Cuándo decirle adiós a la salvación de tu marido
Génesis 20:13
“Y sucedió que cuando Dios me hizo salir errante de
la casa de mi padre, yo le dije a ella: "Este es el favor que me harás: a
cualquier lugar que vayamos, dirás de mí: Es mi hermano”.
Sara no debió aceptar esa proposición; tal vez
pensaba que no era tan hermosa como su joven marido pensaba o que tal cosa
nunca ocurriría; y ocurrió. De veras que cuando la Escritura dice que ella le
llamaba “señor”, así lo era, estaba tan sujeta a su marido como al “Señor”, era
su completa sierva. El Espíritu Santo alaba a Sara por esa dependencia de su
esposo; pero si se me permite un poco juzgar su obediencia con los ojos de un
gentil salvado por la gracia de Cristo y en el siglo XXI, a mí me parece, que
aunque no pudo por el siglo en que vivió su matrimonio, ella no debió haber
aceptado tal proposición, diciendo una mentira por causa del miedo de su
marido. Una mujer nunca debe aceptar una proposición de su marido que la
conduzca a pecar contra Dios. Tal vez pueda aceptar que él le prohíba que vaya
a la iglesia y que los hermanos la visiten en su hogar porque él no quiere
verlos allí, es el dueño de la casa, pero lo que sí no puede aceptar, aunque
esté sujeta a él como su esposa, es que él le prohíba que lea la Biblia, que
ore y que lo trate cristianamente. No debe aceptar acompañarlo a lugares pecaminosos
para recrearse juntos con alegrías carnales delante de los ojos de todos,
porque eso va en contra de sus principios cristianos, contra Dios y contra la
salvación de su esposo. Aunque ella le llame “señor”, él no es su Señor o su
Dios, puede obligar su cuerpo pero no su espíritu y manchar su alma.
A nadie
podemos dar la obediencia que damos a Dios ni ser incondicionales a ninguna
persona como lo somos a Dios. “Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres”. Si una mujer acepta una
proposición pecaminosa que le hace su marido, que le diga adiós a sus deseos
que él se convierta a Cristo, que se despida de la salvación de él y de los
hijos. El marido incrédulo debe “ser santificado en la mujer” y ¿cómo le podrá
reprochar un pecado que ella misma cometió? Si el marido la obliga a pecar y
ella por más que opuso resistencia no pudo, entonces él debe darse cuenta que
no lo disfrutó, que tiene remordimientos de conciencia, que se siente triste y
enlutada, y que vierte lágrimas por la miseria en que ha caído. Así él se dará
cuenta que tienen dos conciencias distintas, que una es leal a Dios y la otra
no y que ningún pecado hará feliz a su buena esposa. Si un esposo propone a su
compañera que vaya con él a pecar y si se niega irá acompañado con otra persona,
ella debe dejarlo ir solo y orar por él, por su matrimonio y por sus hijos y
pedir el auxilio de las oraciones de sus hermanas en la congregación. El pecado
que él cometa sin ella no lo hará dichoso, y pudiera repetirlo, pero se cansará
y se aborrecerá a sí mismo. Y hay otra forma de pararlo que no es orar sino
hablar sobre la posibilidad de la separación si no refrena sus gustos
adulterinos. Excepción que Jesús aprobó.
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