En el arca no cabían más, Cristo muirió por los elegidos


2 Pedro 3:1-9  
“Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento, para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento”.


Voy a explicar el v.9, con más amplitud que en el comentario anterior, con la variante de otros manuscritos, porque queda mejor y salen a relucir varias doctrinas de la gracia. Así conociendo la familia de versículos se puede hablar mejor de un miembro particular de ella ya que llevan la misma sangre. En el susodicho v. 9  el apóstol dice que Dios no quiere que nadie perezca por el fuego anunciado; y eso lo dice por causa de los burlones que se reían de la segunda venida y del juicio, alegando que desde que el mundo es mundo está igual y no hay tal cosa que se vaya acabar. Según Pedro en su tiempo está pasando lo mismo que siglos atrás encontró Noé cuando preparaba el arca con la paciencia de Dios cuando sus contemporáneos se burlaban de él, de ella y del juicio que les anunciaba, hasta que llegó el diluvio y perecieron (1 Pe. 3:20; 2 Pe. 2:5).

Dios estuvo 120 años ofreciéndoles la salvación a aquellos antediluvianos y hubiera querido que subieran al arca aunque sabía (presciencia) que no lo harían. Jehová deseaba que lo hicieran y ellos no lo hicieron. Y él les respetó el espantoso libre albedrío de ellos con que “celosamente” o “deseándolo” o “voluntariamente” no quisieran pasar adentro del barco. No se puede dudar de la sinceridad de Dios al ofrecerle la salvación mediante la predicación con un llamamiento general y con tanta anticipación si se arrepentían. Pero eran incrédulos y siguieron viviendo como Dios detestaba.

Cuando Pedro dice que Dios no quiere que ninguno de vosotros (como dicen los manuscritos más antiguos, siglos II, III), no nosotros (siglos IX, X) perezca, se está refiriendo a ellos con los mismos antiguos sentimientos. ¿Era el deseo de Dios que aquella gente se ahogara? No. ¿Es el deseo que estos modernos burladores perezcan consumidos por el fuego? No. Es el mismo deseo que un juez tiene cuando condena a muerte a un reo. El deseo de Dios es que “todos” procedan al arrepentimiento; pero ya de antemano había (según su presciencia) decidido elegir para salvación los menos con un llamamiento especial, conociendo que ninguno querría subir y ninguno querría huir. La elección por gracia es el único medio de salvación, sin ella no hay salvación, o perecen todos ahogados o perecen todos incinerados. La salvación tiene que llegar en forma de decreto de Dios  y no sólo como un deseo de él.  Así Dios decide de antemano llevar a cabo su propósito y a los que antes conoció también los predestinó, para que subieran al arca, para que creyeran la palabra dicha por los profetas, el Salvador y sus apóstoles.

Noé y su familia suben al arca porque él “halló gracia ante los ojos del Señor” (Ge. 6:8). Se salva por gracia, es decir por la fe como un don de Dios. Noé “andaba con Dios” (Ge. 6: 9) y no como sus contemporáneos. Noé era el único “justo” y por eso entró al arca (Ge. 7:1); o sea, fue justificado por la fe y por medio de ella se salvó. Pasado el juicio y la destrucción del mundo “se acordó Dios de Noé y de los animales” y lo sacó de allí para comenzar un nuevo mundo (Ge. 8:1). Como si hubiera resucitado y Dios le dijera “hoy estará conmigo en el paraíso”.

En el arca no hubieran cabido muchos más además de Noé con su familia. Tenía una medida exacta dada al carpintero. Si cien o dos mil hubieran querido subir no cabrían en el arca. Ella estaba diseñada para que solo ocho personas se salvasen (1 Pe. 3:20); no tenía espacio libre “por si acaso”. Pero la presciencia de Dios, que actuó conjuntamente con la elección, contra el libre albedrío del hombre le dio al  arca la eficacia que necesitaba para que sirviera a su propósito.

Del mismo modo, Cristo que es nuestra Arca de Salvación donde suben los hombres y mujeres elegidos en omnisciencia y predestinación, justificados por medio de la fe tiene la dimensión exacta, sin sobrarle nada, para ellos y para los animales de la creación que gimen por redención. En aquel entonces la iglesia tenía sólo ocho personas, luego 75 ó 76 judíos (Hch. 7:14), y tendrá “miríadas de miríadas” una “incontable multitud”. Por ellos murió Cristo y aunque su sangre vale para comprar a todos los antediluvianos y post-diluvianos, tiene la misma anchura de la elección, del llamamiento y del propósito de Dios. No más que eso. Su última gota llegó hasta los mismos bordes de la omnisciencia y de la predestinación.

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