocarlos por la
palabra de Dios.
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